Puigdemont, regalito de Europa
«Lo ocurrido despertará sentimientos antieuropeos por parte de aquellos que tuvieron la convicción de que Europa pondría coto a esta ley de la amnesia»

Alejandra Svriz
Caso de que el abogado general (apeo de mayúsculas adrede) el luxemburgués Dean Spielmann, a tenor de sus preguntas durante el juicio del verano pasado, hubiera dictado el pasado jueves unas conclusiones más bien favorables a las tesis de las partes actoras (Societat Civil Catalana y Associació Catalana de Víctimes d’Organitzacions Terroristes) y de la Comisión, en el sentido de que la amnistía a los golpistas (sediciosos para el Supremo) era una autoamnistía, el Tribunal Europeo de Luxemburgo, la más alta instancia judicial por encima de todos los altos tribunales de los países de la Unión y cuyas decisiones no pueden ser recurridas, podría haberse acogido a ese 20% estadístico de casos en los que se aparta del dictamen del Abogado General (vuelven las mayúsculas), previo a las sentencias, bien conocida su alergia inveterada a todo lo que huela a política nacional (eso sí, con las honrosas excepciones de Hungría y Polonia, respecto de la cuales no se ha privado de afear sus iliberales tejemanejes judiciales).
Sin embargo, visto el tenor de las conclusiones en las dos prejudiciales del Tribunal de Cuentas y de la Audiencia Nacional sobre la ley de amnistía, que la validan en sus facetas más cuestionables y cuestionadas (no es una autoamnistía, no hay malversación de caudales europeos, hay exclusión de terrorismo grave), todo apunta a que el TJUE se apunte a este carro en los próximos meses, y dicte una sentencia acorde, incluyendo, a modo de migajas, los reparos menores y técnicos expresados por Spielmann, algo fácilmente subsanable en la ley que el Constitucional ha declarado constitucional y que volverá a hacerlo si menester fuere; algo que ni Luxemburgo podrá impedir, por mucho que la hubiera llegado a considera antieuropea.
Es más que criticable que el abogado general (minúsculas) en sus argumentos, muchas veces superficiales, tautológicos, cuando no frívolos o pedantes (su inicial referencia a Aristóteles de no echar gota) soslaye que la ley sea el precio a pagar por Sánchez, de quien todo pende y depende, para seguir contando con el indispensable apoyo de los diputados independentistas en el Congreso y para mantener vivo el pacto de investidura y legislatura acordado con Junts y con ERC; o que no explique con detalle por qué una malversación de 5 millones de euros en las arcas nacionales no va a tener nunca una repercusión, siquiera indirecta, en las europeas, estando como están estas últimas alimentadas en su gran mayoría por las aportaciones de los estados miembros. Tampoco explicita, por otro lado, que las acciones de los CDR jamás podrán considerarse de una gravedad suficiente, a tenor de los convenios y de la Carta de Derechos Humanos, especialmente cuando hubo heridos entre los agentes del orden o algunos activistas prepararon explosivos en un garaje.
Sin embargo, negar el alcance de esta probable vía final europea, e intoxicar con que el otro día la ley de amnistía quedaba mortalmente herida, como no se ha privado de hacer cierta prensa española, que más parece españolista, solo contribuye a alimentar las tesis de la izquierda y los nacionalistas de la existencia de un contubernio fachoso, compuesto de jueces, fiscales, tricornios y prensa, sincronizado y cuyo propósito es una guerra ilegítima para hacer caer al gobierno de progreso que encabeza Pedro el Grande, Sánchez.
Los hechos se aceptan, se critican, pero no se tergiversan.
Sin duda alguna, lo ocurrido en el Tribunal Europeo despertará, no sin motivo, sentimientos antieuropeos por parte de aquellos que tuvieron la esperanzada y razonable convicción de que Europea pondría coto a la merienda de negros que supone esta ley de la amnesia, diseñada para beneficiar por igual a los independentistas sediciosos y al gobierno sedicente que sin su contraprestación, caería.
