Un desalmado
«Al igual que Zapatero, Sánchez cultiva un socialismo de actitudes, de oportunismo permanente, exento de ideas, aunque no de etiquetas ideológicas, de principio a fin»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«Pero es necesario ser un gran experto en engañar y en disimular, y son tan simples los hombres y tanto obedecen a las necesidades del momento, que quien engaña siempre encontrará al que se deja engañar»
(El príncipe, cap. XVIII)
A veces un silencio vale más que mil palabras. Es lo que ha sucedido con el de Pedro Sánchez ante la concesión del Nobel de la Paz a María Corina Machado, la líder de la oposición de Venezuela. El episodio ha sido comentado lógicamente con enfado desde la opinión democrática, mientras Podemos ha puesto de relieve en términos impresentables su vasallaje a Maduro. Hasta la máxima vileza. Zapatero, siempre zorruno, también calla. Para confirmar el carácter vergonzante de la actuación del Gobierno, Albares y Robles felicitaron a Corina, pero en privado y por medio del candidato venezolano aquí exiliado.
Aparentemente, como en tantos otros aspectos de su política, Pedro Sánchez opta por refugiarse bajo el sol que más calienta, alineándose con la opinión «progresista» cuya sola mención le sirve de mantra. Pero en este caso la inhibición resulta mucho más grave, porque es el punto de llegada de un recorrido tortuoso en las relaciones con la dictadura venezolana, que arranca de la visita fantasma y de las maletas de Delcy y culmina con la obra maestra de cinismo ejecutada por el presidente al servicio del fraude electoral de Maduro.
La evidencia de ese fraude no le conmovió: la embajada española –o la residencia del embajador– sirvió de escenario para las presiones de los esbirros de Maduro sobre el candidato vencedor, a quien recibe en Madrid conmiserativamente, sin reconocimiento abierto, para luego en Bruselas actuar como obstáculo, tanto frente a un reconocimiento del candidato vencedor, como para cualquier medida de sanción al tirano. La protección personal a González Urrutia, aquí exiliado, le servía de coartada, pero ahora ese inoportuno Nobel a Corina obliga a Sánchez a retratarse, y él no duda en hacerlo, aunque al callar, desautorice la concesión y desprecie a los demócratas perseguidos por el dictador. Maduro puede estar satisfecho, Zapatero no menos, los «maduristas» en el Gobierno, con Enrique Santiago al frente, tienen base pare celebrarlo: España renuncia a formar parte del frente de países que reclama la restauración de la democracia en Venezuela.
El episodio exhibe todo un muestrario de cómo los criterios democráticos son postergados por Sánchez en favor de su interés personal. Más allá de posibles móviles económicos o políticos, lo que cuenta es su total insensibilidad ante un hecho tan clamoroso, como es la tragedia del pueblo venezolano, que el fraude electoral de Maduro vino a consumar y prolongar indefinidamente.
El diccionario de la RAE califica de «desalmado» a quien actúa de ese modo, ignorando las exigencias morales que se derivan de una situación demasiado real. El desalmado es un hombre «sin conciencia», que adopta sus decisiones de acuerdo exclusivamente con sus propios intereses, sin condicionamiento moral alguno y dispuesto en todo momento a aplastar a aquel que se oponga a ellos, y preparado también en último término para encubrir su línea de acción mediante el recurso sistemático a la mentira. Destrucción del otro e imperio de la mentira, son condiciones indispensables para llevar adelante su proyecto vital.
«Los dictadores ‘sin conciencia’ responden a otra motivación: el ansia pura y simple de poder personal»
La crónica registra buen número de dictadores, practicantes o no de un ejercicio criminal del poder, que son conscientes de las acciones que llevan a cabo, cuyas pautas habían trazado previamente de acuerdo con sus ideas. Hitler y Stalin serían los más claros ejemplos en el siglo pasado, como Erdogan o Putin lo son en el presente. Lo es también Trump, en ciernes. Mustafá Kemal fue un buen dictador, que llevaba en la cabeza la exigencia de modernizar Turquía.
No faltan, sin embargo, los dictadores «sin conciencia», los cuales responden a otra motivación: el ansia pura y simple de poder personal. Desde un vacío de ideas inicial, sin condicionamiento alguno moral o ideológico, asumen sin reservas todas las posiciones y variantes doctrinales que les ayuden a alcanzar su principal objetivo. Incluso hacen profesión entonces de teóricos. Sería un buen ejemplo el camino de «redención» cubano de Fidel Castro, quien llega al poder para restablecer la democracia en Cuba, se proclama entonces anticomunista, y de inmediato instaura su dictadura, para asentar la cual se convierte al comunismo. Cierra el círculo su absorción del comunismo por el fidelismo.
En cuanto a Mussolini, es primero un socialista revolucionario, gira 180 grados, con la violencia escuadrista aplasta a socialistas y comunistas, pero carente de proyecto político adopta el de Lenin, el Estado totalitario. Fue un pirandelliano obseso del poder, en busca de fórmulas para obtenerlo y blindarlo.
