Las lágrimas de las cosas
«El ecosistema digital de los ‘haters’ se alimenta de la descalificación del hombre por sus ideas más que por sus actos; peor aún: por la caricatura de sus ideas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«Bisogna saper leggere» era el consejo que daba el eminente historiador alemán Jacob Burckhardt a sus discípulos. «Es preciso saber leer» entre líneas, incluso las lagunas que haya en los documentos o los vacíos en los archivos. Los dogmas sociales imponen relatos o los silencian –por eso la historia tiene siempre algo de reescritura– de acuerdo con los intereses del momento: ya sean favorables al poder o contrarios al mismo; ya sean conservadores o revolucionarios. Es preciso saber leer significa que haríamos bien reconociendo en la historia no tanto una herramienta para la ideologización de las masas (algo tan común por otro lado) como la sabiduría acumulada en torno a nuestra propia humanidad. Si la analizamos sin ira –a la manera de Montaigne, para entendernos–, el retrato que emerge aparece cargado de un atónito asombro.
Los errores se mezclan con los aciertos, las virtudes con los vicios, la belleza con la fealdad, la generosidad extrema con la maldad. Pero ni siquiera el escepticismo puede negar la grandeza del espíritu humano: nuestro anhelo de desafiar las fronteras del conocimiento, nuestra voluntad de hacer el bien frente a la injusticia, la capacidad del arte para derrotar el tiempo y situarse fuera de él y junto a nosotros («Yo no reconozco ningún arte de vanguardia –solía decir el gran director de orquesta Sergiu Celibidache–. Todo arte verdadero habita más allá del tiempo»).
«Nuestros mayores errores proceden de fallos de la inteligencia. Con la sobredosis emocional, no se puede pensar»
No hace mucho, el obispo noruego Erik Varden recomendaba en un podcast hacer lectio divina con el pasado de uno mismo. De este modo, también se aprende a leer el tiempo en que vivimos. No es una labor sencilla. Al contrario, nuestras pasiones nos ciegan en una dirección u otra. Resulta tan fácil descalificar al adversario como exaltar a los nuestros (y perdonen que emplee una categorización tan tópica). El ecosistema digital de los haters se alimenta de esta descalificación del hombre por sus ideas más que por sus actos; peor aún: por la caricatura de sus ideas. También aquí es preciso saber leer, reconociendo que nuestros mayores errores proceden de fallos de la inteligencia. Con la sobredosis emocional, no se puede pensar.
Varden utiliza el concepto de lectio divina precisamente para reforzar la noción de la lectura como ejercicio espiritual. Es decir, como aquella práctica que, bien realizada, esculpe la conciencia y cultiva una mirada concreta: introvertida sin ser ajena al mundo; amigable sin ceder al engaño de las apariencias; distante y recogida, a la vez que cercana y atenta a la escucha de lo que somos y hemos sido. Una mirada que no niega el pasado, sino que medita y aprende para construir una esperanza compartida que acoja y no excluya.
Sin esta mirada –que sostiene la vida democrática–, la historia se convierte en propaganda y la cultura en espectáculo. «Bisogna saper leggere» implica resistir la superficialidad; pero, más aún, comprometerse con la verdad de las cosas. En la Eneida, Virgilio evocaba «las lágrimas de las cosas» para referirse a la tristeza inherente a una realidad herida. Comprometerse con la verdad supone escuchar esa tristeza; no pasar de largo, como si no fuera con nosotros.
Las guerras son una demostración de ello, pero no sólo las guerras. Hay una dignidad inmensurable en el hombre que sabe perdonar y otra no menor en quien acepta ser perdonado. Ambas comparten una misma raíz, una especie de humilde lucidez. Las heridas sanadoras son también las que nos recuerdan qué lejos estamos de nuestros ideales.