The Objective
Gabriel Tortella

El Gobierno de los monstruos

«¿Qué fue de la vieja izquierda? ¿No se trataba de libertad, igualdad y fraternidad? Hoy el lema de esta izquierda parece ser: corrupción, exclusión y duración»

Opinión
El Gobierno de los monstruos

Ilustración de Alejandra Svriz.

Los siete años de Gobierno de Pedro Sánchez (2018-2025) tienen un vago carácter de pesadilla, de irrealidad, de plaga bíblica, nos recuerdan a los siete años de vacas flacas del Antiguo Testamento. A veces se despierta uno y se pregunta: «¿Pero todavía está ese hombre aquí?» ¿Cómo es posible que aún no hayamos podido quitárnoslo de encima, cuando es tan claramente impopular y, para muchos, odioso, cuando en 2023 recibió dos revolcones electorales seguidos, y que aquí siga, como un tentetieso, repitiendo, cual loro: «Toda la legislatura, toda la legislatura, 2027, 2027»?

Además de malos, estos siete años han ido en cuesta abajo. Desastrosa fue la primera legislatura, donde se echaron las bases de la corrupción, como muchos sospechaban y recientes investigaciones han confirmado; donde tuvo lugar la catastrófica gestión de la pandemia de la covid-19, inspirada por una sola preocupación: cómo hacer un negocio de la venta de mascarillas, y cuyo definitivo y claro balance nunca se ha hecho público, porque sería pésimo; donde se dio la puntilla a nuestro ya desvalido sistema educativo (pese al fallido intento de elevar el nivel de la enseñanza superior haciendo catedrática por la vía rápida a la cónyuge del presidente, eminente africanista, que por cuatro años explicó una materia misteriosamente llamada Transformación Social Competitiva); donde se rompió la tradición y el espíritu de la Constitución (Art. 94) abandonando de manera irregular e inexplicada la inveterada política española de apoyo a un Estado saharahui (en contraste con el repentino y reciente entusiasmo por un  lejano «Estado palestino», donde, a diferencia del caso saharahui, España no ha tenido nunca arte ni parte).

Donde tuvo lugar el intempestivo y tenebroso aterrizaje en Barajas de la inefable Delcy Rodríguez, una de las manos derechas del siniestro dictador venezolano Nicolás Maduro, socio vergonzante pero próximo del Gobierno sanchista mediante la turbia mediación del expresidente y antecesor Zapatero, episodio oscuro con nocturnidad (¿y quizá alevosía?) del que se nos han dado más de diez versiones diferentes, ninguna de las cuales, al parecer, es cierta, pero del que, por pesquisas judiciales, se van conociendo retazos inconfesados e inconfesables; se  nos dijo, por ejemplo, que la llegada de doña Delcy fue inesperada, pero ahora sabemos que llevó semanas, quizá meses, de preparación, aunque a última hora, por razones que no están totalmente claras, hubo que cambiar precipitadamente los planes y la visitante partió mucho antes de lo previsto, abandonando el chalet y los banquetes que se le habían preparado.

Donde se nos dijo que nunca se aliaría el PSOE con Podemos, implicando que éste era un partido indeseable, para inmediatamente, ante el fracaso de unas elecciones que se habían convocado con la esperanza, luego frustrada, de una fuerte mayoría, y olvidando su reciente compromiso (algo que ya se había convertido en marca de la casa), se produjo un abrazo de líderes indeseables con el fin de formar un Gobierno indeseable. Donde se abandonó a su suerte a los habitantes de la isla de La Palma que, hace casi exactamente cuatro años, sufrieron una terrible erupción volcánica que devastó el centro de la isla destruyendo casas y haciendas y cuyas víctimas, apresuradamente acomodadas en contenedores, están aún esperando que el Gobierno les compense adecuadamente por sus sufrimientos y sus pérdidas. La enumeración completa de los desastres gubernamentales en la primera legislatura de Sánchez sería interminable. Pero parecen poca cosa comparados con los de la segunda.

Esta segunda legislatura está llegando a extremos que hace unos años parecían inconcebibles e inaceptables; en verdad, lo son, pero la realidad, por intolerable que sea, termina creando hábito. Las dos elecciones del verano de 2023 manifestaron un claro rechazo popular a la trayectoria de Sánchez y su Gobierno; pero al no lograr la oposición la mayoría absoluta, violentando los resultados y renegando de sus compromisos electorales, Sánchez se agarró a un clavo ardiendo y demostró que, con tal de permanecer en el poder, estaba dispuesto a colocarse en una situación imposible, de debilidad y precariedad política extremas, apoyándose en los grupos anticonstitucionales; todos valían con tal de que le brindaran los votos necesarios para ser de nuevo investido.

