The Objective
Ignacio Vidal-Folch

Manoseando a Marilyn en Conde Duque

«El dinero público no debería servir para complacer mitomanías más que caducas, ni hay nada, más allá de su encanto en las películas, que Marilyn pueda enseñarnos»

Opinión
Manoseando a Marilyn en Conde Duque

La actriz Marilyn Monroe.

Desde que en Matadero, el año pasado, hicieron una exposición «inmersiva» sobre el naufragio del Titanic, en la que supuestamente podías «sentirte» como uno de los acaudalados viajeros que en 1912 naufragaron en el gran paquebote —paradigma expositivo del paternalismo y la falta de ideas y de creatividad—, no había oído cosa más nula que la exposición Celebrando a Marilyn que, con la dudosa percha del 120 aniversario de su nacimiento en 1906, inaugurará Conde Duque en febrero próximo.

Si se conmemorase a Marilyn con un ciclo de sus películas en la Filmoteca o en alguna cadena de televisión, pues nada que decir. ¿Pero en Conde Duque, donde se supone que se toma el pulso a la creatividad y a las inquietudes de la actualidad? ¿Marilyn? Ponemos bajo el listón.  

Se proyectarán las siete películas en las que la actriz participó, se expondrán los objetos de una colección privada y algunas fotos de algunos de los fotógrafos que la plasmaron. Habrá también cosas de arte urbano (¿qué será eso, pintadas, grafitis?), arte digital y pop art: ¿Un Warhol, quizá? Ignoro si algún semiólogo impartirá una conferencia sobre el mito sexual de la rubia tonta o que finge ser tonta, haciendo hincapié en el machismo característico de la época y en la tristeza oculta tras la permanente sonrisa.

Qué olor a naftalina.

No sé en qué estaría pensando el director de Conde Duque, el por otra parte respetado novelista mexicano, y sin lugar a dudas hombre inteligente, Jorge Volpi, al programar tamaña frivolidad viejuna. ¿En llenar como fuese algún espacio que le sobraba en el monumental centro cultural?

«¿Qué será lo próximo? ¿Los 108 años del nacimiento de Rita Hayworth, que también era un bombón de Hollywood?»

No entraré a polemizar sobre su programación, que por lo que veo en la web de Conde Duque es copiosa, variada y acaso interesante. Ni sobre su nombramiento a dedo y out of the blue para el cargo por parte de las autoridades municipales, una práctica que ya a estas alturas debería ser censurable y motivo de escarnio. Pero o con Celebrando a Marilyn le han metido un gol, o Volpi es perezoso, o está flipado con el fantasma de la bella actriz y está entrando en un alarmante proceso de reblandecimiento, cosa poco plausible pues aún no ha cumplido los 60 años.

¡Hombre, Volpi! ¡Antes de programar cosas así, llámame, que te daré consejos gratis!

¡Hombre! ¿Qué será lo próximo? ¿Una exposición para conmemorar el 104 aniversario del nacimiento, o los 36 años del fallecimiento, de Ava Gardner, que también estaba suculenta y le pusieron el alias, hoy tan políticamente incorrecto, de «el animal más bello del mundo»? ¿Los 108 años del nacimiento de Rita Hayworth, que también era un bombón de Hollywood, y además tenía orígenes españoles? ¿El 98 aniversario de la creación del ratón Mickey Mouse? ¿Un ciclo de conferencias sobre John Wayne, con especial hincapié en las diferencias de sus westerns con los de, no sé, Clint Eastwood? ¿El 230 aniversario del nacimiento de la Coca-Cola?

Personalmente, entiendo a ciertos fetichistas y coleccionistas entrados en años que, en un patético esfuerzo por recobrar las ilusiones de su juventud, o llevados por una pulsión religiosa desviada, pujan en las subastas organizadas por los grandes estudios de Hollywood para vaciar sus almacenes y roperos y que periódicamente exhuman artículos o prendas de ropa que tocó o vistió Marilyn: el frasco de perfume Chanel que tenía en la mesita de noche en el dormitorio donde falleció; el vestido blanco cuyos faldones levantaba una corriente de aire en La tentación vive arriba; las sandalias de tacón que aún conservan una leve impronta de sudor de las plantas de sus pies. Los entiendo, a nadie hacen daño con esas puerilidades melancólicas, incluso me enternece su vano empeño en acercarse a un sueño inasible.

Pero ni el dinero público debería servir para complacer o resucitar mitomanías más que caducas, ni hay nada, más allá de su encanto femenino en las películas, que Marilyn, que está más vista que el tebeo, pueda enseñarnos, ni a las nuevas generaciones les aporta más de lo que les pudiera aportar una exposición sobre Friné o sobre Simonetta Vespucci. O sobre Lina Morgan. La próxima vez, llámame, Jorge, llámame, hombre.    

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