El candidato de Pekín
«Bajo el mandato de Sánchez, España parece haberse desligado de los lazos atlánticos para abrazarse gradualmente al bloque antioccidental que lidera China»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Los casos de corrupción que cercan a Pedro Sánchez son tan escandalosos y numerosos que tienden a ocultar un asunto aun de mayor gravedad: la reorientación geopolítica de nuestro país. Bajo su mandato, España parece haberse desligado de los lazos atlánticos para abrazarse gradualmente, paso a paso, al bloque antioccidental que encabeza China.
Pudiera parecer que detrás de este realineamiento asoma el proverbial oportunismo de Sánchez. Y seguramente en parte sea así. Pero la suma de acontecimientos, su sincronía y coherencia apuntan a una intencionalidad de fondo. No asistimos a una deriva improvisada, fruto del mero oportunismo, sino a un proceso metódico y sostenido en el tiempo que combina oscuras dependencias económicas, gestos diplomáticos y afinidades ideológicas.
El caballo de Troya en la seguridad nacional
En julio de 2025 el Ministerio del Interior adjudicó a Huawei contratos por 12,3 millones de euros para suministrar servidores y servicios vinculados al sistema estatal de interceptación legal de comunicaciones, conocido como Sitel. El proveedor chino, vetado en la mayor parte de los países de la OTAN, ha podido infiltrarse legalmente, con los parabienes del Gobierno, en la infraestructura crítica de seguridad del Reino de España.
La decisión cogió por sorpresa a Bruselas y Washington. Desde 2019 las instituciones europeas recomiendan reducir al mínimo la presencia de proveedores calificados de «alto riesgo», por estar sujetos a la legislación china que obliga a todas sus empresas, y muy especialmente a las tecnológicas, a ser vasos comunicantes con los servicios de inteligencia de Pekín. Estados Unidos ha ido todavía más lejos: ha prohibido cualquier equipo de Huawei en sus redes estratégicas.
El 16 de julio de 2025 los presidentes de los comités de Inteligencia del Senado y la Cámara de Representantes, Tom Cotton y Rick Crawford, enviaron una carta a la directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, pidiendo revisar los intercambios de información con España. «Hasta que España adopte una política similar [a la de los aliados], el Gobierno de los Estados Unidos debe asegurarse de que toda la información compartida con el Gobierno español sea censurada», decía literalmente el texto.
«Si Madrid mantiene a Huawei infiltrado en sus redes de seguridad, su acceso a la inteligencia aliada será puesto en cuarentena»
El mensaje era inusualmente duro e inequívoco: si Madrid mantiene a Huawei infiltrado en sus redes críticas de seguridad, su acceso a la inteligencia compartida aliada será puesto en cuarentena. Bruselas, por su parte, también advirtió, aunque más discretamente, que Europa avanza justo en sentido contrario al español, hacia la cancelación de contratos con proveedores chinos en sectores sensibles.
El Gobierno trató de restar importancia a la polémica alegando que los equipos estarían «aislados» y sometidos a auditorías. Sin embargo, cuando eres incapaz de hacer que los trenes funcionen, ¿qué confianza puedes inspirar en el control de sistemas mucho más sofisticados? En política exterior, las percepciones pesan mucho más que los protocolos. Ahí, la duda mata. ¿Las consecuencias? España ha pasado a figurar en la lista negra de países «poco o nada confiables».
China y la diplomacia de la seducción
El acercamiento entre Pedro Sánchez y Xi Jinping no es episódico ni coyuntural. Se articula en una secuencia y una deriva consistente. Primero fue Bali, 2022, durante la cumbre del G-20: un encuentro protocolario y extremadamente afable envuelto en el lenguaje de la «cooperación multilateral». En Pekín, 2024, la apuesta subió considerablemente: visita oficial, foro empresarial España-China y una agenda económica ambiciosa en plena ofensiva arancelaria de Estados Unidos contra Pekín. Finalmente, y por ahora, en Pekín, 2025, la alianza España-China ha ido todavía más lejos, tanto que el Partido Comunista Chino (PCCh) elogió a Pedro Sánchez y la «posición independiente» de España frente a las tensiones internacionales. Traducido del mandarín al castellano: Xi Jinping felicitó a nuestro presidente por convertirse en la piedra en el zapato del bloque occidental.
«La estrategia de Pekín es dividir a los Estados europeos y recompensar a los que mantengan una línea de confrontación con Washington»
Simultáneamente, compañías chinas como CATL, State Grid o la propia Huawei ganaron presencia en licitaciones españolas de energía, minería y tecnología. Mientras otros socios y aliados las vetaban, el Gobierno español las invitaba a competir en proyectos estratégicos.
