Mazón y la goma de la lavadora
«Con sus múltiples versiones, Mazón se ha prestado a ser la coartada para opacar al resto de agentes que, por acción u omisión, dejaron tirados a los valencianos»

El presidente en funciones de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón. | Biel Alino (EFE)
Hace unos años, cuando un 22 del 2 del 22 se mascaba la dimisión de Pablo Casado, escribí una columna sobre la «ley de la goma de la lavadora». La teoría doméstica de mi amigo Pedro Herrero explica, mejor que cualquier manual de ciencia política, el ciclo vital del poder. La goma —ya se sabe— no es la pieza más noble del electrodoméstico, pero sí la más fácilmente sacrificable: soporta presiones, acumula suciedad, resiste golpes y cumple una función simbólica esencial. En efecto, cada cierto tiempo —más por la necesidad psicológica del usuario de creer que algo se renueva que por verdadera avería— se sustituye con la esperanza pueril de que el tambor vuelva a girar con la fuerza del principio.
Carlos Mazón es hoy esa goma reventada del sistema autonómico valenciano. Su desgaste ha sido acelerado, ruidoso, patético, claramente autoinfligido, pero, ciertamente útil para algunos. Porque Mazón se ha destrozado, pero sobre todo se ha dejado destrozar (por su entorno, por la presión ambiental, por la oposición y por el Gobierno central, que sale de la tragedia «de rositas») por una ausencia: no la del Cecopi o el Ventorro, sino la de transparencia.
La opacidad —mezclada con la contradicción, las falsedades y la duda— es una peligrosa herramienta de ruido. Como regla general, en política, cuando corren aguas turbias (y en este caso, literalmente, provocan una tremenda desgracia), lo que no se aclara se pudre. Y cuando se pudre, no hay comunicado, ni filtración, ni lavado de imagen que lo pueda arreglar. Porque, más allá de la tragedia, a Mazón lo que no se le perdona es la falta de claridad.
Pero, además, con sus múltiples versiones y «su manual de resistencia», Mazón se ha prestado a ser la coartada perfecta para opacar al resto de agentes que, por acción o por omisión, dejaron tirados a los valencianos. Bajo mi punto de vista su marcha era urgente: por no estar en su lugar, por no haber sido claro, pero sobre todo por convertirse en el trampantojo necesario.
Contrasta la exigencia democrática en este caso con la que se tiene (y se ha tenido) en otros contextos. Porque la falta de transparencia y de responsabilidad no es una innovación alicantina. Me venían estos días, con el tema nuclear de los avisos, escenarios de tiempo atrás.
«Cuando la covid, no solo no se advirtió a tiempo, sino que se animó a asistir a las manifestaciones»
Sub judice está por saber cuándo se emitieron las alertas sobre el Barranco del Poyo y por qué no se divulgaron. Lo que sí se sabe, sin embargo, es que el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades (ECDC) avisó el 2 de marzo del 2020 a la Moncloa de que, ante la expansión del covid, los Estados debían evitar que se acudiera a «actos multitudinarios». Entonces no solo no se advirtió a tiempo (ni por teléfono ni por otros medios), sino que se animó a asistir a las manifestaciones. Pese a la clara advertencia de la Unión Europea para evitar la propagación del virus que causó más de 120.000 muertes en España, la Delegación del Gobierno en Madrid autorizó 77 concentraciones.
Hay avisos y avisos. El aviso del Cecopi, lamentablemente, llegó tarde. El aviso que mandaron a la Moncloa jamás se hizo llegar a la población. Por uno, se va a cambiar la goma de la lavadora. Pese al otro, se ha logrado mantener girando el tambor al ritmo de la consigna estrella: resistir.
La política es una trituradora de carnes selectiva. Mientras a Mazón lo aniquila el silencio, a Sánchez lo preserva. Sigue generándome inmensa curiosidad por qué unas gomas se cambian y otras no.
En los tiempos que corren, parece que lo que decide quién sobrevive y quién no es la textura mediática del personaje.
La mayoría se hunde con el titular, pero hay quien, cual detergente ecológico, consigue flotar una y otra vez sobre el fango.
Alabo siempre que castiguemos la suciedad, pero me preocupa —y mucho— que estemos salvando sistemáticamente al que sabe disimularla.