El escepticismo, cuando no el antieuropeísmo, va a seguir creciendo, y lo del otro día contribuirá a ello, triste realidad cuando desde siempre la opinión pública española era de las más favorables al proyecto europeo, desde la adhesión (e incluso antes de ella).
Pero sin salirnos del tema catalán, clamar contra Europa ahora, sería tanto olvidar que en otras ocasiones el mismo Tribunal de Luxemburgo (o el de Derechos Humanos de Estrasburgo hace unos días) han dictado resoluciones muy importantes en contra del discurso victimista independentista; así como que el Parlamento Europeo hizo y sigue haciendo todo lo posible para evitar que los políticos independentistas que han participado en sus elecciones al Parlamento Europeo gocen de impunidad: allí está el levantamiento de la inmunidad en su día, o la negación todavía hoy al prófugo Toni Comín de su acta, dando por buena la decisión de la Junta Electoral Central de España. Y tampoco cabe olvidar la ya mencionada posición de la Comisión, con el alegato de su letrado español Urraca, que tachó sin ambages de enjuague («autoamnistía y contraria al interés general») a la ley orgánica de amnesia y permiso para volver a hacerlo. Que es lo que es.
De cualquier forma, con o sin convalidación de la ley por parte de Europa, Puigdemont y los demás prófugos, acabarían siendo perdonados, mediante indultos en su caso, y el independentismo en general podrá seguir exhibiendo estos años de martirologio y exilio en su carrera hacia la recuperación de la Generalitat, ahora en manos del criptonacionalista Salvador Illa.

Las bravatas de Junts para que Sánchez tiemble no llegarán nunca a la única salida y que convoque elecciones, que es la moción de censura. Y, por consiguiente, la legislatura seguirá agonizando al ritmo de los escándalos judicializados en torno al PSOE y al presidente, y de las cesiones continuas a Cataluña (ahora toca la extranjería, de momento para controlar sólo a los que vengan de fuera de la península…); y lo que se vaya dando a los nacionalistas vascos, tan callados, y tan callando.
El problema de fondo, más allá de cuál sea la sentencia del TJUE en los próximos meses, estriba en esperar puerilmente que Europa vaya a resolvernos los conflictos y problemas internos, pues ésta muchas veces no los ve como propios sino como algo doméstico, en el sentido español del término.
El proyecto europeo dejó de avanzar hace veinte años, con el fracaso de los referéndums sobre la Constitución Europea de 2005 en Francia y los Países Bajos, que se la llevó por delante.
Desde entonces, es el Consejo, puro zoco, donde se cuece todo lo importante, y donde vuelve a aflorar la inquietante faz de los nacionalismos. La Comisión, dirigida por comisarios muchas veces a la órdenes de sus países, tampoco está impulsando la idea de una Europa unida, en una especie de buenismo negador muchas veces de la realidad. Y como no se puede sancionar en serio o expulsar a los miembros díscolos o que trabajan para que fracase el invento…
No es de extrañar que paulatinamente el tablero político se vayan inclinado, merced a la eterna ley del péndulo, en su movimiento de acción de reacción, hacia unos programas políticos cada vez más renacionalizadores, privilegiando la prioridad nacional, cuando no abiertamente xenófobos y aislacionistas.
El eje europeo no es solo el francoalemán (que también) sino el trabajo en común de las fuerzas políticas europeístas que van del conservadurismo liberal a la socialdemocracia centrada. Si este acuerdo tácito y muchas veces explicitado en Directivas y políticas comunes se rompiese, quienes sufrirán serán los pueblos de Europa, que quedarán desamparados y al albur de los que decidan unos gobiernos atenazados por actores como Rusia, China, o unos Estados Unidos preocupantemente hostiles también a Europa.
Europa puede dar algún disgusto pero sigue siendo la solución.
Coda 1) Fluctuat nec mergitur. Tal es el lema de la ciudad de París: «Batida por la olas, pero nunca hundida». El pasado jueves también se conmemoró el décimo aniversario de la mayor matanza islamista en suelo europeo después del atentado de Atocha en 2004. 130 muertos, más dos suicidados de resultado, y más de 400 heridos de 17 nacionalidades…
Una fecha grabado a fuego y sangre en la memoria de los franceses (léase el grave testimonio de Manuel Valls publicado en The Objective).
