La guerra por la proteína (animal)
«Sigamos persiguiendo a nuestros ganaderos y pescadores, quintaesencia del maltrato animal, mientras nos preguntamos por qué sube la carne y el pescado»

Ganado bovino en las inmediaciones de un incendio, en Lugo. | Carlos Castro (Europa Press)
Precisamos de proteínas. Y comienzan a escasear, sobre todo las de origen animal, que apenas si cubren la demanda de una sociedad que las reclama y necesita. Repitamos lo obvio. Precisamos de proteínas, tanto de origen vegetal como animal. Si no la consumimos, enfermamos. Por eso, las dietas veganas precisan de refuerzos varios, entre ellos hierro y vitaminas. Así lo dictamina nuestra especie, omnívora. Consumir carne y pescado, en su justo equilibrio, es fuente cierta de salud, indispensable en momentos de crecimiento o de embarazo, por ejemplo.
Sin embargo, desde hace algún tiempo, su consumo recibe críticas feroces por causas diversas. Desde la supuesta crueldad del sacrificio de seres vivos hasta las repercusiones de la ganadería en el medio ambiente, pasando por la huella de CO2, consumo de agua y un largo etcétera. Y no solo es cosa de animalistas ni de militantes vegetarianos, no. La propia ONU se apuntaba al carro al desaconsejar el consumo de carne. La bondad, la salud, la sostenibilidad, lo moral, han dictado sentencia. Ganaderos, pescadores, mataderos, carniceros, pescaderos, restaurantes y consumidores de carne, culpables. Que caiga sobre ellos el oprobio y el descrédito.
Los activistas, animados –o financiados– por esta sacrosanta cruzada, atacan granjas o mataderos, mientras que supuestos investigadores denuncian a unas y otras instalaciones ganaderas por trato vejatorio de los animales, con razón, en alguna ocasión, pero mediante burda manipulación, casi siempre. Lanzar el mensaje de «pobres animalitos» es rentable, porque toda la sociedad lo compra con alborozo, ternura y entusiasmo. Así, redimimos el sentimiento de culpa carnívora que nos han inculcado, para irnos, después, de barbacoa.
Somos una sociedad urbana, sin otro contacto animal que el que mantenemos con nuestras adorables mascotas, que tratamos como a uno más de la familia. Y, claro, nos horroriza el pensar en el estrés que sufrirán los pobres animales enjaulados y en la matanza industrial que les aguarda en el matadero. Por eso jaleamos a esos jóvenes idealistas que asaltan y atacan a ganaderos e industriales. Los políticos, haciéndose eco de ese sentir general, no dudan en prohibir la ampliación e instalación de granjas –ahora bautizadas como macrogranjas– y en dificultar, complicar y encarecer toda actividad ganadera o pesquera.
La guerra contra la carne, de manera sibilina comenzó hace ya años. Y peor aún en Europa, empeñada en disminuir la cabaña ganadera en nuestro continente. Normas y proyectos de directivas absurdas e incumplibles amenazan con dar la puntilla a unos ganaderos desmotivados y humillados. ¿Qué profesional joven desearía incorporarse a un sector tan denostado y estigmatizado? Y éramos pocos y parió la abuela. La última PAC, inspirada en el principio de que el campo de los europeos es para pasear, abomina de las instalaciones agrícolas y ganaderas de cierta dimensión y productividad. O sea, que persigue al sector que es capaz de producir alimentos a un precio razonable. Solo tolera, bajo el lema de la granja a la mesa, la pequeña explotación, lo que nos parece muy bien, siempre que estemos dispuestos a pagar el alto coste que precisan para subsistir.
«Debemos agradecer a nuestras autoridades, sobre todo las europeas, el servicio a la causa del desmantelamiento ganadero»
Pues dicho y hecho. Nos aplicamos contra agricultores y, sobre todo, ganaderos. Y estamos de enhorabuena, porque lo estamos consiguiendo. La producción cárnica disminuye con rapidez, para gozo colectivo. Pero aún nos queda tarea por delante, debemos erradicarla por completo. Los ganaderos deben desaparecer, con su carga de crueldad, CO2, maltrato, olores y contaminación a cuestas. Nos sentimos moralmente satisfechos con nuestra tarea. Somos los buenos, los que luchamos por los derechos de los animales, frente a esos desalmados de los ganaderos y matarifes que se lucran con el tráfico de los cadáveres de los animalitos asesinados.
Debemos agradecer a nuestras autoridades, sobre todo las europeas, el servicio a la causa del desmantelamiento ganadero. Y no les está resultado nada fácil, los insensatos se aferran a sus explotaciones argumentado que es su modo de vida durante generaciones. Idiotas. Que se vengan a la ciudad y se hagan camareros o repartidores de Glovo, que los necesitamos. Gracias también, a los heroicos movimientos animalistas y colectivos varios que se esfuerzan por la felicidad animal y la justicia social. Deberíamos hacerles un monumento. Y, de paso, darles más subvenciones, que poco reciben para el bien que hacen.
