Al final de la escapada
«Pedro Sánchez ha gobernado casi sin guion, en una improvisación constante lo que ha dado a sus legislaturas un aire aventurero innegable»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Los cinéfilos recordarán que el título de esta columna coincide con el de la película de Jean-Luc Godard (À bout de souffle, 1960) que pasa por ser una de las cintas fundadoras de lo que se llamó la nouvelle vague del cine francés, aquel intento, ciertamente juvenil, de revolucionar la narrativa que ha dejado huella en la manera de entender el cine. La película, una historia de amor loco entre dos actores con una imagen extraordinaria, la norteamericana Jean Seberg y el francés Jean-Paul Belmondo, se empezó a rodar sobre una idea de Truffaut para la que no existía un guion previo. Los que no la hayan visto se preguntarán cómo acababa el asunto, pero me parece que una de las moralejas de esa historia es que los finales tienen menos importancia de lo que parece, pura apología del juvenilismo de aquella década ya tan lejana.
No sé si quedará alguien capaz de comparar a Pedro Sánchez con el Michel de Jean-Paul Belmondo, pero me parece que es muy verosímil que entre alguno de sus apologetas se abrigue la sospecha de que hay varias analogías a las que agarrarse. Para empezar, Sánchez ha gobernado casi sin guion, en una improvisación constante lo que ha dado a sus legislaturas un aire aventurero innegable, pese a que seguro serán mayoría los que vean como chapuzas lo que sus seguidores tratan de presentar como memorables batallas al filo de la navaja.
La mayor diferencia está, sin embargo, en que nuestro primer ministro está empeñado en su supervivencia al precio que sea, se niega a situarse frente al abismo de su desaparición, mientras que en el personaje cinematográfico no hay la menor muestra de esa obsesión por la supervivencia: es una diferencia esencial entre un hombre poderoso y un trotamundos. Sánchez nada tiene que ver con la ética de un vividor aventurero porque pese a haber cultivado una imagen juvenil, siempre se ha comportado con las reglas de quien busca, sobre todo, aumentar su nivel de poder y su capacidad de supervivencia. Michel-Belmondo podría hacer suyo el atrevido lema marinero, navigare necesse est, vivere non necesse; mientras Sánchez no ha hecho otra cosa que acumular precauciones y tretas para protegerse frente al deterioro, una norma de proceder esencialmente burguesa.
Sea lo que fuere, Sánchez se encuentra ahora, aunque no sea la primera vez que le ocurre, frente al precipicio, ante una amenaza seria de severa censura en las urnas. Fiel a su trayectoria, va a procurar una vez más que el destino no le sea tan adverso como tantos le barruntan, pero tiene cada vez menos tiempo para conseguirlo por mucho que sean dos los años de los que, según los papeles a los que no suele hacer mucho caso, dispone.
Tras el largo paréntesis en La Mareta, protegido por tierra, mar y aire de cualquier desventura, Sánchez ha empezado el nuevo curso con un ímpetu renovado y tratando de abrir nuevos frentes que le resulten favorables. Para empezar, ha huido cuanto puede del escenario nacional para presentarse como un líder global, aunque sólo sea ante los atónitos españolitos porque en los medios internacionales nadie ha tomado nota de que ha aparecido un nuevo héroe frente a los principales villanos que son Trump y Netanyahu, pero tal vez haya cometido un desliz notable al apresurarse a aplaudir el plan de pax americana, verosímilmente cansado de un protagonismo tan solitario.
«Lejos de cualquier apariencia de respeto a las reglas del pluralismo ha convertido a TVE en su canal particular»
En el ámbito interior, además de continuar su batalla contra los jueces que se empeñan en afear las conductas de los suyos y su defensa del honor dudoso de esos presuntos delincuentes, y a la proclamación incesante de que no dejamos de mejorar en nuestra situación económica, para envidia de Europa y del universo mundo, ha abierto un frente de comunicación bastante ambicioso. Lejos ya de cualquier apariencia de respeto a las reglas del pluralismo y a las normas que se supone lo promueven, ha convertido a TVE en su canal particular y ha visto cómo le crecen las audiencias porque está siendo capaz de insuflar nuevos ánimos a sus seguidores más atribulados.
En esa misma línea han empezado a aparecer encuestas que tratan de mostrar cómo Sánchez, lejos de acercarse a su final, experimenta un crecimiento en las adhesiones de los españoles que dejaría en ridículo a cualquier imagen de la primavera. Primero fue Tezanos, con su CIS que descubrió cómo crecían de forma espectacular las expectativas de victoria para Sánchez, y luego, para que no se dijese que Tezanos se pasa con los arreglos de cocina, ha irrumpido en la escena un estudio del gran Iván Redondo, el mismo analista que supo ver en Yolanda Díaz una promesa de primera presidenta del Gobierno, que afirma que el PSOE ganaría limpiamente las elecciones sobrepasando en varios puntos al PP y nadie podrá decir que Redondo se deja llevar por el partidismo pues sabidas son sus grandes diferencias con Sánchez al que abandonó hace ya tiempo, de manera que ya nadie podrá decir lo de que todas las encuestas, salvo las del CIS, dan a Sánchez por amortizado, misión cumplida.
Con este panorama, Sánchez empieza a proclamar la idea de que, lejos de estar al final de la escapada, navega por aguas seguras a mitad de su antepenúltima legislatura, pues planea llegar a 2031, fecha que tiene lo suyo por lo del centenario. ¿Le comprarán los españoles esta narrativa? No parece nada fácil, porque los problemas que padecen muchísimos ciudadanos –la carestía de la vida, el precio de la vivienda y la ausencia de expectativas inmediatas de que ambas dolencias puedan obtener remedio– hacen difícil que se pueda recuperar el voto para un gobernante que no cuenta nubes como Zapatero, pero vive en ellas a lo que parece.
En esta estrategia de comunicación, se le ha escapado a Moncloa un detalle y es que el jefe de Gabinete de Sánchez se ha ido a Londres a soltar un discurso que, al estar en inglés, tal vez pensó que no llegaría muy lejos en la península. Alberto Olmos ha hecho en El Confidencial una exégesis completa del notable discurso de Diego Rubio que no tiene desperdicio. La revelación consiste en afirmar que Sánchez no piensa que la inmigración nos plantee el menor problema, sino que constituye la mejor solución de nuestros males, más emigrantes, pues, para seguir creciendo económicamente por más que economistas sectarios y comentaristas mediocres se empeñen en ensombrecer el panorama.
Con esta bendición demográfica, a Rubio le parece que lo demás son problemas que tienen arreglo, aunque no dedique ni una línea a explicar cómo, le basta con subrayar que la fórmula de más emigrantes al precio que sea es una especie de Bálsamo de Fierabrás, un ungüento curativo y una panacea de todos nuestros males, los económicos y, habría que añadir, los políticos, porque mal manejado por la ultraderecha este falso problema facilita el camino de Sánchez hacia su nuevo mandato. Queda por ver si, en un nuevo quiebro, Sánchez adopta la doctrina Rubio como guía de campaña o prefiere alguna otra estratagema más cercana al realismo, pero aún hay tiempo para decidir cuál es el fin de esta carrera tan llena de sobresaltos porque la fecha decisiva, si es que lo es, solo la conoce Sánchez.