The Objective
Joseba Louzao

Lecciones para una democracia bloqueada

«De eso se trata, en el fondo, la democracia liberal: en la competición electoral puedes perder. Negar esta evidencia es el primer paso hacia el autoritarismo»

Opinión
Lecciones para una democracia bloqueada

Ilustración de Alejandra Svriz.

Antes de convertirse en uno de los analistas más escuchados del panorama internacional, gracias al éxito de sus obras junto a Steven Levitsky –piensen en las discusiones que han despertado ensayos como Cómo mueren las democracias (2018) y La dictadura de la minoría. Cómo revertir la deriva autoritaria y forjar una democracia para todos (2024)–, Daniel Ziblatt escribió Conservative Parties and the Birth of Democracy en 2017. El libro no se ha traducido, aunque bien merecería tener una edición española.

En este trabajo académico, Ziblatt estudia el papel que jugaron las fuerzas conservadoras entre finales del siglo XIX y principios del XX en el desarrollo y mantenimiento de la democracia liberal. Algunos partidos conservadores como, por ejemplo, los tories británicos, aprendieron que el sistema democrático podía ayudarles a conseguir sus metas. En Gran Bretaña y en los países nórdicos, las élites conservadoras construyeron partidos estables y se organizaron de tal manera que pudieron competir con éxito en las elecciones y defender sus posiciones políticas. Mientras que, en otros países del continente, como Alemania, Italia o España, los conservadores no fueron capaces de constituir partidos fuertes y organizados. Esto los hizo depender demasiado de la manipulación electoral o de grupos de interés que no respondían necesariamente a sus prioridades. En definitiva, no supieron encontrar la manera de frenar el crecimiento de las fuerzas radicales o, cuando lo intentaron, fracasaron en el intento.

Podemos extrapolar algunas de las conclusiones del trabajo de Ziblatt a nuestra realidad, y no solamente en lo que se refiere al lado conservador de nuestro espectro político. El primer aprendizaje es sobre la importancia del papel de las élites políticas y económicas en relación con la salud del sistema democrático. Con sus actitudes y estrategias, pueden favorecer o bloquear el cambio y la reforma democrática cuando esta es necesaria. El vaciamiento de los mecanismos del parlamentarismo y la polarización intensa nos demuestra lo peligroso que es nuestro contexto. Porque, en el fondo, vivimos un momento de bloqueo institucional, cuando no de guerra entre poderes, del que no puede salir nada bueno. Tanto es así que la gobernabilidad ha dependido hasta ahora de los siete votos teledirigidos desde Waterloo por un fugado de la justicia.

La segunda lección debe entenderse desde las coordenadas del pasado. La democracia nació en un contexto de conflictividad como consecuencia del consenso alcanzado por diversos agentes sociales. Todos perdieron algo para que todos ganasen algo. La pervivencia de la democracia depende de esos consensos. En un mundo complejo y plural, el disenso es natural, mientras el consenso se convierte en un horizonte por construir. Estos cambios deben ser necesariamente graduales, porque lo demás es un canto al sol que termina en bloqueo e intransigencia. Cada vez es más evidente que los asesores de nuestra élite política solo buscan colocar en la agenda elementos divisivos; el consenso está sobrevalorado porque no da votos. Desgraciadamente, es imposible imaginar hoy acuerdos entre los grandes partidos en temas clave para la reforma de nuestro sistema político.

«La democracia no se consolida sólo mediante elecciones, sino que requiere de la aceptación de las reglas de juego democrático»

Y la última lección que podemos entresacar del trabajo de Ziblatt es que la democracia no se consolida únicamente mediante elecciones, sino que requiere de la aceptación de las reglas de juego democrático. Por eso mismo, la escalada discursiva, tanto a izquierda como a derecha, sobre las legitimidades gubernamentales es preocupante. Además, el actual choque entre los poderes del Estado evidencia las dificultades que tenemos para aceptar dichas reglas. Las garantías formales y las constitucionales son una especie de atajo contramayoritario que ayuda a reducir las tensiones derivadas de la incertidumbre. Pasar por encima de ellas o ignorarlas es un ejercicio bastante arriesgado.

Aunque lo hayamos naturalizado, gobernar sin presupuestos es una anomalía democrática. De eso se trata, en el fondo, la democracia liberal: en la competición electoral puedes perder. Negar esta evidencia no es más que el primer paso para encaminarse hacia el autoritarismo. La línea entre ambas realidades es más fácil de traspasar de lo que se cree habitualmente. Y no hay que buscar los ejemplos en el pasado: se conjugan en presente continuo.

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