The Objective
Jorge Vilches

¿Vuelve el franquismo?

«Es posible mostrar respeto por los españoles anónimos que sacaron adelante un país en un momento muy difícil, y, al tiempo, repudiar cualquier tipo de dictadura»

Opinión
¿Vuelve el franquismo?

Ilustración de Alejandra Svriz.

Comienzo con un aviso para los hiperventilados de la izquierda que viven con el dedo índice enhiesto para señalar enemigos: es preciso no confundir el apoyo a una dictadura con el orgullo por una sociedad, aunque concurran en el mismo momento. Lo aclaro más para las víctimas de la disonancia cognitiva voluntaria. Es posible mostrar respeto por los españoles anónimos que sacaron adelante un país en un momento extraordinariamente difícil, y, al tiempo, repudiar cualquier tipo de dictadura. En esto último he de incluir las tiranías de izquierda que tanto abundaban en el siglo XX y que aplaudían con fruición los «progres» de la época y de hoy. Apunto algo más: quedan descalificados para el premio a demócrata del año quienes distinguen dictaduras «malas» (las fachas) de las «buenas» (las comunistas), y los que justifican la violencia de «los suyos» sobre «los otros», desde el terrorismo hasta el activismo que niega los derechos de los demás.

Con estas premisas se deben descalificar los análisis sesgados en los que se pregunta sin ningún tipo de matiz a la población por los «años del franquismo» por ejemplo, como ha hecho el CIS. Si la respuesta es que un 21,3% considera que «los años de dictadura franquista» fueron buenos o muy buenos, la izquierda hace saltar las alarmas que tenía preparadas: «Vuelven Franco y el fascismo». Es entonces cuando los intelectuales orgánicos dicen que siempre ha existido un «franquismo sociológico» que ahora seduce a los jóvenes porque están Trump, los superhéroes Marvel y la red social X. Dicen que la solución es «más educación en la escuela»; es decir, más adoctrinamiento. 

No han entendido varias cosas. Empecemos. El Estado del bienestar, la fórmula socialdemócrata con la que se han levantado nuestras democracias, privilegia las condiciones materiales de los ciudadanos sobre la libertad, y convierte cada deseo en un derecho. Esto significa que se ha priorizado la eficacia de los gobiernos para proporcionar bienestar económico antes que el pluralismo o los derechos políticos. Es decir, que se nos ha hecho pensar que es más importante el derecho a la vivienda que la libertad de expresión, por ejemplo. El planteamiento se convierte así en un problema para el sistema democrático, que debería buscar la legitimidad no en que el Estado proporcione un «gratis total», sino en el libre ejercicio de los derechos individuales y el control verdadero de los políticos. 

A esto se suma otro mantra socialdemócrata: es obligado combatir la desigualdad más que la pobreza; esto es, hacernos iguales. En esto han fallado estrepitosamente, empezando por la clase política, cuyos miembros viven como millonarios mientras que la clase media y baja está pluriempleada (con suerte) para llegar a fin de mes o para compartir casa. La gente se indigna al escuchar a Irene Montero hablar de «justicia social» mientras vive como una oligarca en un casoplón, con chófer, servicio doméstico y un sueldo desproporcionado. 

Es normal que la ciudadanía se sienta estafada. Si lo importante es el bienestar material, tener casa propia, empleo estable y sueldo digno, qué más da el sistema político. Los progres se defienden diciendo que estas democracias han permitido la expresión de la identidad sexual y que eso lo compensa todo. Al tiempo, convierten esa intimidad en un campo de batalla muy ruidoso para tapar la negligencia del Estado democrático para proporcionar bienestar material. Con esta maniobra infantil de distracción es lógico que la gente esté harta. 

«No vuelve el franquismo, sino que por fin se recupera el orgullo por una sociedad española que a pesar de todo salió adelante»

Esta sensación de vivir en Matrix lleva a la nostalgia, pero no por la dictadura de Franco, sino por una sociedad española, la de sus padres, que tenía más posibilidades de adquirir una casa propia, un trabajo fijo y que disfrutaba de un salario que le permitía ahorrar, comprarse un coche, pagar la universidad a sus hijos, ir a la playa en verano y tantas otras cosas. También oyen decir que en esa España, la que hubo desde mediados de los 60 hasta 1975, había más orden en las calles, más respeto cívico, menos delitos y corrupción, y que la política era lo mismo que hoy: el negocio de una minoría.

Esos españoles saben que el franquismo fue una dictadura en la que sufrió gente, pero al tiempo oyen a esos izquierdistas que hubo en la época dictaduras «buenas», como la cubana, por ejemplo, o la venezolana actual. Esa contradicción desmonta el repudio a cualquier tipo de sistema tiránico porque ahonda la sensación de que se les intenta engañar o manejar. 

Por último, no quiero dejar pasar la condena absoluta de la España que vivió el franquismo, tal como la formula la izquierda, que solo selecciona como defendible a los grupúsculos antifranquistas, incluidos ETA, FRAP y GRAPO. La inmensa mayoría de españoles vivieron al margen de la dictadura, sin apoyar ni combatir el régimen. Se preocuparon por salir adelante, trabajar, crear una familia y procurar un futuro a sus hijos. Lean las memorias del socialista Tierno Galván, por ejemplo, que no es sospechoso de ser un franquista. Esas condiciones de vida tan esforzadas como eficaces son conocidas por las nuevas generaciones, que contrastan el pasado idealizado con su presente desposeído y precario. Es la otra memoria histórica, transmitida en los hogares por padres y abuelos. No vuelve el franquismo, sino que por fin se recupera el orgullo por una sociedad española que a pesar de todo salió adelante. 

Publicidad