The Objective
Antonio Caño

La inquisición sanchista

«La presión contra la menor discrepancia pone en riesgo la libertad de expresión: no caben matices, solo encendidos elogios al líder»

Opinión
La inquisición sanchista

Ilustración de Alejandra Svriz.


La última invectiva contra Felipe González ha sido a propósito de Gaza. Gaza es la nueva línea roja de la inquisición sanchista y todo aquel que se aparte unos milímetros de la doctrina oficial queda condenado a la hoguera. González dijo algo lleno de lógica, que si Hamás quiere verdaderamente detener la matanza de inocentes debe de soltar a los rehenes que todavía tiene cautivos y que esa sería la mejor forma de descargar toda la responsabilidad de lo que sucede sobre Benjamin Netanyahu.

Pretendía el expresidente recordar, creo, que la actuación terrorista de Hamás es el origen de la tragedia que vivimos y que la respuesta criminal del Gobierno israelí no puede ocultar la naturaleza igualmente criminal de la organización que gobierna Gaza. En absoluto justificó González el comportamiento de Netanyahu, pero el atrevimiento de introducir ese pequeño matiz en el debate fue suficiente para que cayera sobre él la furia de las hordas sanchistas.

Suele comenzar la ofensiva Óscar Puente o algún otro de los secuaces más belicosos, pero enseguida se van sumando en tropel ministros varios y gente de diferentes esferas que se sienten en la necesidad de defender todo lo que Pedro Sánchez hace y dice. Puede comprenderse esta predisposición cuando se trata de personas que le deben su puesto a Sánchez. Se entiende algo peor la de aquellos que justifican su pasión militante como muestra de sus convicciones izquierdistas.

Debe de ser difícil para estos últimos seguir el ritmo de quiebros ideológicos al que Sánchez los somete. Por mucha cintura que hayan desarrollado a lo largo de los años, imagino lo angustioso que debe ser levantarse cada día sin saber si para seguir siendo de izquierdas te toca hoy aplaudir a Puigdemont, marchar del brazo de Otegui, destacar las virtudes del régimen de Marruecos o cerrar la boca ante el de Maduro. Quizá mañana haya que apoyar lo contrario o respaldar algo en lo que ni siquiera has pensado todavía. Todo depende de lo que Sánchez decida y necesite. Para hacer la ingestión más llevadera, se ha exagerado hasta el ridículo la amenaza de la extrema derecha, imaginando a las puertas de Madrid un ejército fascista que nos permite tragar sin reparos y dormir mejor.

Lo que parece estar claro es que un buen sanchista tiene que mostrar cada vez que tiene oportunidad su animadversión hacia Felipe González. Es curioso, porque muchos de los que lo hacen acompañan su diatriba con un recuerdo nostálgico a los años en los que votaron por él. Teniendo en cuenta que las ideas de González no han cambiado mucho desde aquellos años —invito a repasar la hemeroteca—, tiendo a creer que estos votaban por cualquiera que el PSOE les ofrecía como candidato y que tanto les vale uno como otro siempre que sea el que está en el poder, lo que habla más bien de sus cualidades para la adulación que para la política. Pelotas de izquierdas, eso sí.  

González es una de las víctimas predilectas de la inquisición sanchista, pero no la única, desde luego. Cualquiera podemos ser objeto de su ira si nos desviamos del guión escrito cada día en Moncloa. Ahora le ha tocado a Perico Delgado, pero mañana puede ser otro. Igual hasta puede ser alguno de los que estos días han criticado a Perico Delgado. Nunca se sabe. Uno puede creer que es de izquierdas al levantarse y acostarse como un fascista porque ha puesto algún pero al último argumentario. Incluso se pueden recibir elogios e insultos de los mismos y el mismo día. Le ocurre, por ejemplo, a Borrell, a quien la inquisición sanchista pone como modelo para hablar de Gaza, pero condena como facha cuando expone su posición sobre el concierto económico que el Gobierno planea para Cataluña.

Si no les gusta lo que dices, eres un propagador de bulos. Si te callas te pueden perdonar la vida. Se lo dicen insistentemente a González: cállate ya. Eso es lo que les molesta de él, que los deja en evidencia, que hace patente la cobardía propia. Se preguntan que por qué González no hará como ellos, callarse y seguir las consignas, con lo bien que podría vivir el buen compañero, tranquilamente, recibiendo homenajes y pronunciando discursos con encendidos elogios al líder. Qué bien viviría así, nadie se metería con él y seguiría siendo tan de izquierdas como siempre. En lugar de eso, ha decidido decir lo que piensa y, por tanto, es de derechas.

La inquisición sanchista ha degradado hasta un punto inimaginable la libertad de expresión en España. Aunque se ha degradado tanto también la capacidad crítica y el sentido del deber que muchos no lo ven o no quieren verlo. El director general de RTVE, que ha convertido un servicio público en una agencia publicitaria del Gobierno en niveles que jamás se habían conocido, se atreve a presumir en público de que en su televisión los cómicos contratados tienen libertad para criticar sin piedad a la oposición.

Casi sin darnos cuenta, esa inquisición ha socavado ya las libertades en España. Pese a que la ley aún nos protege, poco a poco cada uno de nosotros empieza a limitar las críticas, a compensar los escritos, a controlar los comentarios públicos. Alguien puede estar escuchando y no quiero meterme en líos.

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