The Objective
Jorge Vilches

Alegría antifascista y aplauso sanchista

«El fascismo es para esta gente cualquier cosa que tenga que ver con las libertades o la democracia, incluso con el libre albedrío o la casualidad»

Opinión
Alegría antifascista y aplauso sanchista

Un grupo de abertzales en la Universidad de Navarra. | Jesús Diges (EFE)

La gran coartada de la izquierda totalitaria para ejercer violencia es que el fascismo crece. Y como los fascistas no se reproducen ni los acusados como tales actúan como Mussolini o Hitler a comienzos del siglo XX, esos izquierdistas han ampliado el concepto de fascista a cualquier cosa que no sea extrema izquierda. El truco consiste en ver al enemigo en todas partes cada vez más grande y poderoso para justificar la salida violenta como la única posible. Es totalitarismo en estado puro, tolerado en democracias decadentes, como la nuestra, donde el orden público responde a consignas partidistas. 

Nuestros alegres antifascistas son tan predecibles como impunes. Esa impunidad procede de que la izquierda formal los aplaude o justifica, culpando siempre al agredido. Si le pegaron fue porque llevaba una bandera de España, era periodista de un medio libre, votaba a cualquier partido de la derecha, o porque defendía la libertad de conciencia, palabra y comportamiento. Así se han puesto las cosas. Ser «ultra» es ir a escuchar una conferencia en la universidad sobre los asesinatos de Hamás, la Hispanidad, la familia tradicional, el sexo biológico, o contra el cierre de las nucleares. 

La manga no puede ser más ancha. Como ya no hay ni Mussolinis ni Hitler ni tropas de asalto ni camisas negras, el fascismo es para esta gente cualquier cosa que tenga que ver con las libertades o la democracia, incluso con el libre albedrío o la casualidad. Si compras en grandes superficies, eres un fascista. Si defiendes el mérito y la capacidad como parámetros evaluadores en el mundo profesional, eres un completo fascista. Si piensas que la okupación está mal, llevas tatuada una esvástica. Si crees que no está bien pagar impuestos para subvencionar la vida ociosa de los perroflautas, es que estás todo el día haciendo el saludo romano. Si tienes un piso en alquiler o, ya en plan loco, posees una vivienda que está dada de alta como alojamiento turístico, te conviertes en un fascista de tomo y lomo. Y así todo. 

En su cruzada antifascista tienen bula para la violencia. Lo hemos visto con la paliza recibida por un periodista en Navarra, cuando el PSOE y sus terminales mediáticas han culpado al agredido y al convocante de la conferencia. La cabra tira al monte, y el socialista a la barricada. Normalmente, el progre se deshace ante la visión del activista. Sufren el mal del romanticismo revolucionario adolescente, y sollozan cuando dos tiparracas manchan un cuadro de Colón en un museo, o se estremecen al ver el escrache a una dirigente de la derecha. No lo pueden evitar. 

En el fondo de su alma, la personalidad totalitaria del izquierdista aplaude a Lenin, comprende a Mao Zedong, lubrica con Fidel Castro, se enamora del Che, se levanta cuando oye hablar de la Pasionaria. No lo puede evitar. Ve en el activista antifascista el joven encapuchado que nunca fue, y se derrite pensando en cómo disfrutaría gritando a la cara a un funcionario uniformado: «¡¡Policía, asesina!!». 

«El paraíso antifascista y de sus colaboradores sanchistas es un mundo basado en la doble moral»

Sueñan con un sistema político en el que gobiernen ellos para siempre y sin control alguno. Un país en el que «el otro», la comunidad que no comulga con el izquierdismo, no exista o se rinda. Quieren un régimen que entienda que el pluralismo solo existe a la izquierda; eso sí, donde quede claro que Felipe González, Nicolás Redondo o Joaquín Leguina son fachas de toda la vida. Una sociedad sin libre mercado, sin urnas, sin prensa libre, donde ellos, la vanguardia del progreso, impongan cómo debemos ser, pensar y decir. 

El paraíso antifascista y de sus colaboradores sanchistas es un mundo basado en la doble moral. Si se recuerdan los crímenes de ETA es que se vive en el pasado, como dijo hace poco Patxi López, pero eso no se aplica al franquismo, del que han transcurrido 50 años. Si se afirma que el entorno familiar y político del presidente es corrupto, es un bulo y lawfare, no como lo que tiene que ver con el PP, que es verdad de la buena. Si una manada de gentuza viola a una chica en Pamplona, se manifiestan y piden su cabeza, pero si son inmigrantes irregulares con orden de expulsión los que cometen el delito en la misma ciudad, como ha ocurrido esta semana, se produce un silencio muy esclarecedor. 

Nos está quedando una democracia como para enmarcar. Hemos llegado a un punto, como escribió Robert O. Paxton, en el que algunos vuelven a creer que la defensa del «paraíso» exige pisotear los derechos individuales, el procedimiento legal, e incluso la vergüenza. 

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