The Objective
Fernando Savater

Payasos sin fronteras

«Nuestros payasos de guardia han protestado contra la iniciativa de paz de Trump, que puede estropearles su exhibicionismo propalestino, en realidad proterrorista»

Opinión
Payasos sin fronteras

Protestas pro-Palestina en Barcelona. | Davide Bonaldo (Zuma Press)

¿Se acuerdan de cuando había circos? Era hace mucho, en aquella época reaccionaria donde abundaban más que ahora las libertades y sus innegables pecados. En la pista del circo aparecían de vez en cuando los payasos para, con sus estrafalarias y tiernas pantomimas, distraer la atención del respetable mientras se montaba la jaula de las fieras (lo mejor de la función, a mi depravado gusto infantil) o los trapecios de los funambulistas. La gente, sobre todo la chiquillería, se reía con el número cómico y no veía venir el más serio, terrible, en el que los más valientes se jugaban la vida. Pues ahora en ese circo trágico –un circo a la romana, en el que no falta ni un remedo de Nerón– de Oriente Medio vuelven a darse los eventos del antiguo espectáculo, con sus sobresaltos y gritos de horror, pero también con las pantalonadas grotescas que mueven a la risa.

Uno quisiera que estos días en que se cumplen dos años del espeluznante crimen colectivo cometido por Hamás que acabó con los jóvenes judíos que se divertían en la fiesta Nova, los asesinó, violó y torturó a las chicas, raptó a 500 de los cuales algunos aún se cree que están vivos, etc., no se hablara más que de aquella matanza atroz y de sus víctimas. Porque allí sí que hubo una voluntad de genocidio y con todos sus agravantes: el programa político de Hamás –ahí está para quien quiera leerlo– empieza poniéndose como objetivo el exterminio de todos los judíos que viven entre el río y el mar y, por tanto, allí deben morir sin contemplaciones. Por ser judíos y por estar allí: ese propósito de exterminio es lo que en buena lógica y mejor prosa debe llamarse «genocidio», no lo que le apetece sectariamente a los patanes ideológicos dispuestos a dar la razón a cualquier antioccidental.

Si alguien sabe de teoría y práctica de los genocidios son los judíos, que están amenazados por ese flagelo desde hace cientos de años. Y han aprendido, después de persecuciones y repetidos exilios de Francia, Inglaterra, Holanda y España, que lo único que ahora puede impedir el genocidio en su tierra originaria es el Tsahal, el magnífico ejército hebreo.

Heroicamente, el Tsahal ha logrado derrotar de modo casi inverosímil a los ejércitos de los países árabes vecinos que desde 1948 han intentado acabar con la presencia de Israel sobre la Tierra Prometida. En la guerra perpetua –porque lo es– contra Israel, el esplendor del Tsahal ha conseguido que ya no haya ejércitos enemigos frente a él, solo traicioneros terroristas reptando contra el país más amenazado del mundo. La masacre de la fiesta de Nova demostró que hay fisuras en el escudo de la defensa israelí, pero lo que ha venido después demuestra otras debilidades quizá políticamente peores.

La respuesta de Israel contra Hamás ha pretendido extirpar la amenaza del terrorismo antijudío de una vez por todas, pero eso exige una auténtica masacre en Gaza porque los terroristas se refugian entre la población civil y bajo ella, en túneles que zapan todo el territorio. La guerra contra Hamás quizá hubiera sido aceptada a otro país, pero no se le tolera a Israel y ahí se demuestra que el ancestral antisemitismo, disfrazado ahora de antisionismo, sigue aún tercamente vivo. Siempre se aceptan justificaciones que disculpan el constante terrorismo contra el Estado judío, pero no se tolera ninguna extralimitación en su defensa, por imprescindible a medio plazo que sea.

«Después del siniestro estropicio de la Vuelta a España, ha venido el sainete marítimo de la flotilla propalestina, en realidad pro-Hamás»

Israel tiene que acostumbrarse a pelear con un brazo atado a la espalda y, aun así, lo que haga con el otro será sometido a severa inspección por gobiernos democráticos que deberían simpatizar con él por fraternidad política. Aunque semejante en casi todo, salvo en su vigente ortodoxia teocrática, para los países occidentales lo cierto es que Israel nunca será del todo «uno de los nuestros». Llevado por su instinto de supervivencia tras el atroz atentado del 7 de octubre, ha olvidado que hay cosas que no puede permitirse y ha perdido el relato en gran parte del mundo al que pertenece.

Y mientras, los payasos siguen haciendo sus numeritos para desviar la atención de lo que ocurre realmente en el drama de Oriente. Sobre todo en países como España, cuyos gobernantes tanto tienen que ocultar. Después del siniestro estropicio de la Vuelta a España –uno de los episodios más lamentables de los tiempos recientes en nuestro país–, ha venido el sainete marítimo de la flotilla propalestina, en realidad pro-Hamás, donde han embarcado como en el Arca del Diluvio representantes de las peores especies políticamente venenosas que padecemos. Hasta un cronista de El País fue en la farándula, para que no faltase nadie. Volvieron todos enseguida para contarnos las terribles vejaciones que sufrieron a manos de aquellos a los que habían ido a insultar mientras defendían a los suyos. Y entre tanto, se prodigan los gestos a la española, es decir inútiles pero ofensivos, como el embargo de armas a Israel o la anulación de contratos marcados de cerca o de lejos con la estrella de David.

En lugar de centrarnos en recordar la matanza de hace dos años, los payasos nos distraen en la legitimación a priori de las que pueden venir después. Ahora, gracias por una vez al malhadado Trump (al que también se debió el pacto de Abraham, no lo olvidemos), se plantea una oportunidad de suspensión de hostilidades entre los contendientes. De inmediato nuestros payasos de guardia han protestado contra la iniciativa, que puede estropearles su pavoneo buenista y su exhibicionismo propalestino, en realidad proterrorista. Ha llegado el momento de que los que queremos la democracia para nosotros la queramos también defender en casa de los demás. ¡Fuera payasos antisemitas!

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