Ernest Lluch, 25 años
«Lluch era un decidido partidario del diálogo y la negociación con ETA, aunque la voluntad de diálogo nunca ha sido una vacuna contra el terrorismo etarra»

Ernest Lluch, político del PSC asesinado por ETA en el año 2000. | Europa Press
El 21 de noviembre de 2000, ETA asesinó en el garaje del edificio en el que vivía en Barcelona a Ernest Lluch. Los asesinos fueron: Lierni Armendariz, José Ignacio Krutxaga y Fernando García Jodrá. En 2002, la Audiencia Nacional les condenó a 33 años, de los cuales cumplieron 22, los últimos en las cárceles del País Vasco. Al cumplirse los 25 años del crimen, el PSOE va a organizar un homenaje para el que fuera el primer ministro de Sanidad con Felipe González.
En su condición de tal, es tenido por los suyos (por sus correligionarios, quiero decir, todas las víctimas son de todos, así como los verdugos son ajenos) como el creador de la Sanidad Universal por la Ley que elaboró en 1986. Algunos creemos por experiencia propia que eso ya existía durante la dictadura franquista y a uno no le obliga el secreto profesional como a los periodistas del juicio contra el fiscal general, puedo dar datos: mi nacimiento y la preceptiva cesárea a mi madre y la operación para extirparme las amígdalas que sufrí a los nueve años.
Durante el proceso en la Audiencia Nacional, los tres siguieron una misma estrategia, proclamando con las mismas palabras: «Soy miembro de ETA, estoy orgulloso/a de serlo y asumo todas las acciones pasadas, presentes y futuras que lleva a cabo la organización armada ETA». Negaron su relación con el asesinato de Lluch, pero afirmaron que su víctima fue miembro de un Gobierno que financió los GAL y que apoyó la tortura y la dispersión de los presos de la organización terrorista.
Los asesinos fueron acercados por Marlaska a prisiones vascas, como ya va siendo costumbre, y al cumplirse el 23 aniversario del hecho, el PSOE hizo público un comunicado notable, en el que no había referencia alguna a ETA: «Hace 23 años del asesinato de Ernest Lluch, nuestro compañero», decía la cuenta oficial de X del PSOE, «comprometido con sus valores y con sus ideas, nos dejó un gran diálogo basado en la convivencia y en el diálogo. Siempre en nuestra memoria».
Este comunicado está fechado cinco días después de que Bildu diera el apoyo a la investidura de Sánchez y las críticas que se generalizaron llevaron al PSOE a rectificar, sustituyendo las primeras palabras por: «Hace 23 años ETA asesinó a nuestro compañero, Ernest Lluch». Claro que todo estaba a juego; en los mensajes de recuerdo de Lluch, dirigentes como Patxi López, Salvador Illa y Eneko Andueza olvidaban mencionar a ETA como responsable del asesinato.
Ernest Lluch era un buen tipo, aunque algo ingenuo, amante de los vascos hasta el punto de haber comprado o alquilado –esto no lo sé con certeza– un pisito en el donostiarra Paseo de Salamanca, al que venía con alguna frecuencia a pasar unos días.
Era también un decidido partidario del diálogo y la negociación con ETA, aunque la voluntad de diálogo nunca ha sido una vacuna contra el terrorismo etarra. Ya le pasó al primer periodista asesinado por la banda, José María Portell, la víspera de San Pedro de 1978 a la puerta de su casa de Portugalete. Él era un defensor de la negociación con ETA y fue intermediario en los contactos que el Gobierno de Suárez mantuvo con los terroristas en 1977.
A veces sus buenos deseos chocaban con la realidad. En 1999, durante la campaña para las elecciones municipales, acudió a San Sebastián invitado por Odón Elorza. Intervino en un mitin en la Plaza de la Constitución con un reducto de batasunos abroncándole y su parlamento producía un poco de sonrojo:
«¡Qué alegría llegar a esta plaza y ver que los que ahora gritan antes mataban, y ahora no matan! ¡Qué alegría, solamente gritan, solo gritan! No saben que han cambiado las cosas en este país», afirmaba. «¡Gritad más, qué gritáis poco, que no sabéis gritar! Estuve el otro día hablando con Arnaldo y os va a reñir por esto», les decía el pobre a los batasunos. Un año y medio después, ETA lo mataba con dos tiros.
Lluch era muy amigo del exfutbolista Txiki Beguiristain, con quien se veía muy a menudo. En el mismo año de su muerte, ambos habían integrado una candidatura que encabezaba Lluis Bassat a la presidencia del Barcelona, que fue derrotada. La mujer de su amigo Beguiristain, Marta Armendariz, era hermana de Lierni, la terrorista que lo mató. Txiki salió en seguida a explicar que aunque su cuñada vivía en Barcelona, hacía dos años que no la veían. Tal como están las cosas en el PSOE, una idea es que los organizadores del homenaje inviten a Lierni Armendariz, en libertad desde 2023, al homenaje a Lluch. Ese mismo año, 2023, la terrorista Carmen Guisasola, ‘la Gorda’, asistió al homenaje a Joseba Goikoetxea, sargento mayor de la Ertzaintza, asesinado a la puerta de su casa, cuando llevaba a su hijo al colegio. Hay una cierta tradición en el mundo nacionalista de juntar a los terroristas con sus víctimas: uno recuerda con un poco de cringe una comida en la que Maixabel Lasa, viuda de Juan Mari Jauregi, compartió un pescado al horno y una botella de vino blanco con Ibon Etxezarreta, el asesino de su marido, durante una de sus salidas de la cárcel.
La diferencia esencial entre Carmen Guisasola y Lierni Armendariz es que aquella no participó en el asesinato de Goikoetxea y esta sí lo hizo en el atentado contra Lluch junto a sus compañeros del comando Barcelona, Fernando Jodrá y José Ignacio Krutxaga. Es un matiz.
Ocho años después, ya en la cárcel, Lierni se enteró de que ETA había dirigido una carta a Txiki Beguiristain y a su hermana Marta a Beasain, al domicilio de su madre, para exigir al exfutbolista el impuesto revolucionario, en cuotas anuales de 6.000 euros. Ella escribió una carta airada a la dirección de ETA desde la cárcel y el asunto quedó sin efecto. Nadie podrá reprocharle ausencia de sentido familiar.