La vigencia de Vargas Llosa
«Vargas Llosa defendió la apertura, el mestizaje y el cosmopolitismo que favorecen el intercambio entre culturas diversas y la comunicación y entendimiento entre distintos»

Mario Vargas Llosa en una conferencia en el Instituto Cervantes en Madrid. | Europa Press
En un lapso de escasos veinte días, ni siquiera un mes entero, el X Congreso Internacional de la Lengua Española, la revista Letras Libres, la Bienal que lleva su nombre, los Freedom Games que se celebran en Lodz, Polonia, y el Hay Festival de Arequipa, le han rendido homenajes a Mario Vargas Llosa. Todos ellos han sido una oportunidad para hablar de su literatura, por supuesto, y del prodigio que significó que a los treinta y tres años ya hubiera escrito tres obras maestras, pero también, y sobre todo en el panel que coordinó en Lodz el periodista Maciej Stasinski, de su perfil como intelectual público.
Suelen separarse estos dos ámbitos, su oficio como novelista y su labor como polemista y opinador político, y, sin embargo, si se observa bien, o al menos si se rastrean sus primeras intervenciones en medios, resulta claro que Vargas Llosa empezó a intervenir en la plaza pública por ser un escritor y para defender su oficio, su pasión por la literatura. Desde muy joven, el primer instrumento que utilizó para calibrar la calidad de los gobiernos fue literario: el grado de libertad que se le concedía al novelista para fantasear, expresarse o criticar lo que le molestara de la sociedad donde vivía. Si por alguna razón el poder se cerraba y proscribía esta actividad, entonces ese gobierno y esa sociedad merecían la mayor de las impugnaciones.
Así empezó Vargas Llosa a entender la realidad política de América Latina. Los gobiernos que convertían la literatura en enemigo, que censuraban la imaginación y los medios expresivos, no solo eran nocivos para el arte. Más grave aún: adormecían la labor creativa, la audacia crítica, sumiendo la vida pública en la mediocridad y la apatía. Los militares derechistas, como Manuel A. Odría, el primer dictador que padeció Vargas Llosa como adulto en los años cincuenta, lo hacían cuando tomaban el poder por la fuerza. Pero también, y esto fue más sorpresivo para Vargas Llosa, los revolucionarios de izquierda, cuando vencían en los montes y se tomaban las instituciones.
Fidel Castro encarceló en 1965 a un grupo de escritores, algunos de ellos homosexuales, otros negros, la mayoría de clase trabajadora, por sus actitudes contraculturales, y tres años más tarde avaló la invasión soviética a Praga. Fue en ocasiones como esas, siempre para proteger a su gremio, siempre para defender la actividad literaria, que Vargas Llosa levantó la voz y criticó el autoritarismo. La defensa de la libertad, sobre todo de la libertad creativa, era un principio básico para que una sociedad fuera dinámica y no se estancara en la adulación y la autocomplacencia. Ese principio fue su guía para denunciar a cualquier gobierno, de cualquier orientación política.
El punto más crítico de sus protestas vino después de que otro amigo suyo, Heberto Padilla, fuera aplastado en 1971 por la Revolución cubana. A partir de entonces se negó a aceptar el sacrificio de la vocación artística en nombre de causas superiores. La realidad humana básica era el individuo, y la misión del intelectual, tal como la entendió desde entonces, era luchar para evitar que algo más grande, bien fueran las patrias, las revoluciones o las identidades, se llevara por delante a las personas.
«Él no se dejó embarcar en estas guerras que lo ven todo blanco o negro y que consideran que el adversario es un enemigo moralmente ignominioso»
La gran preocupación intelectual que se derivó de esta premisa fue entender cuáles debían ser los principios de una sociedad en la que los ciudadanos no se vieran amenazados por los poderes públicos, las inclinaciones totalitarias o los fanatismos que anteponen un paraíso futuro a la vida real de las personas. Y el resultado fue la defensa de la sociedad abierta y un escrutinio y una crítica de todas las fuerzas ideológicas que amenazan la imaginación, la iniciativa, los anhelos de prosperar, crear o vivir libremente. Vargas Llosa criticó el nacionalismo político, que obliga a las personas a asimilar los rencores y mitos que construyen los poderes oficiales; la tradición, que limita los estilos de vida y proscribe toda forma de heterodoxia; las religiones, que imponen dogmas sobre los cuerpos y las conciencias; los populismos y sus batalladores culturales, que obligan a los votantes a tomar partido y a comprar un paquete rígido de opciones estéticas, morales e ideológicas.
Al mismo tiempo, Vargas Llosa defendió la apertura, el mestizaje y el cosmopolitismo que favorecen el intercambio entre culturas diversas y la comunicación y entendimiento entre distintos. La población migrante —el chivo expiatorio del presente— no contó con una voz más lúcida que defendiera su opción de buscar un mejor destino cruzando fronteras. Eso no quiere decir que hubiera idealizado la sociedad abierta. La postura de Vargas Llosa también fue autocrítica, pues sabía muy bien que incluso los valores que se defienden engendran nuevos dilemas y problemas. No hay mundos perfectos. En la sociedad abierta hay que convivir con el espectáculo, el amarillismo, la banalidad, los ataques a la privacidad. Vargas Llosa no idealizó este tipo de sociedad; simplemente la comparó con las demás y optó por ella.
Hoy en día, en un mundo dividido en campos que se enfrentan en batallas culturales, la opinión de Vargas Llosa hace más falta que nunca. Porque él no se dejó embarcar en estas guerras que lo ven todo blanco o negro y que consideran que el adversario es un enemigo moralmente ignominioso. La defensa de la libertad supone la defensa de la pluralidad, su complemento inevitable, pues nadie que defienda el derecho a expresar sus opiniones puede negárselo a los demás. En las sociedades abiertas se llega así a la verdad, fomentando el debate y la confrontación de ideas. Y si las defendió y privilegió sobre las otras fue, en gran medida, porque un escritor es muy sensible a los abusos de poder. Ahí está la cuestión: la gran causa, la gran pasión y vocación de Vargas Llosa fue la literatura. Por eso mismo defendió y le fue fiel a la libertad toda su vida.