Pasado y presente del realismo trágico
«La España oficial, el poder y también la oposición, supera con creces cualquier relato que podamos inventar para entretener a los lectores»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Arturo Uslar Pietri, celebrado escritor y político venezolano, bautizó a la literatura latinoamericana del siglo pasado con el título de realismo mágico. En realidad, el término era una traducción del nombre de pila que Franz Roh, crítico de arte alemán, adjudicó a la corriente artística representada por pintores como Max Ernst o Giorgio de Chirico, que utilizando herramientas del surrealismo describía estampas fieles a la realidad soñada. Pero el más genuino representante de esa corriente literaria, Gabriel García Márquez, criticó siempre que el realismo mágico fuera una invención surrealista impostada, aunque fundada en algunos hechos verdaderos. Antes bien sostenía que en su Colombia natal la magia de la realidad era tan superior a la practicada por brujos o magos profesionales, que cualquier autor fiel a esa corriente narrativa solo necesitaba describir los hechos que acontecían a su alrededor al tiempo que censuraba o limitaba algunas de sus descripciones. Se trataba de que el lector no las desdeñara al suponerlas tan extravagantes que no podían ser creíbles ni siquiera en la ficción.
Participé con Gabo en muchas conversaciones al respecto y comentamos a menudo la admiración que suscitaban entre las gentes las alusiones literarias al poder político. Pensaban muchos que los excesos que algunas veces le atribuían los cronistas eran fruto de una imaginación culpable, basada en antipatías personales o ideológicas. Pero el Holocausto hitleriano, las hambrunas perpetradas por Stalin o la destrucción mutua asegurada que anunciaron los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki rebasaron con creces la creatividad de cualquier posible escribidor. La realidad acaba siempre venciendo a la ficción, según ha demostrado también recientemente Netanyahu.
Daba vueltas yo a estas meditaciones, al tiempo que un funcionario de la sanchosfera ponía en duda que alguien que no fuera lingüista pudiera apellidar con acierto a las mamarrachadas que padecen los ciudadanos de a pie, infligidas por el Gobierno más progresista, feminista, futurista y superfragilísticoexpialidoso que recuerda la historia de nuestro país. Me atreví recientemente a calificarlo de esperpento, palabra de la que ni siquiera los filólogos del Instituto Cervantes encuentran etimología cierta, no vaya a ser que la descubran bajo sus propias alfombras. Y el esperpento, género literario creado por Valle-Inclán, lejos de constituir un desatino narrativo, era un ejercicio teatral ajustado a la verdad objetiva, aunque modificado en parte para no agredir al espectador con tantas verdades que lo convirtieran en increíble. Pero definitivamente esta semana cronistas y reporteros deben perder toda esperanza. La España oficial, el poder y también la oposición, supera con creces cualquier relato que podamos inventar para entretener a los lectores.
Imaginen ustedes quién podría inventar una fantasía en la que un presunto delincuente, líder político de una formación supremacista basada en el peor de los nacionalismos, el lingüístico, se fugara de la justicia apalancándose en el portamaletas de un coche, para terminar siendo primero cómplice y luego opositor del gobierno de un partido derrotado en las elecciones pero apoyado interesadamente por todos los demás perdedores también. En la ficción, su demediado líder incumple todas sus promesas y se alía con sus antiguos enemigos, a los que anteriormente denigraba, incluso con los herederos políticos del terrorismo, lo que no evita que sus paniaguados colaboradores, e incluso quienes le combaten, lo consideren un político y parlamentario correoso. Tan eficaz y tan tramposo que ya prometió, y no deja de hacerlo, estar dispuesto a gobernar sin el parlamento, sin presupuesto, sin proyectos, sin explicaciones y sin transparencia.