En su ascenso hasta ahora irreprimible a la dictadura, Pedro Sánchez responde al patrón mussoliniano, aunque la huella del castrismo, vía Miguel Barroso, sea visible en su dinámica de respuesta inmediata a los conflictos. Al igual que su precursor, Zapatero, Sánchez cultiva un socialismo de actitudes, de oportunismo permanente, exento de ideas, aunque no de etiquetas ideológicas, de principio a fin. Ni siquiera cuando pretende sentar doctrina, va más allá del simple mazazo: «Genocidio» y a callar. Nunca esboza un intento de pedagogía política, a lo que se prestaban recientemente e incluso exigían, el tema de Palestina y la propuesta de los dos Estados. Solo consignas. Y quien no las acepte, facha. Y funciona, tal y como previó en su tiempo Maquiavelo.
«Sánchez llega al poder en nombre de la lucha contra la corrupción y ejerce su mando rodeado por un grupo de corruptos»
En sus comienzos como militante del PSOE, Sánchez apoyó la actuación de Vera y Barrionuevo y luego acaba contrayendo un matrimonio político con Bildu. Propone la limitación de mandatos y ahora busca la perpetuidad. Habla de un partido abierto a la discusión permanente y construye un búnker. Llega al poder en nombre de la lucha contra la corrupción y ejerce su mando rodeado por un grupo de corruptos. Una vida ejemplar.
Mussolini lo reconoció al menos: era el jefe de una banda de malhechores. Por supuesto sin la criminal violencia fascista, Sánchez se presenta en cambio como demócrata y ejerce el poder también con el despotismo y la arbitrariedad propios del jefe de una organización gansteril que se superpone al Estado. Con el vocabulario de hace un siglo, estamos ante una dictadura de nuevo tipo, aunque cada vez más desgastada conserve la funda democrática.
Al igual que el Duce en los años 20, o que Mao en China o que Erdogan en Turquía, Sánchez no oculta su vocación de perpetuidad, y de forma muy parecida al primero. En la España de hoy no puede justificarla como en Italia por la amenaza revolucionaria de socialistas y comunistas que solo el fascismo podía conjurar. Aquí y ahora se trata de la marea reaccionaria que únicamente Él puede contener. Todo medio para atender a ese fin es bueno, desde incumplir el mandato constitucional de presentar los presupuestos a impulsar el establecimiento de un control totalitario de la comunicación. Por supuesto, también a eludir unas elecciones que el “progresismo» puede perder. En la justificación de esa permanente arbitrariedad, de nuevo con el antecedente citado, no hay resquicio para escapar al cinismo y a la mentira, cualquiera que sea el tema abordado. Ejemplo menor y muy próximo, las declaraciones de Sánchez a la SER sobre el cobro en cash, previendo que pueda salir algún sobre con chistorras a su nombre. A no ser que cobre un dinero para su mujer o un pariente necesitado, en su actuación política Sánchez simplemente no cobra ni debe cobrar.
Y al igual que en el antecedente italiano, habiendo sido descubierta la maraña de corrupción inmobiliaria y prostibularia que le rodeaba, solo existe un propósito para Pedro Sánchez: lograr que su imagen se mantenga aislada de esa basura. Al parecer, Él levitaba en un estado angélico mientras supuestamente robaban sus hombres de mano. Por eso incumple rotundamente con su deber de presidente demócrata, haciendo que los servicios del Estado colaboren con la justicia y con la UCO para esclarecer a fondo lo ocurrido, como correspondería a quien tropieza con semejante pudridero en el interior de su gobierno.
«Es en la política exterior, donde Pedro Sánchez exhibe con mayor nitidez esa calidad de político ‘sin conciencia’»
Salvadas las distancias, cabe apreciar una táctica comparable en la serie M. El hijo del siglo, en Movistar, basada en la novela biográfica de Antonio Scutari sobre Mussolini. Luz verde para las tropelías de quienes le proporcionaban el trabajo sucio, para luego hacer de todo con tal de aislarles cuando los delitos se descubrían. El problema para Sánchez, y la ventaja para los ciudadanos españoles, es que no dispone de métodos expeditivos para mantener los silencios. Ha de conformarse con la prolongación de los procedimientos, muy eficaz para cansar a la opinión pública, y con arrojar toneladas de descalificaciones sobre los jueces que indagan sobre lo que no debieran.
Es en la política exterior, donde Pedro Sánchez exhibe con mayor nitidez esa calidad de político «sin conciencia», coronada además por el éxito final. Todo acabó saliéndole bien, al modo del burro flautista en la fábula de Iriarte, a pesar de los gruesos errores de partida con el lanzamiento de la gente a la calle contra la Vuelta. Pero es que Netanyahu ha sido y es impagable, a la hora de propiciar la satanización de Israel. Su anuncio de ofensiva final y las imágenes de la tragedia, más el cuidadoso olvido del 7-O de Hamás, consiguieron la más importante activación de la opinión pública secundando a Sánchez y, cómo no, condenando a Feijóo por el pecado mortal de decir «masacre» y no «genocidio». Cualquier cordón es bueno para ahorcar al adversario. Y funcionó.
