La era de la poltrona
«Es preferible la deshonra, la incapacidad de gobernar, la impotencia a la pérdida del poder. Sánchez no tiene nada más que ofrecer. Su ideología es el poder»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Hace más de diez años, durante el 15-M, una proclama común era «la democracia no es solo votar cada cuatro años». Era una revindicación para ir más allá de la democracia electoral. La política, decían los defensores de esta idea, se hacía en el Parlamento, pero también desde la sociedad civil, en las organizaciones, en la calle. Era también una proclama que reivindicaba un control al poder más constante: la fiscalización no era solo votar en las elecciones. Es decir, la democracia no acababa en las urnas, y las urnas no lo justificaban todo.
Ese clima de opinión fue desvirtuándose unos años después, durante el procés independentista catalán. La izquierda comenzó a sacralizar la idea del referéndum y a tildar a cualquiera que estuviera en contra de antidemócrata. Votar, daba igual el qué y en qué condiciones, era algo automáticamente democrático. Es decir, era democrático votar para quitarle los derechos civiles y políticos a tu vecino. A veces incluso se usaba la excusa demoscópica: al menos votando podríamos saber las opiniones de la población sobre el tema.
El procés terminó, ganó las elecciones Pedro Sánchez y, con los años, el argumento se invirtió completamente: la única manera de fiscalizar al poder eran las elecciones. Cualquier otro tipo de rendición de cuentas era ilegítima, ¡incluso golpista! Si no te gusta lo que está haciendo el presidente, solo te cabe esperar a las elecciones. Exigirle que las adelante o que dimita empezó a verse como algo resentido, casi antidemocrático: no aceptas el resultado de las elecciones.
Ganar las elecciones era lo importante. Daba igual que no cumplieras con tu programa (¿existen todavía los programas electorales?), que hubiera acusaciones de corrupción, que no puedas gobernar porque tienes cada vez menos apoyos parlamentarios y no eres capaz ni de aprobar unos presupuestos. Da igual, porque lo importante es estar en el poder, y no tanto ejercerlo: se ejerce el poder solo para poder seguir en él.
«La izquierda pasó de decirle a la oposición ‘ya te tocará’ a defender cada vez más explícitamente que no debería ‘tocarle’ nunca»
Luego esa postura se radicalizó aún más. La izquierda pasó de decirle a la oposición «ya te tocará» a defender cada vez más explícitamente que no debería tocarle nunca. Es un proceso lento pero constante de deslegitimación no simplemente de la oposición, sino de los millones de españoles descontentos con el Gobierno. Seguro que recuerdan cuando Sánchez dijo explícitamente que no podía adelantar las elecciones porque si no ganaría la derecha. Ahí está resumida toda su filosofía política.
Estamos en la era de la poltrona: es preferible la deshonra, la incapacidad de gobernar, la impotencia a la pérdida del poder. Me pregunto a menudo qué tiene el poder para ejercer tal capacidad de seducción. En el caso del presidente, la respuesta es sencilla: Sánchez no tiene nada más que ofrecer. Detrás de su soberanía no hay nada. Su ideología es el poder.