Carta (persa) al presidente
«El inefable Bolaños ha dejado de creer en el ‘lawfare’ y mira como última esperanza a los jueces, porque ‘en España, el sistema judicial es garantista’»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Admirable y admirado presidente: me va a permitir que estrene con usted una herramienta comunicativa que en otro tiempo usé con homólogos suyos, muy principalmente con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y con otro más local, el lehendakari del Gobierno vasco, Juan José Ibarretxe, que aunque actuaba en un ámbito más acotado ponía en su función una voluntad tal que me llevó bautizarle como Juan Josué.
La comunicación epistolar me permitía establecer un monólogo con apariencia de diálogo y aparentar una proximidad y confianza que en realidad no tenía, lo que dotaba a estas cartas abiertas de una ironía que en política siempre es de agradecer porque exime del insulto.
Le aclararé, por si el título de esta carta se sale del entorno estricto de su acervo cultural que el gentilicio se debe a la novela satírica de Montesquieu, Cartas persas, en la que trata, entre otros asuntos, de una de las claves de su pensamiento, la separación de poderes. Convendrá conmigo, presidente, que esta no ha sido una de las cuestiones que más han pesado en su tarea de gobierno, llamémosla así. Su partido no se ha caracterizado históricamente por este afán y ha tendido siempre a embarullar el poder Legislativo y someterlo al Ejecutivo, al mismo tiempo que coaccionaba al Judicial. Era el dictamen del entonces vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, cuando extendió en 1985 un certificado de defunción cuya autoría ha negado siempre: «Montesquieu ha muerto». En todo caso, si él no fue el autor del aforismo, expresa exactamente el espíritu de la Ley del Poder Judicial elaborada por el PSOE en 1985.
Y en esta recta final de septiembre, mientras usted hablaba en la ONU para ejemplo universal de «la importancia de que el poder no se concentre en las manos de unos pocos, sino que se distribuya en instituciones transparentes, responsables y que rindan cuentas», los más allegados a usted, sangre de su sangre, comenzaban su peregrinaje por los banquillos judiciales. En los dos días que llevaba ausente, la Audiencia Provincial de Badajoz enviaba a juicio a su hermano, al que tuvo usted en plan topo en la Moncloa. Que digo yo que si tal hospedaje pudiera ser constitutivo de delito, el okupa tuvo que contar con su colaboración necesaria, forzosamente.
Y va el juez Peinado y al día siguiente notifica a su señora de usted que será juzgada por malversación ante un jurado popular. La noticia ha puesto los pelos como escarpias a los opinadores sincopados y a sus ministros. Pili Alegría tachaba la cosa de «surrealista. Se califica por sí sola». El inefable Bolaños ha dejado de creer en el ‘lawfare’ y mira como última esperanza a los jueces, porque «en España, el sistema judicial es garantista y un tribunal imparcial pondrá las cosas en su sitio». Yo los comprendo. Creo que el peor invento de Belloch fue la introducción del jurado en la justicia española. Parecía que era un invento americano y que, por tanto, era moderno. Un error, ya lo decía un cineasta vasco que no debía de confiar en ganar un oscar: «Para hacer cine americano, hay que ser americano. O parecerlo, que es aún más difícil». El jurado es populismo en vena para el sistema judicial. A favor o en contra del justiciable, tanto da.
«Yo también soy partidario de encomendar los asuntos serios a profesionales, menos quizá en lo referente al sexo»
Un jurado popular absolvió en San Sebastián en 1997 a Mikel Otegi, que dos años antes había asesinado a tiros de escopeta a los ertzainas Iñaki Mendiluze y José Luis González en Itsasondo. El jurado apreció que «el procesado no era dueño de sus actos». El Tribunal Superior de Justicia revocó aquel desbarajuste y ordenó la repetición del juicio. La Audiencia Nacional lo condenó a 34 años, sentencia que fue confirmada por el Supremo. En 2001, un jurado popular condenó a Dolores Vázquez a 25 años por el asesinato de Rocío Wanninkhof en Mijas. Fue aquel un proceso infame, sin pruebas, en el que la Fiscalía, los investigadores de la Guardia Civil y los periodistas se agarraron desesperadamente a unos indicios insuficientes. La condenada había sido amante de la madre de la víctima, para qué más pruebas. Tuvo que producirse otro asesinato, el de Sonia Carabantes en Coín, para que fuese detenido el asesino de ambas jóvenes, un psicópata británico llamado Tony Alexander King, que fue condenado a un total de 55 años por los dos asesinatos. La justicia española no ha indemnizado aún a Dolores Vázquez por los daños.
No sé si me entiende, presidente. Comprendo los temores de su portavoz y del ministro Bolaños. Yo también soy partidario de encomendar los asuntos serios a profesionales, menos quizá en lo referente al sexo. Y también me temo que un jurado condenaría sin pestañear a Bego, salvo que usted pudiera elegir a los miembros uno a uno, como a aquellos jugadores de petanca de Coslada, que eran todos viejos militantes del PSOE o los estudiantes afines de Fuenlabrada con los que se encerró en la biblioteca municipal para sacar pecho por las becas.
En fin, presidente, es que me pongo en su pellejo y valoraría seriamente la posibilidad de quedarme en Nueva York. Desde allí, la República Dominicana está más cerca.