The Objective
Jorge Vilches

¿Vivir sin democracia?

«Estamos viviendo la segunda fase del movimiento antipolítico que surgió entre 2007 y 2015, salvo que ahora es de derechas, nacionalista y autoritario»

Opinión
¿Vivir sin democracia?

Ilustración de Alejandra Svriz.

La izquierda mediática está más preocupada porque los jóvenes salgan «de derechas» que por las noticias sobre la corrupción del Gobierno, el PSOE y el entorno familiar del presidente. Les importa más esa deriva juvenil que el impacto que pueda tener el uso de la prostitución en boca de quienes se dijeron adalides del feminismo. Tampoco parece que a esos periodistas les afectan el gravísimo problema de la precariedad laboral, los sueldos miserables y la escasez de vivienda asequible. Ante este panorama tienen la desvergüenza de preguntarse el motivo de que los jóvenes, al menos una parte significativa, piense que esto no funciona y que es un timo.

Esos jóvenes ven a Gabriel Rufián, sin oficio ni beneficio, sin más utilidad que la verborrea, viviendo a todo trapo a costa de los impuestos de la gente a quien desprecia. Observan a Yolanda Díaz, la comunista que disfruta de una residencia oficial de 500 m², vestida siempre como si estuviera esperando a un fotógrafo del ¡Hola! de los 70, con bolsos que valen la mitad del sueldo de un repartidor de Uber. Soportan a un presidente que alardea de moralidad cuando saben que hizo carrera con el dinero sacado de negocios de prostitución masculina, que falsificó su tesis doctoral, y que dirige un partido que paga en metálico, quizá con dinero sacado de «ayudas».

Ven que quienes aplaudieron los asesinatos de casi mil personas hoy constituyen una coalición, Bildu, que manda en España junto a un tipo que dio un golpe de Estado y que está huido de la justicia. Saben que a Waterloo y a Suiza van los enviados del Gobierno de Sánchez a rendir pleitesía a Puigdemont. Recuerdan que Pablo Iglesias hablaba de «casta» hasta que se enriqueció y se convirtió en «casta». Y han visto que el Estado les ha abandonado en cada tragedia, desde la ovid hasta la dana de Valencia o los incendios de este verano pasado.

No acaba ahí. El PSOE gobernante ha conseguido que los jóvenes piensen que las Cortes son un teatro inútil, que los jueces son prevaricadores, que la prensa miente, y que la administración se puede colonizar para colocar a los peones del partido o a «amiguitas». Son testigos de un Gobierno que fomenta la desigualdad entre españoles para beneficiar a los partidos que solo representan a una comunidad que, además, se quiere separar del resto. ¿Qué van a pensar si estos socialistas han conseguido que se consolide la idea de que el Estado es un negocio del que beneficiarse de forma espuria, y que por tanto no merece respeto alguno? ¿Si la clase dirigente no respeta el Estado, cómo pueden esperar que lo hagan los ciudadanos?

La antipolítica crece como la espuma entre los jóvenes. Es imposible que empaticen con esta clase política, que se vean defendidos con estas leyes, que crean que la continuidad de lo existente va a beneficiar sus vidas. Encima escuchan que no cobrarán la pensión de jubilación por mucho que ahora se esfuercen, mientras otros, los mayores, disfrutan. O leen que los inmigrantes irregulares llegan y reciben un mínimo vital. Sienten que todos viven mejor que ellos. Están cansados de los privilegios del resto, y piensan que nadie les atiende, o que cuando lo hacen es para sacar unos votos. La sensación de hartazgo es palpable.

«El CIS nos desveló que solo el 21% de los jóvenes entre 18 y 24 años está satisfecho con el sistema»

El CIS nos desveló que solo el 21% de los jóvenes entre 18 y 24 años está satisfecho con el sistema, lo que casi se equipara con los que prefieren un régimen autoritario. No olvidemos que esa juventud conoce el despegue de China en las dos últimas décadas, que no es un país con una democracia liberal. Ven esa realidad en las redes sociales, o cuando compran cualquier cosa, especialmente tecnología, y comparan. Mientras la Unión Europea no hace más que prohibir y anunciar chorradas que nadie ha votado, y se muestra acomplejada frente a Rusia y Estados Unidos, esos jóvenes ven a una China eficaz, que genera bienestar material e infunde respeto.

Esto no es poca cosa. Esa juventud antipolítica, que va creciendo, insisto, no ve utilidad a los derechos políticos, especialmente a votar. Cree que ir a las urnas solo sirve para alimentar a esa clase dirigente que vive, no al margen de la realidad, sino muy por encima de ella. Es por esto que esos jóvenes acaban prefiriendo un gobierno que les procure bienestar material aunque sea autoritario, antes que uno que solo hace promesas entre prohibiciones y efusión de arcoíris, y donde se sienten engañados.

El fenómeno no está ocurriendo solo en España, aunque esto no consuela. Estamos viviendo la segunda fase del movimiento antipolítico que surgió entre 2007 y 2015, salvo que ahora es de derechas, nacionalista y autoritario. En estos diez años han cambiado mucho las cosas debido al enorme salto tecnológico, que lo globaliza y viraliza todo. A esto se ha unido el fracaso de la «regeneración» que se intentó en la primera fase. Nada ha podido disminuir la sensación de que hay unas élites gobernantes que, como escribió Christopher Lasch, están empeñadas en vivir muchísimo mejor que los gobernados, y encima a su costa. Es lógico que exista desafección. La clase política no puede mostrar tanta ostentación arrogante combinada con ineficacia, en medio de problemas sociales y laborales tan graves.

Por eso, y acabo aquí, esa izquierda mediática, si de verdad está preocupada por el auge de la juventud antipolítica o de la derecha antisistema, debería empezar por señalar los verdaderos problemas y a sus responsables. Es incómodo, lo sé, pero es lo más honesto.

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