La estrategia de Pekín es clara: dividir a los Estados europeos y recompensar a los que mantengan una línea «autónoma» —en realidad, de confrontación— respecto de Washington. Y España se ha convertido en el aliado más entusiasta de ese plan. En los círculos de inteligencia la estrategia de Pekín se resume en tres palabras: vínculo, ventaja y veto. Crear vínculos mediante cooperación; ofrecer ventajas económicas; y ejercer, llegado el momento, presión desde dentro de las instituciones europeas a través de países satélites como España.
Zapatero: el heraldo de Pekín
Mientras Sánchez estrecha lazos con China, José Luis Rodríguez Zapatero opera como agente encubierto. El expresidente preside el consejo asesor del GATE Center desde 2022, un think tank con sede en Madrid y dependiente de Pekín que organiza foros sobre «gobernanza global» y «nueva multipolaridad», en perfecta sincronía con la narrativa oficial del PCCh.
En 2025, una corporación tecnológica de Suzhou anunció la incorporación de Zapatero como consultor para su expansión europea. La compañía opera en sectores estratégicos y tiene vínculos directos con el Ministerio de Industria chino. Paralelamente, Zapatero preside el Consejo Consultivo de la Fundación Onuart, plataforma de «diálogo cultural» estrechamente relacionada con las instituciones chinas que promueven la Nueva Ruta de la Seda a su paso por Europa.
Alrededor de Zapatero se ha formado una constelación de antiguos cargos públicos y asesores vinculados a proyectos de seguridad y telecomunicaciones de empresas chinas monitorizadas por el PCCh. Nada de ello es ilegal, pero refuerza la convicción de que el expresidente actúa como agente entre las élites políticas y económicas españolas y los intereses de Xi Jinping.
«Zapatero ejerce en Hispanoamérica de falso mediador en las crisis políticas en beneficio de los intereses de Caracas y Pekín»
Zapatero también desempeña un papel central en Hispanoamérica, donde ejerce de falso mediador en las crisis políticas en beneficio de los intereses combinados de Caracas y Pekín. Su discurso, travestido de «no injerencia» y «multipolaridad cooperativa», tiene como fin convertir a España, tradicional puente entre Europa e Hispanoamérica, en el mayordomo de China en el continente americano.
México: el referente comunista-populista
En el verano de 2024, el PSOE firmó un acuerdo de cooperación con Morena, el partido gobernante de México. Los socialistas españoles lo presentaron como una alianza entre «fuerzas progresistas», pero en la práctica supuso una aproximación a un movimiento de corte populista y comunista que combina la desconfianza hacia Estados Unidos con discursos claramente antioccidentales.
El nuevo aliado del PSOE no podía ser más inquietante: Morena ha sido señalado por agencias internacionales por su tolerancia hacia el crimen organizado y por su papel en el debilitamiento institucional de México. Sin embargo, ninguna reserva pública acompañó la firma. Al contrario, el PSOE observó con interés el modelo de control político del poder judicial que López Obrador impuso mediante su reforma judicial, y halló en él un precedente útil para su propia agenda interna. No es casual que, un tiempo después, el Gobierno español impulsara la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal (LECrim), conocida popularmente como Ley Begoña, que traslada buena parte de la instrucción penal al Ministerio Fiscal, un órgano jerárquico dependiente del Ejecutivo. En México, aquel ataque a la separación de poderes se justificó con el mismo argumento que hoy esgrime Félix Bolaños con cinismo: «Agilizar la justicia».
Por si esto no fuera suficiente, Morena forma parte del Grupo de Puebla y del Foro de São Paulo, plataformas que aglutinan y coordinan a partidos autoritarios y bolivarianos aliados de Caracas y La Habana. La afinidad de estos foros con los intereses económicos y diplomáticos de China es más que evidente. La integración de España en esa red por mediación del PSOE ha tenido un objetivo claro: darle una pátina de respetabilidad europea.
Gustavo Petro: camarada en la cruzada antioccidental
Simultáneamente, el presidente Sánchez estrechó lazos con Gustavo Petro. En 2024, justo después de que Washington cuestionara con extrema dureza la política antidroga del líder colombiano y su alineamiento con Rusia, Sánchez viajó raudo y veloz a Bogotá y, allí, tras abrazar a Petro fraternalmente, lo ensalzó como «referente del nuevo progresismo latinoamericano».
Petro, antiguo miembro del grupo terrorista M-19, también ha impulsado un giro que abrió las puertas de par en par a las empresas chinas en el país. Pekín financia hoy infraestructuras férreas, mineras y energéticas en Colombia, bajo la habitual fórmula de combinar la trampa de la deuda (créditos blandos y letra pequeña) con la promesa —siempre incumplida— de transferencia tecnológica.
