Amnistiar al soldado Puigdemont
«El cuento que llevan años contando necesita un final feliz. Y Conde-Pumpido es el hada que tiene la varita mágica para hacer desaparecer el delito cometido»

Ilustración de Alejandra Svriz.
¿Y ahora qué? No paro de hacerme esa pregunta tras escuchar las titubeantes explicaciones de Carles Puigdemont para justificar su tímido y triste «s’ha acabat», que sonó más a otro hasta luego. El hombre ansiaba que le entendieran, sobre todo el amigo Sánchez. No tiene otra. Tanto pacto en Bruselas y en Suiza con Cerdán, Zapatero y demás ilustres emisarios, «no ha servido para compartir un relato», se queja. Resulta que el cuento que llevan años contando necesita un final feliz, uno en el que no exista la malversación ni la inconstitucionalidad. Solo el olvido y la amistad entre los pueblos. Cándido Conde-Pumpido es el hada que tiene la varita mágica, esa que aún puede hacer desaparecer, de forma exprés, el delito cometido. Sin «mi amnistía», vino a decir el huido lo más suavemente que pudo, este cuento se ha acabado.
Oí esa palabreja («relato») en boca del escapista y fue entenderlo todo. A nadie se le escapa la amabilidad con que el PSOE ha respondido al enésimo «adiós muy buenas» de Junts, tampoco la rotundidad con que el huido ha desestimado presentar una moción de censura contra el Gobierno de Pedro. Los mensajes se sobreponen para mantenernos entretenidos y marear el balón en el campo sanchista. Tras la última encuesta de La Vanguardia, en la que Puigdemont perdía votos ultranacionalistas a mansalva y los ganaba Aliança Catalana, se entiende la preocupación en las filas exconvergentes. Necesitan, aunque sea solo para su parroquia, hablar sobre las «profundas discrepancias» con el socialismo que manda en Cataluña y en España.
El expresidente de la Generalitat está cansado. Agotado, diría yo, tras verle declamar deseos y repetir frases inconexas, mientras sus antaño votantes se alejan y acusan a Junts de apoyar a un Gobierno que sube impuestos, desprecia a los autónomos y deja entrar al inmigrante latinoamericano que se empeña en hablar castellano.
Su partido tiene la misma base ideológica y ultranacionalista de Silvia Orriols, pero ella habla mucho mejor. Ni son los problemas «en los trenes de cercanías» ni el sacrosanto «derecho a la autodeterminación de los catalanes» lo que ha llevado al acabado líder pujolista a un callejón sin salida. Entiéndalo, el hombre no quiere quedarse en el limbo belga por secula seculorum. Los enviados de Sánchez le prometían la amnistía, pero Puigdemont desconfía ahora «de las constantes mentiras» y se reserva sus votos. Vaya por Dios.
Desde que empezó esta atribulada legislatura, muchos repiten que solo la Justicia nos devolverá el Estado de derecho creado en la Transición. Pero Moncloa está empeñada en cambiar la legislación y reducir el poder de los jueces. Puede que la modernización de nuestra legislación sea necesaria, pero ¿para qué tanta prisa? La aprobación exprés del proyecto de Ley de Enjuiciamiento Criminal ha despertado las críticas de juristas y políticos de la oposición que temen la injerencia gubernamental en un momento de extrema debilidad del Ejecutivo de Sánchez.
«En Moncloa han apretado el acelerador para contentar al prófugo y ganar tiempo»
Llevamos años oyendo a los socios de la izquierda radical acusar de lawfare a cualquier decisión judicial que no les sea favorable. Y han convencido al socialismo español, donde habitan cada día menos socialdemócratas. Apoyados en el grito podemita, ya se han acelerado y ratificado leyes orgánicas, como la del «solo el sí es sí», que han acabado siendo verdaderas chapuzas propias de países bolivarianos.
En Moncloa, además de intentar confundirnos con mensajes efectistas, han apretado el acelerador para contentar al prófugo y ganar tiempo. Obediente, además de harto, el expresidente de la Generalitat ha tenido paciencia, pero Junts está quedando como el perfecto perdedor de futuras elecciones. Hasta los militantes de su propio partido, llamados a votar el más reciente plante de Puigdemont, se plantean quedarse en casa y cambiar de bando. Los exconvergentes se acercan ya a los mítines de Orriols para ofrecer sus servicios o hacerse una foto. Por allí ha pasado hasta la periodista Pilar Rahola, enojada ante el antisemitismo del Gobierno español. Silvia Orriols, una buena oradora que no necesita olvidar, no tiene pelos en la lengua ni nada que perder; tampoco cuenta con escaños en las Cortes ni planea presentarse a las próximas elecciones generales de España.
Todo está, ahora, en la mesa de Pumpido. El presidente del Tribunal Constitucional quiere acabar su mandato dejando contento a Pedro Sánchez y lleva toda la semana advirtiendo que las decisiones del TC «no pueden ser cuestionadas». Sabe que le han salido dos obstáculos: el Tribunal Supremo no acepta amnistiar la malversación y Europa ha cuestionado la vinculación de la ley española al acuerdo político con Junts para la investidura. No responde al interés general. Pero los pactos, según dijo el fugado en un discursito que debería pasar al olvido, están para cumplirse. Hay que amnistiar al soldado Puigdemont. Y ha de ser deprisa, deprisa.