«Si el Gobierno de la primera legislatura mereció el apelativo de Frankenstein, el de la segunda sumó a Drácula y al Hombre Lobo»

Si el Gobierno de la primera legislatura mereció, por su heterogeneidad, el apelativo de Frankenstein, el Gobierno de la segunda legislatura incorporó a Drácula y al Hombre Lobo, y se convirtió en el gobierno de los monstruos, cuya piedra angular era, y es, un fugitivo de la Justicia, perseguido por haber promovido la desmembración de España en una abierta rebelión, así caracterizado por Sánchez cuando no necesitaba sus votos. Con tal de subsistir en la presidencia, Sánchez humillaba y exponía a España, sometiéndola a la voluntad de un político cuyo objetivo final es la destrucción del país.

Los principios políticos de esta izquierda monstruosa de Pedro Sánchez son, como los de Groucho Marx, ajustables a voluntad, pero uno de los más persistentes es la desigualdad. La desigualdad entre unas autonomías y otras, pero, sobre todo, la desigualdad entre amigos y enemigos. Otro monstruo político, a quien Sánchez aborrece, pero a quien mucho se asemeja, es Donald Trump, que exteriormente es distinto, pero en el fondo es muy parecido. Trump ha dicho, con cinismo sincero, que «odia a sus opositores». Esta es exactamente la postura de Sánchez, que no usa la palabra «odiar», pero sí el vocablo «muro», separando a los españoles en dos grupos, sus seguidores y los demás, a los que denigra como «la extrema derecha», o la «fachosfera», es decir, la escoria humana.

En otras palabras, más de la mitad de los españoles, los que no le votan y, por lo tanto, no merecen participar en la gobernación del país, son para él ciudadanos de segunda clase, cuya única participación en política debe ser el pagar impuestos y soportar los denuestos del presidente y sus ministros. ¿Qué queda de la antigua izquierda? ¿No se trataba de libertad, igualdad y fraternidad? Eso, evidentemente, pasó de moda. Hoy el lema de esta izquierda parece ser: corrupción, exclusión y duración.

Y así tenemos un Gobierno impotente, pero que puede hacer mucho daño. Es el Gobierno que desarma al país frente a sus enemigos aboliendo totalmente el delito de rebelión y parcialmente el de sedición; que tras ya indultar a los rebeldes en la primera legislatura, en la segunda, cuando sus votos le son más necesarios, los amnistía, desoyendo las recomendaciones de la Unión Europa por voz de la Comisión de Venecia; y desoyendo las promesas electorales del propio Pedro Sánchez, para quien la amnistía era inconstitucional cuando no necesitaba los votos separatistas y constitucional cuando los necesita. Toma principios, Groucho. No, hombre, son cambios de opinión.

«Es el gobierno incapaz de aprobar un presupuesto, lo que en un sistema democrático requiere la disolución del Parlamento»

Es el Gobierno que ni avisa, ni acude, ni acepta ayuda francesa en la terrible inundación de Valencia, la llamada dana del pasado octubre, ni, por supuesto, cumple sus promesas de asistencia económica. Sánchez, sin embargo, sí da muestras de agilidad huyendo en Paiporta de un temible damnificado armado de una imponente escoba, y dejando a los reyes hacer frente solos a las justificadas quejas de los vecinos, que, ante sus majestades, sin embargo, ni blandían ni amenazaban.

Es el Gobierno del apagón general del pasado abril, debido a la incompetencia, la ignorancia y la prepotencia de los funcionarios sanchistas.

Es el gobierno incapaz de lograr la aprobación de un presupuesto, situación que en un sistema democrático requiere normalmente la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones, en especial cuando esta situación dura más de dos años y con toda probabilidad durará al menos tres, e incluso, posiblemente, las presentes Cortes lleguen a su término sin haber logrado ver aprobado un presupuesto.