El mensaje que Sánchez lanzó a Washington mediante el estrechamiento de lazos con Morena y Gustavo Petro fue nítido e intencionado: España no solo esta dispuesta a desafiar los intereses occidentales sino también a erosionarlos. La sintonía ideológica entre Sánchez y el populismo izquierdista Hispanoamericano tiene un objetivo: ayudar a reforzar la presencia china en la región, en perjuicio de los intereses estadounidenses.
Venezuela: la prueba del algodón
La política de Sánchez hacia Venezuela es, desde hace años, un ejercicio de equilibrios que, casualmente, siempre acaba beneficiando a Nicolás Maduro. El Gobierno español defiende el «diálogo» y la «no injerencia», pero rara vez acompaña sus gestos con exigencias concretas de apertura democrática.
Aquí también el papel de José Luis Rodríguez Zapatero ha sido clave. Sus intervenciones reproducen el relato oficial chavista. ¿La consecuencia?: España se ha dedicado a aliviar la presión internacional sobre el régimen chavista sin que, a cambio, Maduro haya levantado la bota un solo milímetro del cuello del pueblo venezolano.
Así se explica que, cuando la opositora María Corina Machado recibió el Premio Nobel de la Paz, Moncloa optara por el silencio. Ni una nota de felicitación ni una referencia al reconocimiento mundial de la oposición democrática venezolana. En Bruselas y en varias capitales hispanoamericanas, esta omisión se interpretó como un claro gesto de complacencia hacia Caracas.
De fondo, el mismo leitmotiv. Venezuela es un socio prioritario para la diplomacia económica y geopolítica de China y un aliado fiel de Rusia en los organismos internacionales. Al mantener un tono neutro y confiar en mediaciones sin resultados, España contribuye, aun de manera indirecta, a la normalización y consolidación del eje antioccidental.
Ucrania y la OTAN: una sospechosa ambigüedad
En política de defensa, España mantiene el gasto en torno al 1,3% del PIB, el más bajo de la OTAN. Las promesas de alcanzar el 2% se repiten, pero sin ningún calendario. La retórica oficial se apoya en conceptos como «autonomía estratégica europea» o «diplomacia de paz», que contrastan con la posición decidida de los aliados. ¿Simple ambigüedad? Durante una cumbre europea en 2024, una escena captada por las cámaras ilustró algo más que ambivalencia: mientras los jefes de gobierno se levantaban para saludar efusivamente a Volodímir Zelenski, Sánchez permaneció sentado y distante. Un gesto cargado de simbolismo.
«La ‘ambigüedad’ española en Ucrania favorece la pretensión de Pekín de mantener en Europa un conflicto prolongado»
El desplante podría pasar por mero descuido… si no fuera porque las importaciones españolas de gas ruso aumentaron de forma llamativa durante 2023 y 2024. El Gobierno alegó que se trataba de contratos privados dentro de los márgenes establecidos por las sanciones europeas, pero la incoherencia con el discurso oficial sobre solidaridad con Kiev es reveladora.
Es evidente que la «ambigüedad» española favorece la pretensión de Pekín de mantener en el flanco oriental de Europa un conflicto prolongado y controlado que desgaste a Occidente, pero sin quebrar el comercio global que interesa a China. España, con su nulo compromiso militar y su retórica cínicamente pacifista, encaja a la perfección en esta retorcida estrategia.
Cataluña: la trama rusa
Durante años, la política exterior de Sánchez y su interesada polarización de la política local parecían estar desvinculadas… hasta que apareció la pieza que faltaba: la trama rusa. Aquella investigación judicial reveló que la injerencia de Moscú no solo operaba en los márgenes de Europa oriental, sino que había penetrado las fronteras españolas.
Los informes del juez Joaquín Aguirre y de la Guardia Civil documentaron contactos entre emisarios rusos del entorno de Putin y altos cargos de la Generalitat, incluidas reuniones en Barcelona en 2017 con agentes del GRU y promesas de financiación de hasta 500.000 millones de dólares en criptomonedas para respaldar la independencia catalana.
«El secesionismo catalán llegó a explorar la posibilidad de un respaldo exterior de Moscú»
Entre las comunicaciones intervenidas a Víctor Terradellas, uno de los agentes clave del procés, se mencionaban incluso ofertas de «ayuda técnica y militar», evocando la estrategia de los llamados «hombrecillos verdes» con la que el Kremlin inició las hostilidades en Ucrania de forma no declarada en 2014. Esta hipótesis, recogida por el juez en sus autos y filtrada a la prensa española, no llegó a esclarecerse, pero añade un matiz inquietante: el secesionismo catalán llegó a explorar la posibilidad de un respaldo exterior en los mismos términos que Moscú emplea para intervenir Estados desde dentro, como ha hecho en Moldavia, Georgia, Ucrania, Bielorrusia o Serbia.
