Vox y el futuro
«No parece probable que el descontento que se encapsula en Vox alcance un mandato popular muy amplio que desembocase en un populismo franquista o autoritario»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Tras los últimos resultados electorales adversos, algunas encuestas han empezado a ver en Vox un partido creciente que podría modificar en forma definitiva el todavía vigente bipartidismo que existe en el Congreso, aunque sea obvio que este sistema resulta más imperfecto y menos operativo que en otras legislaturas. Se trata de una tendencia que deberá consolidarse, o no, pues hoy por hoy no existen suficientes datos que permitan ratificarla. De confirmarse tales pronósticos, se abrirían en el Congreso de los Diputados unas expectativas muy distintas a las que habitualmente hemos afrontado y las conjeturas sobre qué pasaría se cifran en tres tesis muy distintas.
En primer lugar, podría ocurrir lo que acarician con fruición los medios más conservadores: parece fácil una fuerte mayoría parlamentaria en la suma del PP y de Vox que sacaría a la actual coalición del poder. Esta hipótesis implica que el PP obtenga un número de diputados superior al de 2023 y un mejor resultado de Vox pero lejos del de Feijóo y eso no parece, ahora mismo, el único panorama previsible.
En segundo lugar, la hipótesis contraria: la mayoría entre PP y Vox no sería tan sólida, bien desde el punto de vista numérico, bien porque Vox se negase a entrar en un gobierno del PP o a apoyar la investidura de Feijóo y prefiriese forzar una segunda votación a la espera de que los electores le diesen preeminencia sobre el viejo partido del centro derecha. El hecho relevante ante este supuesto es que tanto el líder del PP como Vox han manifestado en varias ocasiones no estar condenados a gobernar juntos, además de que Vox ha preferido renunciar a las alianzas autonómicas con el PP para impulsar su crecimiento desde la oposición a esos mismos gobiernos que abandonaba.
En tercer lugar, si como temen amplios sectores del PP, cualquier anuncio de futura alianza con Vox produjese una amplísima movilización de la izquierda y de su numeroso ejército de reserva propincuo al separatismo, podría repetirse el escenario de las elecciones del 2023 y Pedro Sánchez volvería a auparse a lomos de su «somos más». Ese temor se funda en que parece indiscutible que la precipitada e inoportuna alianza autonómica con Vox le supuso al PP en 2023 una desventaja ante la inmediata convocatoria de elecciones generales.
No está claro, por tanto, lo que podría pasar si Vox llegase a alcanzar los 70 escaños o si los superase, cosa que ocurriría si resultase ser cierto lo que me comentaba un buen conocedor del panorama político: que la presa está en el filo de romperse; es decir que el sistema bipartidista, que resistió los embates de Ciudadanos y de Podemos, vaya a entrar definitivamente en crisis por el auge del descontento popular que, esta vez, centraría sus votos en la derecha más radical en lugar de en la izquierda antisistema que, ahora mismo, está muy deteriorada y ha sido jibarizada por Pedro Sánchez en su beneficio y, de ahí, que algunos anuncien una nueva alza del PSOE que resultaría casi imposible de entender en cualquier otro caso.
«Hay un hecho evidente y es que el PP actual no parece capaz de conseguir un vuelco electoral por sí solo»
No todas las encuestas que se han publicado recientemente coinciden en que el PSOE esté creciendo al tiempo que Vox se dispara y el PP retrocede, hasta el punto de que algún comentarista malicioso ha apuntado la idea de que medios de la izquierda no rendidos al sanchismo estén empujando encuestas de ese tipo, a ver si Sánchez se lanza a la piscina y se lesiona de gravedad, pero no parece que esa pueda ser la intención de Tezanos, que ha sido el profeta mayor del nuevo panorama.
En favor de este tipo de alteración del marco político hay un hecho evidente y es que el PP actual no parece capaz de conseguir un vuelco electoral por sí solo y que, a la vista de las enormidades que ha perpetrado Sánchez, que produce asombro, malestar y hondo cabreo en un sector amplio de sus electores, estaría creciendo mucho el sector de los que votarían a Vox. El otro argumento fuerte en favor de un cambio importante en la distribución del voto, en especial del conservador, se encuentra en las analogías que se suponen entre lo que pasa en Europa y los EEUU y lo que podría pasar en España, un alza espectacular de la derecha mucho más cercana a la teoría schmitiana de amigo/enemigo que proclive a entenderse en nada con su principal rival en la izquierda. Es lo que quien me ha pronosticado la mencionada «ruptura de la presa» llama el zeitgeist: el ambiente espiritual de nuestra época que incluye a Trump y el gran descrédito de las formas de gobierno de la UE.
Cabe dudar, sin embargo, que el zeitgeist pueda llegar a ser un factor muy operativo en el caso de España debido a que los españoles siempre hemos llevado un ritmo histórico y electoral muy poco sincronizado con Europa. Pudiera ser que ese desfase esté tendiendo a desaparecer con la globalización tecnológica, pero basta pensar que somos casi el único país de la UE con un Gobierno de izquierdas y, desde luego, el único en el que gobierna una coalición estrafalaria de izquierdismo radical y separatismo para poner en solfa la eficacia del zeitgeist en esta clase de cosas.
Lo que nos separa del ritmo histórico más común en Europa es nuestra singularidad política, marcada por la larga experiencia del franquismo y, más tarde, por la enorme aceptación de la retórica que presenta a la democracia como una conquista de la izquierda, lo que llevó a que, al menos desde Zapatero, socialistas y comunistas empezasen a considerar que cualquier triunfo de la derecha, en especial el de Aznar en el 2000, sería una derrota de la democracia.
«En España el sector de derecha más radical nunca ha tenido un gran protagonismo político y cabe dudar de que vaya a tenerlo»
Por otra parte, con el medio siglo de democracia los españoles hemos vivido tiempos de indudable progreso económico que la mayoría identifica con el éxito de la libertad y del pluralismo político. En consecuencia, aunque abunde el cabreo, cabe suponer que una mayoría de españoles apueste de nuevo porque nada enturbie demasiado la continuidad de esta democracia, pese a todos sus defectos.
Ahora llevamos dos decenios de estancamiento y retroceso del nivel de vida y de las expectativas económicas y eso ha hecho posible que hayan adquirido voz partidos contrarios al sistema, como suelen decir, pero no parece probable que el descontento y la crítica que se encapsulan en Vox, que empezó a ser decisivo ante el papel de Rajoy frente al secesionismo catalán, alcance un mandato popular muy amplio que desembocase en un populismo que pudiera tildarse de franquista o autoritario. En España el sector de derecha más radical nunca ha tenido un gran protagonismo político y cabe dudar de que vaya a tenerlo, aunque, en cualquier caso, eso dependerá mucho más de los errores ajenos que de los aciertos propios. De hecho, la extrema derecha ni siquiera tuvo una importancia grande a finales del franquismo porque Blas Piñar y Fuerza Nueva fueron realidades muy marginales en el sistema.
Es difícil que un partido que pueda ser tildado de autoritario o «franquista» pueda romper un techo de votos más o menos similar al que siempre han tenido los partidos de la izquierda más radical, a los que, por cierto, nunca parece afectar un pasado negro del que presumen sin demasiado problema, pero es evidente que, si el PP no es capaz de mostrar un programa más atractivo y prometedor que el que ahora mismo presenta, los electores conservadores tendrán que enfrentarse a que su deseo vehemente de acabar con los disparates del sanchismo les va a plantear decisiones que pueden ponerse menos fáciles que en el pasado. No bastará la buena puntería, sino que tendrán que descontar consecuencias que podrían conllevar resultados inesperados.