The Objective
Francisco Sierra

La última llamada

«Incluso en los momentos más delicados, la prioridad única y obsesiva del actual presidente ha sido la de garantizarse el apoyo para mantenerse en el poder»

Opinión
La última llamada

El rey Felipe VI junto a los expresidentes del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, Felipe González, José María Aznar y Mariano Rajoy. | J.J. Guillén (EFE)

Hace unos días se ha estrenado una muy recomendable docuserie que tiene el indudable mérito de haber reunido por primera vez a los cuatro expresidentes vivos del Gobierno de España: Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. La serie, que dedica un capítulo a cada uno de ellos, nos lleva a través de archivos personales, de conversaciones íntimas y de testimonios de los colaboradores más cercanos, incluyendo sus entornos familiares, a conocer el lado más desconocido y humano de nuestros expresidentes en los momentos en que ellos tuvieran que afrontar la soledad del poder. 

El título de esta serie, creada por Álvaro de Cózar, se refiere a esa «última llamada» que, en palabras de Felipe González, es cuando suena el teléfono en la Moncloa para que se tome una decisión final sobre un tema y no hay nadie más por encima que pueda tomarla. La soledad del poder en estado puro. Ese instante en el que se amontonan las dudas emocionales, las dudas éticas y por encima de ellas, el sentido de Estado que se le presupone, se le exige y que debe primar en un presidente de gobierno de un Estado de derecho democrático y social.

Los cuatro expresidentes de España explican en la serie como intentaron afrontar esos momentos de máxima tensión, arropados y escuchando a sus colaboradores más cercanos, pero sabiendo que la última palabra, la decisiva, era la suya. Momentos que ya están en nuestra historia, como el intento de chantaje de ETA a Aznar, y a toda España, con el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. O esos momentos en que González se la juega con el referéndum para permanecer en la OTAN o enfrentarse a UGT por la reconversión industrial. O ese Rodríguez Zapatero explicando cómo vivió las horas previas a su discurso en el Congreso informando del mayor recorte social que ha habido en España para evitar la intervención de la UE en la economía española. O a Rajoy, que tuvo que lidiar como pudo, o supo, con un golpe de Estado separatista en Cataluña.

Cuatro expresidentes de Gobierno, dos socialistas y dos populares. Cuatro líneas políticas totalmente distintas con algo en común. Los cuatro recibieron en su momento el apoyo mayoritario del pueblo español para que llevaran las riendas del poder ejecutivo de España. Los cuatro asumieron esa responsabilidad y, con mayor o menor éxito, actuaron en consecuencia. Siempre tuvieron claras las líneas marcadas por la Constitución y ese sentido de Estado que primaba lo que creían que era mejor para España y no para que ellos permanecieran en el poder.

Algún día sabremos cómo ha sido este proceso de la última llamada en el caso de Pedro Sánchez. Muchos creemos que esa última llamada en la gran mayoría de las cuestiones claves de su mandato no ha sido la recibida por Sánchez, sino la que este se vio obligado a realizar con una llamada posterior a Waterloo, a Barcelona, o al País Vasco. Incluso en los momentos más delicados y graves, la prioridad única y obsesiva del actual presidente del gobierno ha sido la de garantizarse el apoyo para mantenerse en el poder. Y para ello ha tenido siempre que pagar los chantajes exigidos por los independentistas con tal de permanecer en el poder, sin remordimientos ni complejos de culpabilidad por el destrozo del Estado de derecho y de la democracia.

En ese posible capítulo de la docuserie tampoco habría que fiarse de lo que Sánchez no dijera. Una presidencia basada en el alarde de la mentira como principal herramienta de su actividad política. La mentira como táctica y la mentira como estrategia y siempre usada para justificar el único fin: seguir en el poder. Pese a los escándalos de corrupción en su entorno político y familiar. Pese a sus continuas derrotas en un Congreso al que ha desnaturalizado y narcotizado hasta convertirlo en un juguete roto en el que no legisla, ni permite someterse a ningún tipo de control real de la oposición. Pese al pago ilimitado de chantajes que rompen la igualdad financiera y legal de los españoles. Pese a gobernar sin Presupuestos generales. Pese a todo, Sánchez nunca se ha planteado el bien de España. Solo el suyo. Sánchez es un adicto del poder y hará lo que haga falta por seguir. Nada afecta a los principios éticos de Sánchez. 

Si ahora Junts amenaza con preguntar a sus bases sobre el fin de su apoyo al Gobierno, Sánchez intenta responder con un acuerdo in extremis con Alemania para hablar sobre del tema. Ojo, no lo aprueban, solo aceptan hablarlo. Pronto sabremos qué nos costará. Pero resulta patético que sea justo ahora. Este Sánchez que no ha presentado en los últimos años proyectos para los Presupuestos Generales por miedo a perderlos, sí ha sido capaz de perder siete veces su propuesta del catalán como lengua oficial de la UE e intentarlo ahora otra vez. Lo que sea para frenar las amenazas de Junts. Y atentos, porque Junts es también de los que llevan años amagando, pero luego se asustan. Aunque esta vez el susto de verdad se lo dan los sondeos que vaticinan su fuerte hundimiento por su relación con el gobierno.

Es la historia de Pedro Sánchez. Se le recordará como ese político que no ganó las elecciones, pero que fue capaz de subastar el Estado de derecho para conseguir una mayoría «pseudoprogresista» con la que ser presidente. Siempre gobernó a corto plazo en función de escándalos y chantajes. El lunes veremos si esa llamada moción de censura «instrumental» con la que supuestamente amenaza Junts a Sánchez puede provocar la salida de Sánchez de la Moncloa. Ya insinúa que para evitarlo es capaz de hacerse la foto con Puigdemont. La foto de un presidente de gobierno democrático con la de un president autonómico que dio un golpe de Estado secesionista y huyó de la justicia. Eso sería otra serie, una triste serie.

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