El Nobel que Sánchez no puede celebrar
«María Corina y Trump demuestran que la paz se persigue no con discursos, sino con valentía, con diplomacia, asumiendo riesgos políticos»

Ilustración de Alejandra Svriz.
El Gobierno español no ha felicitado a María Corina Machado. Y los españoles, cansados ya de los sermones morales, casi agradecen que no rinda ningún tributo a la virtud. Así, al menos, sabemos de qué lado está cada cual.
España, con Zapatero y Sánchez, se ha ido acercando al Grupo de Puebla, esa fraternidad de populismos tropicales que blanquea dictaduras y negocios bajo la retórica de los pueblos. En nombre del antimperialismo y de la justicia social, el grupo protege a regímenes que encarcelan, censuran y manipulan la palabra democracia.
Pero ocurre que, con el Nobel a María Corina, Maduro y todos sus cómplices internacionales pierden legitimidad y credibilidad. Su retórica de resistencia se vuelve caricatura. Ocurre que este reconocimiento irrumpe en el monopolio moral que ciertos gobiernos progresistas creían tener sobre la justicia, la paz y la democracia. Y lo más importante: el Nobel premia, ahora sí, a la disidencia y no al oficialismo.
«Trump, el líder más denostado por la izquierda internacional, caricaturizado como populista y agresivo, logra lo que nadie ha conseguido: un alto al fuego efectivo, un plan realista y respaldado por todos los países involucrados en el proceso de paz»
Todos los discursos de legitimidad basados en la resistencia al imperialismo, el progresismo demócrata y la lucha contra la derecha golpista se vuelven de pronto más frágiles, porque por fin se reconoce que esta resistencia o revolución puede encubrir la opresión de los pueblos. Fin de las caretas.
A esto tenemos que sumar el puntapié del acuerdo de paz alcanzado por Trump. Trump, el líder más denostado por la izquierda internacional, caricaturizado como populista y agresivo, logra lo que nadie ha conseguido: un alto al fuego efectivo, un plan realista y respaldado por todos los países involucrados en el proceso de paz. De repente, la paz ya no pertenece al campo progresista, ni a la virtud socialista, ni a la retórica de los buenos sentimientos.
Sánchez quería ser puente, mediador moral, voz humanista. Pero estos sucesos le roban el protagonismo y le aíslan más aún internacionalmente. Imposible alegrarse por la paz ansiada. España ya está perdiendo credibilidad para dar lecciones de democracia. María Corina y Trump demuestran que la paz se persigue no con discursos, sino con valentía, con diplomacia, asumiendo riesgos políticos. Esto es, que la paz no ha llegado ni llegará de los del «lado bueno de la historia».