The Objective
José García Domínguez

Gaza: razones para el pesimismo

«Una guerra con Irán, un enfrentamiento armado cuyo desenlace despeje de amenazas vitales el porvenir de Israel, es el escenario más probable a medio plazo»

Opinión
Gaza: razones para el pesimismo

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hay muchas razones en el tiempo presente que avalan el escepticismo sobre el eventual éxito de ese acuerdo de paz provisional al que se acaba de llegar en Gaza, pero la más poderosa de ellas figura escrita ya en los libros de historia y remite a una fecha del último tercio del siglo pasado, en concreto el 15 de agosto de 1971. Aquel día, y sin que ninguno de los protagonistas del acontecimiento que entonces iba a ocurrir fuese consciente de ello, se selló el destino del conflicto en Oriente Medio. Y es que aquel 15 de agosto de 1971, Richard Nixon compareció ante las cámaras de la televisión en blanco y negro para anunciar al mundo el final del régimen de convertibilidad del dólar por oro, el adoptado en los acuerdos de Bretton Woods al final de la Segunda Guerra Mundial.

Hasta aquel día de 1971, Israel sólo era un país más en el concierto de las naciones; un país todo lo peculiar, sometido a conflictos crónicos y objeto de polémicas permanentes que se quiera, pero uno más en el fondo. En cambio, desde ese muy preciso instante, el 15 de agosto de 1971, el status de Israel cambió para siempre, al asumir el rol de garante militar en última instancia del nuevo orden monetario por el que se iban a regir el comercio y la economía internacional tras la demolición definitiva del patrón oro.

A los estudiantes de Economía se les explica un enternecedor cuento infantil en las universidades, ese según el cual el valor del dinero se fundamenta única y exclusivamente en la confianza que las personas depositamos en él. Pero, si el cuento de los economistas fuese cierto, los intercambios internacionales de mercancías se realizarían utilizando como medio de pago multitud de divisas diferentes. Sin embargo, todos sabemos que tal cosa nunca ha ocurrido. Antes de 1971, la moneda internacional era el dólar; después de 1971, siguió siendo el dólar.

Y nada cambió en la práctica porque lo que sustituyó al patrón oro no fue ninguna ola de confianza subjetiva en unos pequeños trozos de papel emitidos por los Estados, sino algo mucho más sólido y tangible: el patrón petróleo. En 1971, el mundo pasó del dinero americano avalado por oro amarillo al mismo dinero americano respaldado por oro negro. Y en aquella mutación cromática, la del tránsito entre el dorado y el negro, se firmó el devenir futuro de Gaza. Que el petróleo que mueve el mundo se deba abonar a los productores del Golfo en dólares, algo a lo que acceden a cambio de las garantías de seguridad militar que les provee Estados Unidos, es lo único que, desde el 15 de agosto de 1971, fuerza a que el dólar continúe siendo la divisa internacional de pagos, con todos los inmensos privilegios para Estados Unidos que ello lleva asociado.

«Si hay un lujo que Israel no se puede permitir es el de perpetuar de forma indefinida esta situación de guerra latente»

Pero ese crítico papel geoestratégico y militar que otorgó a Israel el final abrupto de la paridad dólar-oro convive con una debilidad también crítica, la asociada a la muy precaria demografía del Estado hebreo. Porque si hay un lujo que Israel no se puede permitir es el de perpetuar de forma indefinida en el tiempo esta situación de guerra latente. Para un país tan pequeño, rodeado además por enemigos que lo multiplican cientos de veces en número, perder población a cuentagotas a causa de esa tensión bélica cronificada –algo que ocurre desde hace años– resulta igual de peligroso o más que perder una guerra en los campos de batalla.

Y por eso, disponga o no Irán de arsenales nucleares, para Israel representa una cuestión existencial que el régimen de los ayatolas sea derrocado. Recuérdese llegados a este punto que Hamás, exactamente igual que Hezbolá en Líbano, no es otra cosa que un apéndice directo del Ejército de Irán dentro de territorio israelí. Así las cosas, una guerra abierta, genuina y definitiva con Irán, un enfrentamiento armado cuyo desenlace despeje de amenazas vitales el porvenir histórico de Israel, es el escenario más probable a medio plazo, si no a corto. Hay demasiadas razones para el escepticismo, sí.

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