The Objective
Félix de Azúa

Lo irracional

«La inercia del cristianismo sigue teniendo una fuerza inusitada entre las huestes progresistas y es muy difícil que acepten que la historia es un modelo de caos»

Opinión
Lo irracional

Ilustración de Alejandra Svriz.

Muchos ciudadanos de mi generación creíamos que la historia tenía un sentido, es decir, que había una dirección en los cambios y los sucesos. Creíamos, por ejemplo, que los grandes inventos e ingenios que comenzaron a aparecer en el siglo XVIII marcaban una orientación hacia el mejoramiento de la vida en común. Hemos tardado mucho en percatarnos de que esa concepción de la historia es un disparate.

Para aceptar que la historia es un caos sin el menor sentido u orientación es necesario haber vivido la irracionalidad de los sucesos y acontecimientos, o sea, hay que ser viejo. Los jóvenes tienden a creer que su vida irá mejorando con los años, así que, de un modo perfectamente irracional, creen en el progreso. El suyo, claro. Y entonces lo amplían a la totalidad de los habitantes, como publicita el progresismo de Sánchez, un puro dislate disfrazado de racionalidad.

Un gran intelectual europeo como Edgar Morin, que fue comunista y héroe de la resistencia contra los nazis, ha publicado su testamento a los 104 años de edad (¡) con el título de Lecciones de la Historia (Taurus). Son 16 capítulos, cada uno de los cuales muestra hasta qué punto la creencia en un determinismo histórico, es decir, lo que aún profesan los marxistas, es un puro reflejo de la concepción del tiempo cristiano.

Por lo menos desde San Agustín, establece el cristianismo que la historia de los humanos es una línea recta que va desde la creación del mundo hasta el Juicio Final o el fin de los tiempos. Una línea recta, sin vuelta atrás, que forma parte del destino del mundo cogitado por la divinidad. Es una imagen consoladora que permite creer en el mejoramiento de la vida futura y (sobre todo) en el castigo de los malvados. Para cualquier persona sensata, esta representación es un mito.

Eso no ha impedido que Marx, los marxistas, los comunistas y buena parte del socialismo, crea en una historia «progresista», es decir, que el paso del tiempo mejora la vida y nos lleva hacia una sociedad más benéfica y justa, sin Estado. Lo cierto es que se trata de un puro trampantojo mítico y religioso que no responde a ninguna realidad. En las 16 lecciones de Morin se destruye cualquier intento de mantener ese delirio.

«Atenas derrotó al imperio persa y el pequeño partido bolchevique creó una dictadura mundial. Ningún caso era previsible»

Así, por ejemplo, la enorme influencia de lo improbable: la diminuta Atenas derrotó al colosal imperio persa y el pequeño partido bolchevique creó una dictadura mundial. Ninguno de los dos casos era previsible, sino más bien lo contrario. Sin embargo, los rancios progresistas aún creen que son las condiciones económicas y la lucha de clases lo que determina el curso de la historia.

Lo cierto es que para un solo acontecimiento hay cientos de causas. Nadie puede explicar cómo se llegó a la Primera Guerra Mundial, a la de Yugoslavia o a la de Ucrania, proponiendo tan solo causas materiales, que es lo que expone el materialismo histórico. Las avalanchas violentas las provocan mitos irracionales e impredecibles, como los que llevaron a una pequeña secta judía a convertirse en el cristianismo universal.

Por supuesto que se producen cambios o incluso «avances», pero eso no garantiza que no provoquen, a su vez, nuevos y muy considerables problemas que precisarán nuevos «avances». La penicilina ha curado a millones de enfermos, pero en África ha provocado un aumento exponencial de los nacimientos vivos, lo que ha conducido a hambrunas y guerras civiles sin cuento. ¿Un avance, la penicilina? Según para quién. La industrialización europea sirvió para que fuera posible asesinar en un tiempo ajustado y económico a seis millones de judíos. ¿Un adelanto? Para algunos. Es decir, que no hay una línea recta de progreso mundial, sino una línea quebrada de mil maneras que muchas veces se convierte en un círculo y que afecta de diferente modo a distintas poblaciones.

Contra lo que propagan los comunistas y marxistas, así como algunos optimistas leibnizianos y hegelianos, una mayor riqueza y racionalidad no garantiza mayor o mejor moralidad, sino tan solo mayor complejidad. La invención de las ciudades, en Mesopotamia, produjo un cambio en la distribución de la riqueza y se pasó de la escasez campesina a la miseria urbana. En consecuencia, Stalin condenó a la muerte por hambre a millones de campesinos rusos. En la Guerra Civil española, la racionalidad estaba del lado republicano y la mitología del lado rebelde, sin embargo, fueron los mitos ideológicos de la izquierda los que hicieron imposible que la República ganase la guerra.

«La búsqueda de consuelo y salvación ideológica es uno de los peores elementos de la historia académica»

De hecho, hay más sentido histórico en algunos novelistas como Tolstói, Balzac, Dickens, Naipaul, Lampedusa o Pasternak, por citar unos pocos, que en la mayor parte de la historiografía académica tan fascinada por el determinismo y la causalidad. La búsqueda de consuelo y salvación ideológica es uno de los peores elementos de la historia académica.

La historia no avanza en línea recta y progresiva, sino como las figuras de un caleidoscopio, las cuales a cada vuelta se descomponen y vuelven a componer en una nueva forma perfectamente azarosa, aunque semejante a la anterior. Sin embargo, la inercia del cristianismo sigue teniendo una fuerza inusitada entre las desesperadas huestes progresistas y es muy difícil que un político acepte que la historia es un modelo de caos, de azar, de inconsecuencia y de irracionalidad. Ellos, como los banqueros, viven de que la gente crea que el futuro les va a premiar.

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