Con Palestina como monotema, nadie ha tenido en cuenta, de cara a la opinión, la absoluta inhibición del presidente ante la cuestión de Ucrania. Se mantiene arrastrado y escondido detrás de Europa, sin contar al país la verdad de lo que representa, también para España, la amenaza rusa y esforzándose por gastar lo mínimo en Defensa, para satisfacción de sus socios siniestros. Ha sido una prueba adicional de que estamos ante un hombre sin conciencia en sentido estricto. Incapaz de asumir y exponer lo que representan la agresión de Putin y la tragedia del país agredido. Los datos de su conducta están ahí. Cumplimiento obligado para la OTAN con unos eurofighters, seudopacifismo para justificar que las exigencias de la defensa europea no le conciernen y, en fin, la callada sobre el imperialismo de Putin. No sea que vaya a enfadarse el sector paleocomunista del Gobierno.
En cuanto a Palestina, no es difícil poner de relieve su oportunismo sobre el tema, subyacente al énfasis de sus declaraciones: basta con seguir minuciosamente el recorrido desde el silencio inicial ante el 7-0, rebajado de importancia, confiando Sánchez en que la brutalidad esperada de Netanyahu le permitiese pronto adoptar una posición rentable. Luego la administrará con rigurosa precisión y egoísmo. Antes y después de Washington, silencio sobre Hamás; solo allí reaparece el 7-0. Y éxito final, con el viento a favor de la reacción provocada por el anuncio por Netanyahu de la ofensiva final sobre Gaza. Ni siquiera importó el anuncio de paz -o armisticio-, y llegó incluso una esperpéntica huelga general: que no decaiga la fiesta.
«El odio es un componente esencial de la psicología del desalmado: no puede soportar la simple supervivencia de aquel que se le opone»
Sánchez ha sido el gran vencedor de la batalla, sin otro capital que una pancarta donde se leía «genocidio», alentando más que a la solidaridad, al antisemitismo y a las movilizaciones violentas antisistema. De momento logró tapar el eco de esa corrupción que no cesa. Lo propicia asimismo el círculo vicioso en las actuaciones judiciales sobre el «trío del Peugeot». Y una pregunta a nuestro progresista ejemplar: ya que ardorosamente propone la exclusión de Israel de Eurovisión, con España renunciando a participar, ¿porqué no decide que España se vaya del Mundial de Fútbol, donde también está Israel? Sánchez nunca escapa al laberinto de sus propias trampas, pero tiene suerte y nadie se lo dice.
Y last but not least, la estrategia de guerra imaginaria, fundada sobre la teoría del Muro, es dinámica, y por consiguiente, degenerativa. Desemboca necesariamente en la voluntad de aniquilar al adversario político. El odio es un componente esencial de la psicología del desalmado: no puede soportar la simple supervivencia de aquel que se le opone.
Como sabemos, la táctica difamatoria dirigida a frenar el avance del PP, tenía una sola cuerda en el violín: su identificación con Vox. Se le negaba una existencia propia, convirtiéndole en una simple emanación enmascarada del partido de Abascal. En este sentido, del permanente ejercicio de intoxicación gubernamental sincronizada, con el ya entrañable coro de papagayos ministerial, y el haz de medios a sus órdenes, ha cobrado forma un auténtico vertedero de basuras, con el claro propósito de sepultar políticamente a Feijóo y a su partido.
Tal pretensión se mantuvo, e incluso se agudizó cuando el PP ha intentado adelantarse en el tema electoralmente crucial de la inmigración. Aquí la pinza PSOE-Vox, que cobró forma desde el verano, ha llegado al máximo de simplificación y de violencia. Abascal dice que le han copiado y el coro sanchista de servicio le da la razón, al decir que el plan del PP es xenófobo. A la basura, y basta.
«La estrategia de Sánchez, con todo su canto al ‘diálogo’, conduce a la cancelación total del debate y de la vida política democrática»
Es una nueva prueba de hasta qué punto la estrategia de Sánchez, con todo su canto al «diálogo», conduce a la cancelación total del debate y de la vida política democrática. Nadie escapa al envilecimiento consiguiente. No existe inconveniente alguno para reconocer que el grupo dirigente del PP dista de ser brillante, pero también es preciso añadir que no es fácil ajustarse al respeto propio del patriotismo constitucional cuando el adversario, un gobierno, busca acabar contigo por todos los medios.
En el límite, si la ferocidad de dictadura italiana tuvo como lógica consecuencia la eliminación física del líder de la oposición, aquí y ahora Pedro Sánchez acaba de decretar la muerte política de su principal adversario, reducido por él en una brillante diatriba a «la nada», con refrendo coral. (También son nada para él la democracia en Venezuela, Ucrania y el 7-O). Antes profirió el chulesco: «¡Ánimo, Alberto!». En suma, seguimos avanzando en el camino hacia la destrucción total de la convivencia entre españoles. En términos estrictamente políticos, calificarle de desalmado no es sino una triste constatación.