PP y Vox le hacen el caldo gordo a Sánchez
«La abstención es el arma de destrucción masiva más efectiva contra la derecha. No hace falta que la izquierda gane votos, basta con que la derecha los pierda»

Ilustración de Alejandra Svriz.
San Antonio de Benagéber. Once mil vecinos censados, diez mil habitantes, seis mil votos si la participación es generosa. Una mancha de cal en el mapa del área metropolitana de Valencia. Y, sin embargo, este miércoles ha dado una clase magistral de cómo la derecha española convierte en sainete lo que debería ser estrategia.
Porque allí, entre paellas y sangrías de domingo, urbanizaciones de adosados y avenidas sin sombra, se ha consumado la moción de censura más disparatada del año. El PP contra el PP, Vox contra Vox, y dos tránsfugas disputándose la vara de mando como si fuera un garrote vil. Todo ello para que Pedro, desde el Falcon, se acaricie la barbilla y se diga a sí mismo: «Con enemigos así, ¿para qué necesito amigos?».
El problema es que estas historias locales no se quedan en un chascarrillo de pueblo. No. Se propagan. Se multiplican. Hoy son seis mil votos en San Antonio, mañana cincuenta mil que se evaporan en Alicante, en Toledo, en Huesca. Porque esas peleas de taifas no espolean a nadie a votar. Al contrario, desmovilizan. El votante de centro-derecha, harto del circo, se queda en casa. O peor, se lía la toalla al cuello y se va a la playa, donde al menos nadie le engaña.
El pleno celebrado fue un aquelarre de transfuguismo, con un tipo —fundador de un partido local, desertor del mismo y ahora «popular» por gracia de Génova— resucitado como alcalde gracias a la traición de media corporación. El personaje llegó a redactar unos estatutos para castigar el transfuguismo y luego los enmendó para salvar su propio pellejo y pasarse al PP. El Lazarillo de Tormes con acta de concejal.
Enfrente, la alcaldesa saliente, que cambió más veces de siglas que de chaqueta en rebajas. De UCIN a Unión Municipalista y, finalmente, no adscrita. Dos tránsfugas frente a frente por el mismo sillón, la metáfora perfecta de una política que ha perdido la vergüenza.
Mientras tanto, Vox —supuesto partido del orden— se partía en dos como un melón de invierno. Un concejal fiel a la alcaldesa y otro expulsado de sus filas por firmar la moción contra ella. Vox contra Vox, PP contra PP. El mercadillo del sábado pasado convertido en pleno municipal.
A lo mejor Sánchez ni lo ha leído en el dossier de prensa. O sí. Y habrá sonreído: «Que se maten ellos solos». Porque lo que ha ocurrido en este pueblo dormitorio, rodeado de chalets con piscinas de obra, otras hinchables y críos en bicicleta, es exactamente lo que la izquierda necesita para mantenerse en el poder, una derecha incapaz de gestionar ni el orden de sus propios apellidos. Un botijo rajado en agosto.
«Pedro sonríe. La derecha no se aclara ni en un municipio donde se conocen de vista. Y si no hay disciplina en un pueblo de 10.000 almas, ¿cómo va a haberla en un país de 50 millones?»
El votante observa, desconfiado. Y piensa: «Si esto es lo que me ofrecen, me quedo en casa». La abstención silenciosa se convierte así en el arma de destrucción masiva más efectiva contra la derecha. No hace falta que la izquierda gane votos, basta con que la derecha los pierda a chorros. Una abstención que, en las grandes ciudades, equivale a decenas de miles de papeletas volatilizadas.
San Antonio de Benagéber es, en el fondo, un espejo. Muestra la versión más grotesca de lo que ya sabemos, que PP y Vox son expertos en hacerle el caldo gordo al PSOE. Como cuando se liaron con el caso Montoro en pleno mes de julio con el Sánchez más acorralado de la legislatura. Y lo hacen sin darse cuenta, convencidos de que ganan, cuando en realidad pierden credibilidad.
En política, seis mil papeletas aquí, diez mil allá, veinte mil más allá, suman cien mil. Y cien mil son los que deciden gobiernos. Esa es la factura que se pasa cuando la derecha se enreda en sus peleas de patio de colegio.
Y así, entre transfuguismos de manual, votaciones cruzadas y discursos con olor a naftalina, Pedro sonríe. Le han servido en bandeja la excusa perfecta, la derecha no se aclara ni en un municipio donde todos se conocen de vista. Y si no hay disciplina en un pueblo de 10.000 almas, ¿cómo va a haberla en un país de 50 millones de personas?
PP y Vox, mientras, seguirán convencidos de que controlan la situación. Pero lo que han hecho en ese pueblo no es otra cosa que regalarle al sanchismo una foto que vale más que mil mítines, la derecha peleando contra sí misma mientras la izquierda se frota las manos.
Un brindis al sol. O mejor dicho, un caldo gordo de puchero, bien humeante, servido directamente a la mesa de Pedro Sánchez.