Historia de dos candidatos
«Si se hiciera un largometraje de ficción sobre Sánchez, nos saldría una amarga fábula sobre la inconsistencia del electorado y su tolerancia al engaño»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Admítase que la coherencia de Pedro Sánchez resulta admirable: no hay asunto sobre el que su avatar presidencial haya dejado de contradecir al candidato que alguna vez fue. En cuanto dijo el otro día a la CNN que volvería a presentarse a las elecciones generales, las redes sociales se llenaron de vídeos del joven Sánchez llamando a promover la limitación de mandatos: ¡dos legislaturas como máximo! Si hoy le preguntasen, diría que solo es otro cambio de opinión: las circunstancias han cambiado y no puede dejarnos solos ante la ultraderecha.
Su tácito desmentido me trajo a la memoria aquella película que el difunto Robert Redford protagonizó en 1972: El candidato. Dirigida por Michael Ritchie y escrita por Jeremy Larner, quien por cierto ganó el Óscar, el film relata el camino que conduce a un joven abogado comprometido con las causas sociales a la candidatura demócrata al Senado en California. Hijo de un exgobernador, Bill McKay rechaza la política ordinaria por corrupta e ineficaz; si acepta la oferta, es porque le prometen que hará campaña a su manera: la derrota es casi segura, hay margen para arriesgar. Y aunque McKay va moderando su mensaje para evitar una catástrofe en las urnas, hablará en conciencia durante un debate televisado y su padre le prestará un apoyo público clave: logra, contra pronóstico, la victoria. Pero el malestar lo embarga: el candidato electo se vuelve hacia su consultor político en plena celebración y le pregunta: «¿Qué hacemos ahora?». Antes de obtener respuesta, la multitud se los lleva a rastras.
«Sánchez siempre ha sido un cínico sin convicciones que supo moverse en el interior del PSOE madrileño»
Estamos ante un genuino idealista que termina engullido por la maquinaria política que deseaba combatir: empieza la campaña con jerséis de cuello vuelto y la termina con un traje impecable. Por supuesto, hay otra manera de interpretar la historia: el sistema asimila a sus disruptores y eso —pensemos en Pablo Iglesias— tiene sus ventajas. No obstante, el mensaje que la película quiere transmitir en plena era Nixon es otro; sus autores desean que los progresistas abandonen las convenciones y dejen hablar a los candidatos que tienen algo nuevo que decir… si bien la película misma plantea alguna duda sobre la eficacia de ese programa alternativo, ya que McKay debe su empujón final a la popularidad de su padre.
Volvamos a Sánchez. Guapo también, aunque de otro estilo, el líder socialista representa lo contrario que McKay: si este fue de verdad un idealista, Sánchez siempre ha sido un cínico sin convicciones que supo moverse en el interior del PSOE madrileño antes de participar bien apadrinado en las primarias del partido. Posó en ellas primero como regeneracionista socioliberal (cuando propuso al congreso un gobierno de coalición con Cs) y luego como populista de izquierda (cuando rehusó ofrecer un gobierno de coalición a Cs). Sobre todo, dijo en todo momento a los votantes lo que querían oír: cuentos de hadas para un futuro dorado. A diferencia de McKay, personaje lleno de escrúpulos, Sánchez sabe lo que quiere y moviliza todos los medios a su alcance para conseguirlo: cuenta con persuadir a sus votantes de que nada es lo que parece y, en todo caso, peor es que vengan los malos.
Si se hiciera un largometraje de ficción sobre Sánchez, en fin, nos saldría una amarga fábula sobre la inconsistencia del electorado y su tolerancia al engaño; siempre y cuando a uno lo engañen los «suyos». O sea: si usted no estaba de acuerdo con la España plurinacional o la amnistía, seguro que ya se le ha olvidado; en cuanto a la corrupción, ¡no querrá que robe la derecha! Ese hipotético filme sería de lo más instructivo: un Maquiavelo para la era digital. Algo me dice, sin embargo, que nadie la hará.