La extraña parafilia de Dominique Pelicot
«No puedo entender el poco interés intelectual que parece haber propiciado en general un comportamiento tan profundamente anómalo como el de Sr. Pelicot»

Una hormiga infectada por un hongo Cordyceps. Este toma el control del insecto para llegar a un lugar elevado desde el que lanzar sus esporas. | Wikimedia Commons
Gisèle Pelicot vuelve a estar en las noticias. Regresa a los tribunales para la apelación del único de los 51 acusados que impugnó su sentencia. Recordarán su extraordinario y aberrante caso: Dominique Pelicot, su marido, fue condenado en el mayor juicio por violación de la historia de Francia. Durante más de una década, la drogó hasta dejarla inconsciente y dejó que abusaran de ella alrededor de 51 hombres que había reclutado en chats de internet. Dominique Pelicot filmó las agresiones y las catalogó cuidadosamente en un disco duro, lo que permitió a los investigadores localizar a la mayoría de los implicados. Alrededor de 20 no pudieron ser identificados y siguen prófugos. Dominique Pelicot recibió la pena máxima de 20 años de cárcel.
Y si lo llamo «aberrante» no es sólo por sus aspectos morales. Lo es porque los casos de abuso sexual masculinos suelen ser, desde tiempo inmemorial, de signo totalmente opuesto. La literatura, científica o de letras, trata ampliamente sobre agresiones y asesinatos debidos a afrentas sexuales. Ya sabemos que los hombres experimentan celos sexuales de forma, incluso, explosiva. Y, no, no son meramente producto de esta sociedad patriarcal y controladora que nos moldea. Bien al contrario: los celos masculinos tienen raíces profundas pues resultan del pánico ancestral de los machos a criar hijos que no sean suyos. A ser, como esos pájaros incautos burlados por un galán que pretende un beneficio a coste cero, «cucoleados».
Como dice Christopher Boehm en Hierarchy in the Forest: The Evolution of Egalitarian Behaviour, cuando algo opera en el fenotipo del día a día de distintos individuos (variación), acaba reflejándose en el genotipo profundo. Entonces, ¿qué clase de macho humano es el Sr. Pelicot? Entiendo que su caso fuera una perita en dulce para las feministas sectarias y poco exigentes. Pero no puedo entender el poco interés intelectual que parece haber propiciado en general un comportamiento tan profundamente anómalo y antimasculino. Quizá porque el tótem del macho hetero y perverso nos tiene paralizados.
Pero el antropólogo Peter Frost ha escrito un artículo, ¿Los parásitos están afectando nuestro cerebro?, que apunta a una idea que literalmente nos vuela la cabeza. Habrán oído hablar de que ciertos parásitos son capaces de alterar el comportamiento de sus huéspedes. Hay un hongo (el Ophiocordyceps unilateralis) que hackea el cerebro de cierta hormiga, la «zombiniza» y, tras una serie de episodios, de su cabeza sale un nuevo hongo «caza hormigas». No le va a la zaga el Toxoplasma gondii, diminuto parásito que puede infiltrarse en el cerebro de los ratones haciéndoles menos temerosos de los gatos que acabarán infectando a los humanos. Humanos que adoptarán comportamientos arriesgados que les relacionan, por ejemplo, con accidentes de tráfico.
Y ahí viene lo fascinante, un grupo de investigadores checos está convencido de que algunas cepas de T. gondii han desarrollado la capacidad de manipular el comportamiento humano, en concreto el comportamiento sexual. Los huéspedes machos tienden, no solo a tener más parejas sexuales, sino también a practicar habilidades eróticas que transmiten el parásito con mayor eficiencia y que me ahorro describir. Hay que subrayar que es un estilo de sexualidad que no beneficia al huésped desde el punto de vista reproductivo.
«Cada vez sabemos más del papel de los parásitos en nuestras vidas y en nuestra conducta»
Pero T. gondii podría no ser el único parásito ETS que manipula la conducta humana. Peter Frost nos habla de trastornos neurocognitivos asociados al VIH o los que tienen que ver con los hongos vaginales Candida albicans. Pero también abre la puerta a explicar ciertas parafilias antirreproductivas difíciles de razonar con la teoría evolutiva. Y dice: «Otros patógenos pueden ser responsables de ciertas parafilias, como el fetiche del cornudo, en el que un hombre abandona la protección de su pareja e incluso siente placer ante la perspectiva de ser engañado».
El antropólogo asegura que este fetiche está ausente en una literatura grecorromana tan generosa al describir una amplia gama de sexualidades alternativas. Según sus investigaciones, las primeras referencias a esta parafilia provienen de la Inglaterra del siglo XVII, particularmente entre comerciantes. Y si tiene que conjeturar su origen biológico, las fechas y el comercio apuntan a esclavos importados por comerciantes ingleses de África Occidental. Añade: «Debido a la alta tasa de poligamia de la región, las condiciones eran ideales para la evolución de las ETS, que podían propagarse inhibiendo, o incluso invirtiendo, los celos sexuales masculinos. Cabe recordar que las barreras de transmisión ya eran bajas. El jefe de familia era generalmente un hombre mayor que no podía satisfacer a todas sus esposas. Y sus esposas a menudo eran solicitadas por hombres jóvenes solteros, como ocurre inevitablemente en la poligamia».
¿Una locura? Sabemos de la existencia de parásitos que utilizan diversas estrategias de reclutamiento de huéspedes. El caso del Toxoplasma gondii rompió el marco en su momento. Nuestros complejos circuitos neuronales, nuestra naturaleza social y nuestras densas poblaciones nos convierten en vectores ideales para la transmisión de muchas enfermedades. Incluso si un parásito inicialmente no tuviera la capacidad de manipular el comportamiento humano, esta facultad podría evolucionar en un espacio de tiempo relativamente corto.
Cada vez sabemos más del papel de los parásitos en nuestras vidas y en nuestra conducta, con carga más neutra cuando hablamos de microbiota intestinal, por ejemplo, o de otras más comprometidas como las que explora Peter Frost. En todo caso, podrían abrir nuevas vías de investigación, no solo sobre las ETS, sino también sobre el rico y extraño mundo del comportamiento sexual humano. Como el tan aberrante de Dominique Pelicot.