Lo que pasa en Holanda ¿se queda en Holanda?
«El inesperado ascenso de Rob Jetten en Holanda demuestra que de la ultraderecha se sale. Que su advenimiento no es inevitable ni imparable»

El político holandés Rob Jetten durante la noche electoral. | Reuters
El inesperado batacazo del candidato de la extrema derecha holandesa, Geert Wilders, y el fulgurante ascenso del joven liberal progresista Rob Jetten, abre muchas incógnitas. Está por ver quién consigue formar Gobierno al fin en ese país. Pero eso pasa en las mejores familias, ¿verdad? Lo que no se ve cada día, últimamente, es que alguien le dé la vuelta de esa manera a las encuestas. Y al pesimismo.
Todos parecían estar de acuerdo en que el mundo se acaba, aunque no de la misma manera ni por lo mismo según unos u otros. Para algunos, la próxima glaciación vendrá de la mano de la extrema derecha y por eso todo vale para parar sus excesos. Incluidos los excesos de la extrema izquierda.
Sin duda es cómodo pensar eso. Pero si algo demuestra la Historia, la reciente y la no tan reciente, la nuestra y la de los demás, es que la secuencia suele ser al revés. La extrema izquierda suele aparecer para parar a la extrema derecha. Ha ocurrido más veces lo contrario. Ante una situación previa de injusticia, desigualdad, descontento, etc, a la extrema izquierda se le ocurren ideas muy impacientes y expeditivas. Desde tomar el poder por las buenas para luego retenerlo por las malas para no abandonarlo jamás, hasta hacerse fuerte a tiros y/o a purgas -más modernamente, también a subvenciones-, anteponer la agenda revolucionaria a la institucional o ni siquiera democrática, etc. La izquierda moderada suele ser su primera víctima, del mismo modo que la derecha moderada lo es de la extrema derecha cuando esta se alza en furibunda y fulminante reacción. Esta suele ser tan sobrecogedora, fea y cruel que, a poco que triunfe, vista en perspectiva la extrema izquierda parece más bella y más noble de lo que nunca fue. Hay gente de la que se guarda una memoria romántica que no resiste un análisis ni habiendo perdido la o las guerras. Ni les cuento si la o las llegan a ganar.
Este tristísimo movimiento de péndulo pareció durante mucho tiempo atajado, o contenido, por ese culto a la clase media que, por lo menos en Occidente, se venía practicando desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Nada es perfecto, nunca lo fue. Pero la socialdemocracia, cuando funcionaba, es lo que quizás más se ha acercado a lo que verdaderamente quería Marx para los trabajadores antes de que Lenin se tomara la justicia y El capital por su mano. Lo cuenta muy bien Gabriel Tortella en su libro Las grandes revoluciones.
Ciertamente la socialdemocracia europea, como la Transición española, se nos ha gastado. Incluso entre los que todavía honramos y respetamos sus ideales, ha perdido su brillo. Lo que todavía va bien lo damos por descontado y nos olvidamos de lo que costó. Lo que va francamente mal y urge reformar nos enfurece y, ante una clase política envenenada de contradicciones, hipocresías y corrupciones, que todo lo tapa o lo arregla al grito de “uy, lo que me ha dicho”, surge la tentación antipolítica. Al cuerno todo.
«Me sorprende que tantas personas preocupadísimas por el auge del trumpismo, abascalismo, etc., pongan dinero para la Taberna Garibaldi de Pablo Iglesias»
A mí personalmente me sorprende que tantas personas preocupadísimas por el auge del trumpismo, abascalismo, etc., pongan dinero para la Taberna Garibaldi de Pablo Iglesias. Como me sorprende que los mismos que exigen, seguramente con razón, hacer justicia a las víctimas pendientes del franquismo, pierdan esa razón cuando rehúyen aclarar los crímenes pendientes de ETA. O ya puestos, los atentados del FRAP en 1975, con los que se perseguía provocar una reacción violenta que diera al traste con una Transición pacífica en la que ni los ultras de un lado ni los de otro se encontrarían a gusto porque no hallarían acomodo. Es por lo mismo, diga lo que diga la leyenda, que ETA se cargó a Carrero Blanco. No para despejar el camino hacia la democracia sino para reventarlo. Igual que el atentado de la calle Correo, poco después. O los cuarenta años de ETA que siguieron. Cuarenta años, cifra ominosa.
¿De verdad no hemos aprendido nada? Que hoy en día, en el contexto actual, todavía haya quien crea que la violencia, el comunismo -o, ya puestos, el independentismo xenófobo- son la solución, igual debería darle una vuelta. Y releer, pongamos por caso, a Manuel Chaves Nogales.
El inesperado ascenso de Rob Jetten en Holanda demuestra que de la ultraderecha se sale. Que su advenimiento no es inevitable ni imparable -de hecho, verles gobernar suele ser el mejor antídoto…-, y también que la única manera de evitar o de parar eso no es ponerse en modo woke agresivo cancelador o directamente en modo gulag. Los extremos nunca se paran mutuamente, si acaso se retroalimentan. Lo único capaz de romper ese siniestro bucle es una llamada a la moderación. No entendida como cobardía, blandenguería o corrección política de andar por casa, sino como genuino coraje para dar la cara, sanear, reformar y sumar la máxima gente posible a la conversación política. Incluir y no excluir. Unir y no separar. De la extrema derecha se sale, de la extrema izquierda también. Ni reconquistas con música del NODO, ni “no pasarán”. Basta.