México y la nueva España
«La presidenta de México debe pedir perdón a España por bruta, y los españoles deben aprender lo que fue y es esa ‘leyenda negra’, a la que habremos de volver»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Cuando los españoles desembarcaron, desde las islas del Caribe, en lo que hoy es México, México no existía. Era un vasto territorio poblado por diferentes etnias y tribus o imperios, con diferentes lenguas y diversos grados de cultura. Cortés llega inicialmente a territorio maya y allí fundará Santa María de la Victoria, y allí tiene lugar el decisivo emparejamiento con Malintzin o la Malinche, tan decisiva para el mestizaje. Pero se recuerda más la llegada de los españoles (unos 500 hombres y apenas 40 caballos) a las tierras aztecas de Veracruz y la fundación de esa ciudad. Grupos indígenas distintos luchaban contra el poderoso y sanguinario imperio azteca. La visión lógica de Cortés es aliarse con las tribus (mexicas y tlaxcaltecas sobre todo) que estaban en pugna abierta con los aztecas. Esa mezcla —por supuesto no solo Cortés— lleva a la derrota del poder azteca y a la conquista de su capital, Tenochtitlan. De ahí surge la mezcla entre los pueblos de México —por los mexicas— y los españoles que iban llegando.
He estado muchas veces en México, la primera en marzo de 1975, cuando todavía hacía falta visado (muy fácil de conseguir porque ya las relaciones comerciales y culturales eran grandes, pese al franquismo). He viajado por vacaciones, por cultura, por amigos y he editado libros en México. Un amigo llegó a decirme «México es tu segunda patria». No lo sé, pero siempre me he encontrado muy bien allí y he comprobado la cercanía y hospitalidad de muchos mexicanos, para quienes el México actual es toda la variación del mestizaje. He sido amigo de grandes mexicanos (Octavio Paz, José Emilio Pacheco) muy cercanos a lo español. Y amigo de otros —muchos menos— como Carlos Monsiváis, que estaban más lejos, aunque fui excepción, porque Monsiváis era gay. Siempre, sin plantearme ninguna teoría, encontré razonable que el virreinato —que no colonia— fundado en 1535, se llamara de la Nueva España. He sentido mucho de España en México, en cercanía y diferencias. Me he asombrado de iglesias y catedrales plenas de riqueza. Y como es fruto de la tan con justeza mentada «leyenda negra», propalada, hoy incluso por anglosajones, me he dicho que un país o una monarquía que solo intentan o buscan robar, saquear y esclavizar, no llenan el país de iglesias, hospitales, universidades, crean una gramática de la principal lengua indígena, el náhuatl, y animan a los matrimonios mixtos.
El hijo, digamos, de una india y un español, no es ya ni conquistador ni conquistado, es algo diferente en su mestizaje, es el origen de un ser y un mundo nuevos. La Catedral metropolitana de México, es más grande que ninguna de las iglesias de Madrid (la capital del Imperio) en los siglos XVII y XVIII. Y el retablo barroco de su espléndido altar mayor, está lleno de pan de oro. Todo encuentro de mundos conlleva choques e injusticias, obvio no hablo de vino y rosas. Pero son los ingleses y luego los gringos, quienes divulgaron la expresión «el mejor indio es el indio muerto». Cuando se escribían bandos en náhuatl, informando a la población, por ejemplo, de la llegada de un nuevo virrey, evidentemente el respeto mínimo existe. En el siglo XVII (no ocurre en las colonias anglosajonas) surgen importantes escritores y aún astrónomos, hablo de la singular sor Juana Inés de la Cruz, del dramaturgo Ruiz de Alarcón o de un personaje —pariente lejano del Góngora cordobés— como Carlos de Sigüenza y Góngora, que murió en 1700. México es hoy plenamente mexicano y, a la par, los rasgos de la herencia novohispana son enormes. Digamos que hay más España en México, que en países para mí queridos como Colombia o Argentina.
Cuando —a raíz de la guerra de independencia— el virreinato de Nueva España deja de existir en 1821, del territorio virreinal inmenso se desprende Centroamérica y la Capitanía general de Filipinas, vinculada a la Nueva España a través de la célebre «nao de la China», que unía dos veces al año Manila y Acapulco. Y México, ya independiente (no faltan quienes dicen que esa guerra de independencia fue una guerra civil entre españoles) empezará a perder más. Por de pronto los voraces EEUU se apoderan manu militari de los actuales estados de California, Oregón, Nevada, Colorado, Arizona, Nuevo México y Texas. Nada menos. Florida había sido antes comprada a España, como Louisiana se compró a Francia.
El burdo populismo del partido que se llama Morena, el del tosco AMLO (nieto de españoles) y el de la necia Claudia Sheinbaum, actual presidenta cada vez más cuestionada, quiere que España pida perdón por la conquista de México, lejos de todo sentido de la Historia, como explica muy bien el historiador mexicano Juan Miguel Zunzunegui, pero no se les ocurre decir a EEUU —tienen miedo— que pida perdón por el expolio de más de un cuarto del total territorio del país. España estuvo muy por encima de Inglaterra en la creación de nuevos países y en el respeto (con las fallas que se quieran) a lo que había. La presidenta de México debe pedir perdón a España por bruta, y los españoles (incluso la vulgaridad sanchista) deben aprender también lo que fue y es esa «leyenda negra», a la que inevitablemente habremos de volver.