El Nobel de la esperanza
«Produce repulsa la crítica de la izquierda española al Nobel de Machado. Implacable con las dictaduras del pasado, como la de Franco, pero cómplice con las vivas, como la de Maduro»

María Corina Machado. | Ilustración de Alejandra Svriz
Leí, frotándome los ojos de asombro y alegría, la exposición de motivos del Comité Noruego del Nobel de la Paz 2025 para otorgarle a María Corina Machado el premio. Es un texto perfecto. Entiende la naturaleza dictatorial del régimen venezolano, honra la heroica lucha de los ciudadanos de esa nación por recuperar su democracia e inscribe ese retroceso autoritario en el contexto mundial de ascenso de los iliberalismos. Y, desde luego, destaca la valentía personal y el liderazgo de María Corina Machado, que logró, pese a estar ilegalmente inhabilitada, construir una alianza opositora, movilizar a la sociedad e imponerse en las urnas a la dictadura, pese a las presiones y acciones del gobierno en su contra, algunas de una violencia inusitada.
La gesta antes, durante y después de los comicios para concretar la derrota de Maduro está ya inscrita en la historia democrática de América Latina. Tras el fraude y la represión que permitieron a Nicolás Maduro conservar ilegalmente el poder, Machado permanece en su país y, desde la clandestinidad, sigue encabezando las demandas por una transición pacífica hacia la democracia en Venezuela. El Nobel de la Paz lo ha recibido una mujer que vive oculta en su propio país y que tiene a muchos de sus colaboradores en el exilio, en la cárcel o desaparecidos.
Este premio envía un mensaje de respaldo a las luchas democráticas en el continente. Si aceptamos el concepto de Édouard Glissant del Caribe como Todo-Mundo, sus ecos se sienten ya de Cuba a Colombia, de México a Nicaragua. Pese al descrédito de muchas instancias internacionales, empezando por la maltrecha ONU, y en un mundo de acelerado retorno a las áreas de influencia, el premio confirma que aún resisten algunas instituciones capaces de leer con claridad los desafíos de nuestro tiempo y de honrar a quienes los enfrentan con integridad.
“El Nobel de la Paz a María Corina Machado es un premio que incomoda profundamente a la dictadura de Nicolás Maduro, pero también a los radicales del resto de América Latina: Gustavo Petro en Colombia, Daniel Ortega en Nicaragua, Claudia Sheinbaum en México o Díaz-Canel en Cuba”
El principal valor político de María Corina Machado radica en su decisión de enfrentarse al régimen venezolano sin saltarse la legalidad vigente, por limitada o manipulada que esta sea. Tras su llegada al poder, Hugo Chávez impulsó en 1999 una Asamblea Constituyente que dio origen a una nueva Constitución con un marcado sesgo ideológico y diseñada para consolidar su proyecto político y dividir en dos a la ciudadanía en la dialéctica schmittiana del amigo-enemigo. A pesar de sus pilares autoritarios, esta Constitución incluye, al menos en el papel, garantías y mecanismos de participación ciudadana. Machado ha sabido invocar con firmeza esos hipotéticos derechos. Tomarle la palabra al régimen y jugar con sus reglas. Esta estrategia desarma la narrativa del gobierno y exhibe la contradicción de un sistema que se proclama democrático pero que actúa en los hechos como una dictadura.
Este tipo de resistencia tiene un precedente en la figura del disidente cubano Oswaldo Payá, fundador del Movimiento Cristiano Liberación. Payá insistió durante años en invocar el artículo 88 de la Constitución cubana –una carta magna redactada para blindar el poder de Fidel Castro–, que permite a los ciudadanos proponer leyes si recogen un número suficiente de firmas. A través del llamado Proyecto Varela, logró presentar una propuesta legal para ampliar las libertades civiles en Cuba. El régimen, descolocado, respondió con represión y enmiendas urgentes que transparentaban la naturaleza totalitaria del régimen cubano. Aun así, la lucha de Payá demostró cómo una oposición no violenta que toma al pie de la letra las garantías mínimas de un sistema autoritario puede exponer su falta de legitimidad, tarea en la que empeñó su vida hasta el sospechoso accidente de tráfico en el que murió. Antes, Andréi Sájarov, Adam Michnik o Václav Havel habían seguido la misma estrategia. No otra fue la heroica voluntad de Nadezhda Mandelstam, esposa de Ósip Mandelstam, y su lucha dentro de la legalidad soviética por reponer la memoria de su marido muerto en el Gulag, como cuenta en Contra toda esperanza.
María Corina Machado ha demostrado virtudes personales poco comunes en la política contemporánea, reconciliando el sentido de las palabras con las acciones que se hacen en su nombre. Su evolución es notable: pasó de una visión mesiánica a una concepción integradora y estratégica del liderazgo, capaz de articular una oposición de amplio espectro en torno a principios democráticos. Su valentía no es retórica: ha asumido enormes riesgos personales al recorrer el país en condiciones de hostigamiento, agresiones físicas y sabotaje institucional, y ha estado presente en protestas reprimidas con violencia. Cuando el régimen la inhabilitó ilegalmente como candidata presidencial tras haber ganado ampliamente las primarias opositoras, no optó por la ruptura ni por una postura personalista, sino que impulsó la candidatura de Edmundo González Urrutia, una figura de consenso, al que ha respaldado sin fisuras. A diferencia de muchos dirigentes, se ha negado a exiliarse y ha decidido permanecer en Venezuela en las condiciones de clandestinidad ya descritas.
Por eso produce repulsa la crítica interesada de la extrema izquierda española a Machado y su Nobel. Esa izquierda implacable con las dictaduras del pasado, como la de Franco, pero complaciente –cuando no cómplice– con dictaduras vivas, como la de Maduro. Esta incoherencia no es solo fruto del fanatismo ideológico, sino del interés personal. Las sospechas de financiación del régimen chavista a figuras fundadoras de Podemos son numerosas y han sido documentadas en diversas investigaciones periodísticas. Qué decir de José Luis Rodríguez Zapatero, –«árbitro comprado», se grita en los estadios–, que ha maniobrado, con su carita de ángel y su actitud de no romper un plato, para sostener al régimen venezolano, del que, según indicios, muchos revelados por THE OBJECTIVE, es un feliz beneficiario. La alargada sombra de Rousseau, que tan bien denunció Carlos Rangel en Del buen salvaje al buen revolucionario: defender la revolución en un país ajeno, con prácticas que serían inaceptables en el propio, mientras se lucra con esas acciones y se vive como un potentado.
En cualquier caso, el Nobel de la Paz a María Corina Machado es un premio que incomoda profundamente a la dictadura de Nicolás Maduro, pero también a los radicales del resto de América Latina –como Gustavo Petro en Colombia, Daniel Ortega en Nicaragua, Claudia Sheinbaum en México o Díaz-Canel en Cuba–, y ese mérito ya nadie se lo quita.