The Objective
Fernando R. Lafuente

Has y 'El manuscrito encontrado en Zaragoza'

«Se cumplen cien años del nacimiento de un gran director polaco, Wojciech Jerzy Has, autor de la deslumbrante película basada en la novela de Jan Potocki»

Opinión
Has y ‘El manuscrito encontrado en Zaragoza’

El director de cine polaco Wojciech Jerzy Has. | Wikimedia Commons

Si las celebraciones de centenarios y demás tienen alguna utilidad, además de resarcir y emocionar a los más cercanos de los celebrados– será si permiten recuperar una obra, si no perdida u olvidada, sí ajena a diversas generaciones y permitir con ello conocer con cierto deslumbramiento, por ejemplo, una película fascinante. Como se cumplen cien años del nacimiento de un gran director polaco, Wojciech Jerzy Has (1925-2000), resulta que en su filmografía aparece una película deslumbrante: El manuscrito encontrado en Zaragoza (1965).

Basada en la novela homónima escrita por el príncipe Jan Potocki (1761-1815). Menudo el tal Potocki. Militar, viajero, curioso, ilustrado. Estuvo por España en tiempos de Carlos III, quedó fascinado por Andalucía, descubrió los despeñaderos de Sierra Morena y las oscuras historias que por allí se contaban. Parte de la culpa de la España romántica que enamoró a los del Grand Tour inglés y a los franceses la tiene el bueno de Potocki. Dibujó una España tan extravagante, misteriosa y aventurera que a ver quién era el guapo que no venía a contemplarla, a vivirla con la pasión que parecía mostraban estos españoles del Sur. 

La obra, pronto, se convirtió en una lectura principal y perentoria de lo más exquisito de las clases ilustradas europeas. Reunía dos elementos poco cercanos entonces: los usos de la novela gótica y las reflexiones de la Ilustración. Potocki era un liberal polaco al servicio de la razón y de la imaginación. Qué tiempos. Has ni se lo pensó. Experto en adaptaciones literarias se metió de hoz y coz en la novela. Venía del Nuevo Cine Polaco, con su amigo y colega, Andrzej Wadja. Eran los tiempos en que Polanski comenzaba a brillar con esa enorme película, en clave antisoviética, que es El cuchillo en el agua (1962).

De la novela de Potocki, una de las primeras y recientes ediciones en español fue en Alianza Editorial, 1971, con un prólogo tan luminoso e inteligente, como todo lo suyo, de Julio Caro Baroja; tuvo numerosas reediciones, la última, creo, de 2016. Se da el caso de que esta edición era una sucinta selección de 400 páginas. La novela sin ser infinita tenía muchísimas más. Y así apareció en las ediciones de Acantilado, 2009; Calamar, 2009 y Pre-Textos, 2001, por ejemplo. 

Es tan fascinante la película de Has que cuesta comenzar por algún lado, así que valga hacerlo por el principio. Has selecciona seis cuentos de los 36 que integran la novela. Alfonso Van Vorden, oficial de la Guardia Valona, viene a España a prestar servicios al Rey. Viaja por Sierra Morena y ahí comienza el formidable festín cinematográfico. Su encuentro con las hermanas Gomelez, Emina y Zibedea, será el comienzo de los viajes entre la realidad, lo sobrenatural, el misterio, lo surreal y la más atractiva imaginación. Con el centón de personajes que aparecen en las casi tres horas, tres benditas horas, de la película. Buñuel confesó que la había visto tres veces, pocas le parecían.

«La copia en DVD se debe a Jerry García, que convenció a Scorsese y a Coppola para que financiaran la remasterización»

La copia en DVD de la que hoy se dispone se debe al empeño de Jerry García, que convenció a Martin Scorsese y a Francis Ford-Coppola para que financiaran la remasterización (2001). Diego Moldes, gran experto en Has, escribió una presentación excelente y completísima. Otro que tal, como Buñuel y su admiración por la película, fue el muy querido, por quien esto escribe, David Lynch. Regresemos al Manuscrito. Huella de tal título es el arranque de El nombre de la rosa, recuerde el lector: «Naturalmente, un manuscrito». Umberto Eco conocía con sabiduría espeluznante cómo en los manuscritos encontrados se encuentra la génesis, la razón y sentido de toda aventura verdadera.

Y esta de Potocki-Has, lo es: inquisidores, alquimistas, pícaros, aristócratas, gitanos, poseídos, demonios, bandidos, anacoretas, toda la película es un vaivén de emociones, asombros, fantasmas, castillos ocultos en los bosques, torturas, sorpresas, intrigas, historias, leyendas, condenas, erotismo, ironía, maldiciones, calaveras, ahorcados, sueños, magia y truculencia. Qué personaje ese Pacheco, qué deliciosa ingenuidad la de Van Borden, qué imagen la de los ahorcados hermanos De Soto, qué terror Venta Quemada, qué saber ancestral el del gitano Adavoro; qué reconstrucción de Sierra Morena, del Madrid del siglo XVIII. Todo es un inmenso jardín de historias que se bifurcan, que se enredan y que forman parte, como las muñecas rusas, o como las historias intercaladas en El Quijote.

Hay un momento en el que el espectador atiende a una historia dentro de otra historia y envuelta en una primera historia. Un laberinto que siempre termina en el origen: Venta Quemada, Sierra Morena, la noche anima a la pasión y la enajenación erótica, esas bellísimas hermanas, su esclava nubia, Alfonso, deslumbrado por la belleza y las historias sin fin narradas en el susurro de la medianoche. Los viajes y los regresos. Una riqueza visual que deslumbra, que atrae, que impide pensar en algo ajeno a las imágenes que se suceden en un vértigo de fascinante imaginación.

Has es autor, unos años después, de El sanatorio de la clepsidra (1973), película basada en la obra del escritor Bruno Schulz (1892-1942). El citado Moldes escribió a propósito de esta película algo que bien vale para El manuscrito encontrado en Zaragoza: «El profundo trabajo plástico y escenográfico, su rechazo al exceso de diálogos, a la construcción de acciones basadas en la palabra y, por el contrario, el gusto por las historias entrelazadas con un tenue hilo conductor, por la creación de atmósferas simbólicas, la imaginación descollante, el maridaje entre lo surreal e irracional». Hoy ese Manuscrito permanece ya en la historia del cine. Y con ello, Has cumplió con creces. Vaya esto en su memoria. Porque como bien suele recordarle a uno Gonzalo Suárez, dentro de cien años todos tendremos la misma edad.

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