Más allá de la superficie: el declive de la cultura escrita
«No parece descabellado pensar, al menos como ejercicio mental, que hay una conexión entre el declive de la cultura escrita y el surgimiento del populismo»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«Si la revolución de la lectura representó la mayor transferencia de conocimiento hacia hombres y mujeres comunes en la historia, la revolución de la pantalla representa el mayor robo de conocimiento a la gente común en la historia», escribe James Marriott en su Substack. En un largo ensayo titulado El amanecer de la sociedad post-alfabetizada, el periodista de The Times argumenta que el declive del texto y de la lectura inaugura una era oscura y antidemocrática, en la que los ciudadanos son incapaces de realizar análisis críticos. Si la revolución de la imprenta de alguna manera facilitó las revoluciones liberales, la revolución de la pantalla está detrás de las revoluciones iliberales de hoy.
Parece una tesis superficial. Es obvio que el triunfo del populismo no está causado exclusivamente por las redes sociales. La gente no votó a Trump porque ya no pueda concentrarse en la lectura o por culpa de TikTok o Instagram. Pero no parece descabellado pensar, al menos como ejercicio mental, que hay una conexión entre el declive de la cultura escrita y el surgimiento del populismo. Es obvio que estamos en una era no solo políticamente populista, sino también culturalmente populista. Y en esta cultura populista, el razonamiento lógico nos cuesta cada vez más.
«La lectura y la escritura tienen algo de escrutinio, de desciframiento»
Hace justo 40 años, el sociólogo Neil Postman publicó su célebre libro Amusing ourselves to death, que se tradujo en España como Divertirse hasta morir. Como ha escrito Jorge San Miguel en un artículo en Letras Libres, «el argumento del libro es sencillo y hoy nos parece incluso evidente o redundante: en línea mcluhaniana, todo medio de comunicación implica no solo una posibilidad física de transmisión de información, sino una modalidad de discurso en sí. Y el mundo audiovisual representado por la televisión –y anticipado por el telégrafo o la radio– convierte cualquier contenido en entretenimiento».
Postman no llegó a conocer los smartphones. Pero su teoría sobre la cultura de la imagen y la del texto es muy contemporánea. El paso de una cultura textual a visual tiene consecuencias radicales. Como escribe en el libro: «Comprometerse con la palabra escrita significa seguir una línea de pensamiento, lo que requiere una considerable capacidad de clasificación, inferencia y razonamiento. Significa descubrir mentiras, confusiones y generalizaciones excesivas, detectar abusos de la lógica y el sentido común. También significa sopesar ideas, comparar y contrastar afirmaciones, conectar una generalización con otra. Para lograrlo, hay que alcanzar una cierta distancia con respecto a las propias palabras, lo que, de hecho, fomenta el texto aislado e impersonal. Por eso un buen lector no aplaude una frase acertada ni se detiene a aplaudir ni siquiera un párrafo inspirado. El pensamiento analítico está demasiado ocupado para eso, y es demasiado distante».
La lectura y la escritura tienen algo de escrutinio, de desciframiento. En una época en la que no podemos fiarnos ni siquiera de la veracidad de un vídeo de gatitos en Instagram, porque posiblemente esté hecho con IA, ver más allá de la superficie se ha convertido en una habilidad valiosísima.