La ceremonia fue de una gran belleza emocional, con la inauguración del espléndido llamado Jardín del Recuerdo. Se recordó a las víctimas, hablaron supervivientes, habló la alcaldesa entonces y todavía ahora de París, la socialista Anne Hidalgo (que juzgó oportuno no mencionar quién y qué estaban detrás de los atentados, cuidando a la clientela, y reforzando el mito de la multiculturalidad dichosa, como si los terroristas vinieran de un exoplaneta llamado Terror) y, sobre todo, habló el presidente Macron, que afortunadamente no se mordió la lengua e identificó a los culpables de entonces, su mortífera ideología islamista y su todavía presencia latente (87 atentados abortados desde 2015, 6 este mismo año).
Fue incomprensible que no dejarán que tomasen la palabra los allí presentes en el banco de invitados: el expresidente Hollande, el ex primer ministro Valls y el exministro del interior Cazeneuve, que gestionaron admirablemente la trágica crisis)
N.B. En Madrid, cuatro gatos (pero muy motivados) conmemoraron la efeméride en la sede del Instituto Francés. Asistieron, por parte del Ayuntamiento, el segundo teniente de Alcalde, y por parte del Gobierno la subdelegada en Madrid (se omiten sus nombres, porque no tienen ninguna culpa). Ninguna autoridad más. Nadie de la Comunidad de Madrid, ni miembro alguno Ministerio de Exteriores ni de otros ministerios del Gobierno, ni, todavía más doloroso, ningún representante de la Casa Real.
Se inaugurará en la capital gala un Museo Memorial de las Víctimas del Terrorismo en 2029, lugar no solo de memoria sino también de pedagogía, algo indispensable para combatir el fanatismo.
Florencio Domínguez, director del muy injustamente y poco conocido pero tan necesario Centro memorial de las víctimas del terrorismo, sito en Vitoria, y especialista en el terror de la ETA, es asesor en dicho proyecto.
En esto quincuagésimo aniversario del final de la dictadura, hay una magnífica exposición, que puede visitarse hasta el 11 de enero del año que viene: Cincuenta años de plomo, 1975-2025. La senda sangrienta de los Grapo, organizada por Carmen Ladrón de Guevara, autora del imprescindible libro Las víctimas del terrorismo de extrema izquierda en España (1960-2006) que debería ser de lectura aconsejada en los institutos y universidades de España.
Existe aquí un proyecto en marcha, para 2027, de un centro de la memoria del terrorismo en Madrid, el llamado Centro Interactivo para la Memoria en recuerdo a las víctimas del terrorismo impulsado por la Comunidad de Madrid.
Es tan necesaria esta institución: pero no solo para recordar el horror fanático de la ETA (antes de que tenga su propio museo de enaltecimiento en ya se sabe dónde), que tendrá con merecimiento un lugar preferente, sino también el de los Grapo y los FRAP, sin olvidar a la olvidada Terra Lliure y en un sótano más negro que su memoria, un recordatorio a los GAL, con las fotos de Barrionuevo y Vera y un marco vacío a la espera de la letra X. Naturalmente, el terror de extrema derecha y, especialmente, el islamista, el único que es actual, también deberían hallar su acomodo para que la sociedad no olvide y para que las nuevas generaciones aprendan las lecciones del horror y del peligro de ciertas ideologías.
La ley de memoria histórica que en verdad necesita España es aquella cuya fecha debiera arrancar donde acaba la actual.
Coda 2) El listo de y para la sentencia. García Ortiz se ha burlado en persona y por personas interpuestas del Tribunal Supremo. A ver si el Tribunal está para bromas.
Coda 3) Inacostumbrados. Uno de los imprescindibles periodistas de la Transición publica un valioso libro contra el olvido: No había costumbre – crónica de la muerte de Franco.
Coda 4) El rey ortográfico. Van saliendo perlas de la autobiografía de Juan Carlos. Ahora resulta que Franco le leía las cartas y le afeaba sus faltas de ortografía. Maestro Ciruela.