La historia continúa narrando su decisión de desobedecer el mandato de las Naciones Unidas respecto a la antigua provincia colonial española del Sahara. Decide luego el futuro y el presupuesto de la defensa nacional sin dar explicación ninguna, mientras se dedica a interferir la actividad empresarial, perseguir a la prensa independiente, calumniar al Poder Judicial y aumentar los impuestos de la clase media trabajadora. Mientras tanto, los trenes, de cercanías o larga distancia, multiplican retrasos y hasta descarrilamientos, evitan túneles por los que no caben sus vagones, y las carreteras padecen deterioros que el gobernante en cuestión desconoce porque no las transita. Eso sí, con el dinero de algunas empresas públicas, las ferroviarias incluidas, se pagan mientras tanto los devaneos sexuales de sus colaboradores más cercanos, al tiempo que su Gobierno asegura que sacará una ley prohibiendo la prostitución, y se publican los negocios de cenáculos sexuales propiedad de su antigua familia política. Al mismo tiempo, su hermano, su mujer, sus dos lugartenientes en el partido, secretarios de organización encargados de hacer las listas electorales, van a ser juzgados acusados de corrupción, y también el jefe de la Fiscalía, guardián de la legalidad, pero sospechoso de no haberla guardado. En medio de todo, tras el portazo en las narices que acaba de darle el presunto delincuente nacionalista catalán, que ya estuvo negociando con un presunto delincuente socialista navarro, y un presunto conseguidor leonés, embajador in pectore de un tirano sudamericano, la respuesta del equipo gubernamental es volverle a tender la mano, porque sin ella se creen todos perdidos, aunque no entiendan que con ella acabarán estándolo también.
«Quizás tengan razón en una cosa: los hechos así contados, sucintamente, son tan extraordinarios que resultan casi increíbles»
Para continuar el relato, cosa que interesa mucho ahora a todos los asesores del poder constituido, mientras estos hechos suceden en la capital y sus alrededores, en Valencia, un caballero líder del partido opositor, almuerza durante horas con una bella periodista de la televisión también pagada con dinero púbico, mientras se desocupa de la mayor catástrofe natural sufrida en el país en lo que va de siglo. Mientras él toma café en un reservado, una espantosa inundación causa la muerte de cientos de ciudadanos en horribles circunstancias de soledad y faltos de socorro. Lejos de asumir sus responsabilidades, reconocer sus indigencias y sus culpas, el susodicho líder decide, contra su propio partido, el sentido común y el reclamo de las víctimas, permanecer en un poder al que nunca debió encaramarse un personaje con tan poco sentido ético respecto a sus deberes como servidor público.
Naturalmente en ese abandono moral no le falta la compañía del antes citado líder carismático, que huye despavorido del lugar de los hechos ante la indignación justificada de las víctimas. Ya se había negado a declarar el estado de emergencia nacional, argumentando que si el gobierno local necesitaba ayuda que la pidiera, y desoyendo el clamor de cientos, miles de voluntarios que acudían en tropel a colaborar sin que nadie les convocara, nadie lo demandara, nadie les compensara, conscientes de su responsabilidad como ciudadanos ante la desgracia ajena.
Algunos dirán que este relato es tremendista, no contempla otros aspectos de la realidad y pertenece a la fachosfera a la que han sido arrojados ya millones de antiguos votantes de un partido socialdemócrata, cada vez menos social y menos democrático. Quizás tengan razón en una cosa: los hechos así contados, sucintamente, son tan extraordinarios que resultan casi increíbles, y tan dolorosos que lejos de suscitar la atención de los lectores pueden provocar un gran rechazo. A la hora de escribir la historia, sería casi preferible recuperar el esperpento, en lo que tiene de morbo y descojone, porque no hablamos ahora de ninguna magia sino de una gran tragedia. Dicho realismo trágico es demasiado para el cuerpo, incluso si se quisiera ponderar o disminuir la magnitud de los potenciales delitos y el indudable abandono de una gobernación ejemplar y limpia. Y como en el caso de su colega, el realismo mágico no faltarán plumas, quizá la de un filólogo y quién sabe si sueldo, que disminuyan sus perfiles, los irritantes tanto como los irrisorios. Pero ya queda dicho que la realidad supera siempre a la ficción.