Y aquí aparece de nuevo el principio de desigualdad: cuando Rajoy, el de la «fachosfera» según Sánchez, se retrasó en lograr la aprobación de los presupuestos, Sánchez vociferaba que debía dimitir; en cambio, ahora, cuando Sánchez no sólo tiene que prorrogar los presupuestos sino que, violando la Constitución, ni se molesta en presentarlos, no tiene por qué dimitir, dice, porque él es progresista, lo cual le otorga un fuero especial. Viva nuestra izquierda: corrupción, exclusión y, sobre todo, duración.

«Para más ignominia, Sánchez pasó largas semanas en el palacio de La Mareta mientras España se quemaba, como Nerón ante Roma»

Sigamos con este sin par Gobierno de monstruos: este mes de agosto se ha padecido una tremenda ola de incendios sobre todo en el noroeste de España (también en zonas colindantes de Portugal). Muchos han sido cometidos por criminales incendiarios, pero el Gobierno los ha atribuido todos al calentamiento del planeta. Otros han puesto en duda tal explicación, alegando que las zonas más quemadas no eran las más cálidas de la Península, y que, en cambio, los incendios eran más atribuibles a la política de «respeto a la naturaleza» propugnada por el Gobierno, que prohibió los cortafuegos y la limpieza de maleza y matorrales.

El Gobierno ignoró este argumento, persistió en el suyo, e intervino muy poco en la lucha contra el incendio, alegando, entre otras cosas, que estaba escaso de fondos y medios por falta de presupuestos. Resulta difícil imaginar más clara autoacusación; para más ignominia, Sánchez pasó largas semanas en el palacio de La Mareta mientras España se quemaba, como Nerón ante Roma. Finalmente, cuando las cenizas ya estaban frías, hizo una gira de compromiso.

¿Y qué decir de un gobierno que ha creado un caos ferroviario como no recordaban los más viejos del lugar? La causa principal es, sin duda, la profunda inepcia del ministro, que además merece un Oscar de fanfarronería. También hay alguna relación entre el deterioro ferroviario y el ya referido apagón eléctrico.

Tampoco hay que echar en olvido la increíble política de vivienda de este singular Gobierno y su presidente. Durante estos siete años tal política ha consistido en no hacer ni una sola vivienda y dejar que los okupas se busquen la suya a costa de los propietarios indefensos, que se lo merecen porque probablemente habrán votado a la derecha. Y aquí vuelve a brillar el igualitarismo de nuestra izquierda: a los políticos progres les parece justo que gentes «vulnerables», generalmente ociosas y propensas a los estupefacientes, invadan y arrebaten la propiedad de gentes más acomodadas, sobre las que debe recaer el peso de la política social habitacional en tanto el Estado se desentiende y las casas de los políticos disfrutan de sólida protección policial. Consecuencia de esta ilustrada política progresista, los precios de la vivienda se han disparado y los jóvenes no pueden casarse, ni siquiera estudiar, porque no alcanzan a pagar ni un cuarto.

«Sánchez ha urdido un plan de recuperación infalible: convertirse en el paladín de Hamás»

¿Y qué decir de la inmigración ilegal? ¿Y de la corrupción en torno al presidente? ¿Y de la Ley de Libertad Sexual (o del Sí es sí), que, para defender a las mujeres, ha sacado de la cárcel o acortado sus penas a agresores y violadores? ¿Y de las pulseras para localizar a maltratadores que no funcionan porque se compraron de saldo? Por no hablar de la inflación, la creciente presión fiscal, la colonización de las instituciones, el torpe intervencionismo económico, y, sobre todo, las arbitrarias e inconstitucionales cesiones a catalanes y vascos. La lista de delitos, iniquidades y disparates de este Gobierno, impotente pero funesto, es interminable. Hará falta estar muy obnubilado por la ideología para votar por él en las próximas elecciones.

Ah, pero aún hay esperanza. Mientras descansaba en La Mareta, olvidado de los incendios, Sánchez ha urdido un plan de recuperación infalible: convertirse en el paladín de Hamás (su intimidad con Bildu le ha familiarizado con esos ambientes) y denunciar el llamado «genocidio» en Gaza, esperando recuperar así el prestigio y buen nombre nacional e internacional que había perdido por su corrupción y por su endeble e inepto gobierno de monstruos. Con este plan, un poco de suerte y un mucho de caradura, todavía puede salir con vida de las próximas elecciones. ¡Los monstruos se salvan! ¡La España progresista está de enhorabuena! Pero el pueblo soberano no aguanta más.

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