En 2021, el tribunal pidió a la Fiscalía ampliar las investigaciones. La respuesta fue el silencio. Cuando Sánchez nombró a Dolores Delgado como fiscal general del Estado, el caso quedó archivado sin nuevas diligencias, pese a los demoledores informes de la Guardia Civil. La cadena jerárquica es inescapable: el fiscal obedece al fiscal general, y éste al Gobierno. Así, un asunto que comprometía directamente la seguridad nacional y, derivadamente, la de la OTAN fue enterrado de forma sospechosa.
Oficialmente, se alegó falta de pruebas. Extraoficialmente, reabrir el caso habría molestado a Junts, cuyo apoyo parlamentario es vital para Sánchez. Sin embargo, hay otra hipótesis no excluyente sino complementaria: no incomodar a Putin. Lo que encajaría al milímetro con la reducción del apoyo a Ucrania y la financiación del esfuerzo de guerra del Kremlin multiplicando las compras de gas ruso. Esta coincidencia alimenta la sospecha de que la política exterior y la interna son vasos comunicantes. Surge así una pregunta: la polarización política que promueve internamente Pedro Sánchez ¿sirve solo a sus propios intereses o también a los de potencias extranjeras?
Esa duda, que podría parecer conspirativa, cobra fuerza cuando uno escucha el testimonio de David Alandete. El periodista, autor del imprescindible La trama rusa, compareció recientemente ante el Congreso para denunciar la pasividad institucional frente a las evidencias de complicidad entre los secesionistas y Moscú: «La ciudadanía tiene derecho a saber. Los hechos no desaparecen. Desde el poder podrán desviar la mirada, pero el independentismo no podrá ocultar una trama que quedó enterrada por errores procesales y boicots desde dentro».
Su advertencia, si bien se propagó con fuerza en las redes sociales y en algunos medios de información convencionales, fue silenciada por los medios afines al Gobierno.
Adiós Occidente, adiós
La suma de hechos y decisiones —los contratos con Huawei, las tres cumbres con Xi Jinping, el papel oficioso de Zapatero, las alianzas con Morena y Petro, la indulgencia con Maduro, la «ambigüedad» ante Ucrania y el silencio sobre la trama rusa— debería despertar la suspicacia no solo de los analistas, sino de cualquier ciudadano atento. España se ha desplazado del eje atlántico hacia una zona gris —o, más precisamente, rojiza—, compatible con la proyección de poder de Pekín y, por derivación, los intereses de Moscú.
Washington y Bruselas ya han tomado nota. La carta del Congreso estadounidense sobre Huawei fue la primera seria advertencia: un aliado que comparte información sensible con proveedores sometidos a la inteligencia china no puede ser tratado como un socio de plena confianza. La última y más reciente, la del senador estadounidense James Risch —presidente de la Comisión de Exteriores del Senado y voz autorizada de la política exterior de Washington— que ha acusado públicamente a España de «fallarle a la OTAN», de «fortalecer a Hamás» y de mantener «lazos económicos peligrosos» con China.
«Un país que fue pilar del eje atlántico, hoy parece decantarse por la deslealtad a Occidente y la servidumbre al poder asiático»
El Gobierno español justifica su política exterior como un ejercicio de «autonomía estratégica» y «diversificación de alianzas». Pero en la práctica esa autonomía se traduce en pérdida de confianza, exposición tecnológica, menor peso en la OTAN y la UE, y una sumisión y vulnerabilidad creciente frente a regímenes que hacen del poder una herramienta de control.
No hace falta recurrir a teorías conspirativas: basta con observar la cronología. Cada contrato, cada gesto diplomático, cada silencio, ha desplazado a España un centímetro más lejos de Occidente. Y la suma de esos centímetros se traduce en un cambio de bloque.
La diplomacia, como las novelas de espías, se mueve por señales sutiles. Las de España, sin embargo, son de una estridencia que asusta. Un país que fue pilar del eje atlántico, hoy parece decantarse por la deslealtad a Occidente y la servidumbre al nuevo poder asiático. Reflejado en este espejo oscuro, Pedro Sánchez se asemeja al protagonista de The Manchurian Candidate: un político cuya ascensión está llena de sombras y cuya actuación, entre gestos calculados y alianzas opacas, acaba sirviendo siempre a intereses que no son los de su propio país.