Y mientras comemos unas sabrosas chuletas de cordero, vemos por la televisión que nuestros bosques arden como nunca. Los locutores, sabios y prudentes, culpan de ello al cambio climático. Tienen razón, asentimos. Pero, entonces, sacan a un paleto que afirma que, como ya no quedan ganaderos ni ganados, el monte se ha convertido en un polvorín. Inaceptable. ¿Cómo dejan que hable ese cateto? Que le quiten el micro, por favor, no vaya a herir la sensibilidad de nuestros hijos, atónitos por lo que acaban de escuchar mientras saborean su nugget de pollo.
De regreso a casa, en la radio del coche, escuchamos la crisis de huevos que sufren en EEUU, donde cada huevo supera el dólar de precio. Por lo visto, la gripe aviar ha obligado al sacrificio de muchos animales y no llegan suficientes al mercado. Hacemos cuentas rápido, más de 12 euros la docena, qué horror, en comparación con lo que nos cuestan en el Mercadona. ¡Qué barbaridad, adónde vamos a llegar! Seguro que los ganaderos y distribuidores se estarán forrando. Y nos indignamos. La cesta de la compra sube y sube. ¿Cómo permite el Gobierno ese abuso? ¡Qué intervengan los precios ya! Si ya nos cuesta llegar a final de mes, el precio prohibitivo de los alimentos nos dará la puntilla.
«Turismo rural, cómo nos gusta el campo y la naturaleza. Por eso, estamos contra los regadíos, las presas y los trasvases»
Después de la siesta, organizamos nuestro próximo fin de semana. Turismo rural, cómo nos gusta el campo y la naturaleza. Por eso, estamos contra los regadíos, las presas y los trasvases. Qué barbaridad ecológica. Tras las granjas, son nuestros mayores enemigos. Tenemos que acabar con todos ellos y cubrir sus campos de paneles fotovoltaicos, que eso sí que es economía verde y sostenibilidad. Estos agricultores y ganaderos son odiosos, solo hacen fastidiar nuestros paseos bucólicos por el campo, atacar al medio ambiente, maltratar animales y encarecer nuestra comida. ¡Y qué pinta de sucios tienen, y qué mal hablan!
Nosotros, avanzando en la economía digital, mientras que ellos, atrasados, aún parecen divertirse arrojando cabras desde el campanario. A ver si conseguimos que desaparezcan para dar paso a monitores de turismo activo y a nómadas digitales, que son los que darán vida a los pueblos. Seguro. Y, ya que hablamos de la cosa, a qué precios se han puesto las frutas y hortalizas. De seguir así, solo los ricos podrán comerlas, que vaya tela lo aprovechados que son los agricultores.
Leemos en prensa digital que, esta pasada semana, el Banco Central Europeo, ha advertido sobre el fuerte incremento de la cesta de la compra de los europeos. La inflación de los alimentos es muy superior a la media, lo que complica nuestra economía doméstica. Tiene razón, bien dicho, comer se está poniendo carísimo. Los agricultores y ganaderos, siempre jodiendo. Al menos, nos reconfortamos, la Comisión Europea vuelve a limitar los productos fito y zoosanitarios y obliga a un absoluto control digital a las explotaciones agrarias. Pues hace muy bien, no nos podemos fiar ni un pelo de ellas. Leña al mono hasta que hable inglés.
Escuchamos a un petardo afirmar en redes sociales que comenzamos a sufrir la venganza del campo. Qué tontería. Y pensar que ese tío ha llegado a ministro, parece que regalan las carteras. No sabe lo que dice. Comida nunca nos faltará. Basta que la traigamos de fuera y ya está. Y no preguntaremos ni cómo la crían ni cómo la cultivan, qué ordinariez. Que entre baratita y ya está. Que bastante exigimos a los nuestros como para tener que ir con la monserga a los de más allá.
«¿Cómo van a escasear los huevos, la carne y el pescado en Europa? Tonterías»
«Papá, mamá, nos preguntan nuestros hijos. Si hay guerra, ¿cómo vendrá esa comida? ¿Y si se la venden a los chinos? ¿Y si hay una sequía grande?». Sonreímos con condescendencia, qué cosas tienen los niños. Anda, callad, les respondemos, mientras pensamos en el día que iremos al Carrefour a hacer la compra. Que no se nos olvide la carne ni el pescado, que somos padres responsables y queremos que nuestros hijos crezcan fuertes y sanos.
Al llevarlos al colegio, escuchamos que la gripe aviar ha llegado a España y que se han tenido que sacrificar 800.000 gallinas ponedoras. Los huevos suben y suben y nos acordamos de los que pasó en los Estados Unidos. Pero, no, eso no puede pasar aquí. Aquello sería una maldad más de Trump, seguro. ¿Cómo van a escasear los huevos, la carne y el pescado en Europa? Tonterías.
Y, sin enterarnos, la guerra por las proteínas (animales) ha comenzado. Dispongámonos a sufrirla y pagarla. Pero, eso sí, sigamos persiguiendo a nuestros ganaderos y pescadores, quintaesencia del maltrato animal, mientras nos preguntamos por qué sube la carne y el pescado. Nos resulta realmente inexplicable. ¿Por qué será que se han puesto por las nubes? Es que no le encontramos explicación alguna…