Rosalía y el misterio que salva
«El agotamiento del individualismo nos sitúa ante un filo existencial: ¿puede el amor salvarnos de la nada? De esto hablan las místicas de ‘Lux’. De esto canta Rosalía»

Imagen promocional del nuevo álbum de Rosalía. | Columbia Records
Escucho el álbum de Rosalía mientras llueve sobre el jardín de casa. Parece de noche, pero es de día y la claridad intenta abrirse paso entre las nubes. Si Motomami reflejaba una oscura brillantez, Lux nos habla del deseo de contemplar una nueva tierra. La pregunta por el sentido atraviesa el debate de nuestro tiempo. En ella se insinúa lo que podríamos denominar el «giro teológico» –por emplear un término caro a la fenomenología francesa– en una cultura que reconoce su condición postsecular.
Si los dos mayores escritores norteamericanos vivos –Christian Wiman y Marilynne Robinson– han confrontado la fe desde la duda y Jon Fosse ha actualizado la misteriosa fecundidad de los textos evangélicos, el último álbum de Rosalía se inscribe en una similar búsqueda de lo absoluto. Su lanzamiento nos invita a desbordar los estrechos límites de la música pop para plantear una cuestión radical: si podemos salvarnos nosotros mismos o si es Otro quien nos redime. Esta pregunta recorre la experiencia religiosa a lo largo de los siglos. Es el rumor inmortal del que habló el filósofo alemán Robert Spaemann. Lux puede interpretarse como una expresión de este anhelo de plenitud.
Una y otra vez el hombre es salvado. Los padres protegen a los hijos cuando nacen y crecen. Son ellos quienes les enseñan a amar y a conocer la riqueza del lenguaje. Los amigos nos acompañan en el camino de la vida. Y el amor en la madurez nos ayuda a descubrir que en el centro de la intimidad no reside el yo. Nadie es la luz de su propia existencia.
El hombre es redimido por la generosidad del amor. Esta no es una convicción menor y debe ser conducida hasta sus consecuencias finales. ¿Qué ocurre cuando nos enfrentamos al sinsentido? ¿Qué ocurre cuando un hombre decide no tratar al hombre como a su prójimo, condenándolo al infierno de la ingratitud? ¿Qué ocurre, en definitiva, cuando la nada aspira a tener la última palabra?
Rosalía aborda estas cuestiones desde las grandes figuras de la espiritualidad femenina. De santa Olga de Kyiv a Ryōnen Gensō, de Rabia al Adawiyya a santa Clara de Asís, todas las referencias en Lux atestiguan un deseo que no se sacia con facilidad. Entre ellas, la presencia de Simone Weil hace de puente con nuestra época: una mística sin Iglesia que llevó hasta el extremo la pregunta por el amor de Dios.
«Amar, nos enseñó Weil, exige vaciarse del yo para que sea el Otro quien nos salve. Sus textos siguen conmoviendo al hombre de hoy»
En 1938, poco después de abandonar España y dejar atrás los horrores de la Guerra Civil, la filósofa francesa aseguró haber encontrado en la abadía benedictina de Solesmes «una alegría interior pura y perfecta en la inaudita belleza del canto y las palabras». Judía y agnóstica en su juventud, se enamoró de Cristo hasta dejarse morir de hambre en solidaridad con las víctimas del Holocausto. Amar, nos enseñó Weil, exige vaciarse del yo para que sea el Otro quien nos salve. Sus textos siguen conmoviendo al hombre de hoy.
En la entrevista que concedió a Zane Lowe para Apple Music, Rosalía declaró que solo se puede cantar desde la verdad más íntima y que hace unos años no habría grabado este álbum. Su autenticidad era la misma; la luz, ya no. Que esta búsqueda ocurra en la industria del narcisismo por excelencia la hace aún más elocuente. No todas las canciones alcanzan la pureza de su propósito, pero también en esa imperfección late la nobleza.
Si el rumor inmortal que asedia al hombre vuelve a hacerse audible en el pop global –y uno piensa de inmediato en Bon Iver, en Nick Cave o incluso en Phoebe Bridgers–, es porque el agotamiento del individualismo nos sitúa ante un filo existencial: ¿puede el amor salvarnos de la nada? De esto hablan las místicas de Lux. De esto canta Rosalía.