The Objective
Daniel Capó

El joven Celibidache

«Fue uno de los grandes directores europeos de la segunda mitad del siglo XX; sin duda el más original y visionario, también el más radical y polémico»

Opinión
El joven Celibidache

Ilustración de Alejandra Svriz

Cae la lluvia en la isla mientras escucho una grabación corsaria de la Sinfonía concertante K. 364 de Mozart dirigida por Sergiu Celibidache. Se cuentan muchas leyendas del maestro rumano: algunas verdaderas, otras seguramente apócrifas. Fue uno de los grandes directores europeos de la segunda mitad del siglo XX; sin duda el más original y visionario, también el más radical y polémico. Se cuenta que Wilhelm Furtwängler –su predecesor al frente de la Filarmónica de Berlín– llegó a consultar con el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung acerca de la difícil personalidad del joven músico de Roman. Aquellos días, Celibidache se divertía practicando esquí acuático en las playas de México. Eran dos generaciones distintas, también dos mundos dispares.

Al poco de terminar la guerra, había sido nombrado titular de la Filarmónica de Berlín mientras Furtwängler se sometía a un proceso de desnazificación. El director rumano tenía 32 años. Antes había abandonado la universidad en su Iași natal para iniciar una arriesgada carrera de pianista y compositor de jazz en Bucarest. Presumía de cartearse con Duke Ellington, el cual le animó a probar fortuna en los Estados Unidos. Desheredado y abandonado por su padre, sobrevivió durante aquellos años tocando el piano en escuelas de ballet y dando clases de voleibol en un colegio femenino. Fue entonces cuando le concedieron una beca a su novia, Iris Barbura, y ambos se fueron a Berlín, donde alquilaron unas habitaciones que compartieron con el gran bailarín rumano Vergiu Cornea. 

Al parecer, en Alemania Celi estudió Música, Filosofía y Matemáticas, y abandonó su proyecto de ser pianista profesional después de escuchar en la radio un concierto interpretado por Arturo Benedetti Michelangeli y comprender que nunca llegaría a tocar como él. Su personalidad tendía ya hacia estos extremos, que le impulsaban al todo o nada. Cuando terminó la guerra pesaba 52 kilos y medía más de un metro ochenta. Tenía la vida por delante.

En una carta que mandó a su familia a finales de 1945, cuenta la entrada del ejército soviético en Berlín. No había luz ni agua corriente, ni se veía a nadie en las calles. Las bombas no paraban de caer sobre la ciudad. La esquirla de una bala había herido en la espalda a Iris Barbura y durante varias semanas no pudo moverse de la cama. Celi le aplicaba emplastos de ortigas y acederas, a la vez que terminaba un concierto para piano y orquesta que aún hoy permanece inédito. Los rusos les respetaron la vida –«Me los gané con el piano», confesaba en la carta–. En algún sitio leí que le hicieron interpretar al piano el himno nacional de la URSS para la radio alemana. Es posible que sea verdad, pero también es posible que forme parte del mito o que sucediera meses más tarde. No lo sé.

«El rechazo del padre y la traición de los músicos condensan gran parte del drama de su vida» 

Después de tocar 400 conciertos con Celibidache y tras la muerte de Furtwängler, los músicos de la Filarmónica de Berlín escogieron como nuevo titular de la orquesta al talentoso Herbert von Karajan. Fue una suerte de parricidio, porque todo el mundo sabía que el veterano director alemán detestaba al joven austríaco. Se ha dicho que, para el rumano, fue el gran trauma de su vida. Yo no lo creo. Para mí, esa herida se produjo el día en que su padre lo expulsó de casa por querer ser músico. El joven Sergiu, antes de marcharse, le pidió poder llevarse consigo al menos la preciada corbata amarilla que este le había regalado. El padre le respondió que no. Precisamente, la película protagonizada por John Malkovich sobre la vida de Celibidache, y dirigida por su hijo, que se anuncia para finales de noviembre, se titula The Yellow Tie (La corbata amarilla). Aquí hay una clave que no debemos despreciar. Ambos sucesos –el rechazo del padre y la traición de los músicos– condensan gran parte del drama de su vida.  

Cuando murió en París en 1996, a los 84 años y en la cima de su fama, Radio Clásica interrumpió su programación para ofrecer un programa especial de dos horas dirigido y presentado por José Luis Pérez de Arteaga. Sus primeras palabras, si no recuerdo mal, fueron estas: «Acaba de fallecer el más grande artista vivo de la segunda mitad del siglo XX». Todavía hoy, casi 30 años después, seguimos sin contar con una biografía definitiva de Sergiu Celibidache. 

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