Cuatro consejos (gratis) a Feijóo
«Se evitaría mucha pérdida de tiempo si desde el PP se dejara de despreciar intelectualmente a Vox que, hoy en día, puede llegar a vapulearlo justo en ese campo»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Hace unos días me topé con Alberto Núñez Feijóo en la fiesta del duodécimo aniversario de este periódico, THE OBJECTIVE. No le dije nada. Las fiestas son para pasarlo bien y él parecía entretenido con Martínez Almeida, que hablaba de la Biblia, y un montón de gente, que les sonreía a ambos. De modo que dediqué mi noche a charlar con un variopinto número de personas (desde Ana Iris Simón a Ignacio Arsuaga; desde Lucía Etxebarria a Ignacio Dancausa —ningún diario congrega hoy una panoplia tan diversa de invitados—). Y me lo pasé muy bien.
Pero, tras la celebración, quedé pensativo. Me di cuenta de que, ante Feijóo, me había sentido por un momento como se siente España. Sin entusiasmo enardecido, aunque tampoco desprecio acuciante. Ni sí ni no, ni subo ni bajo, ni fu ni fa. El gallego Feijóo. Muchos ya sentíamos estas cosas con el no menos gallego Mariano Rajoy, la década pasada. Quizá por ello, en política, el lapsus linguae que más escucho (y yo mismo más cometo) sea el de decir «Rajoy» cuando queremos decir «Feijóo». Sin pena ni gloria, las gallinas que entran por las que salen, ni carne ni pescado. Raijóo. Feijoy.
La fiesta de THE OBJECTIVE se había celebrado en un local de la Castellana. Y el camino desde allí hasta mi casa resultaba largo. Así que me dio tiempo a entretenerme pensando aún más pensamientos mientras lo recorría. Cómo sería la cosa que hasta creí detectar una paradoja de color: ¿no estamos, acaso, en otoño? ¿Cómo es posible, entonces, que nuestro panorama político se tiña, cada vez más, de un primaveral verde? Me refiero, claro está, a cierta unanimidad en los sondeos electorales. Según estos, Vox gozaría en estos momentos de uno de sus picos de popularidad: 17,8% de apoyos de media, con una subida sostenida desde verano de 2024.
Por contraste, el Partido Popular parece incapaz de superar la barrera del 35% de votos probables; hoy en día, de hecho, se hallaría en torno al 32,3 %. Cinco puntos por encima del PSOE, bien es cierto, pero no más de eso. Lo hemos dicho ya: el moderadito entusiasmo de España por Feijóo se asemeja sobremanera al mío cuando me lo encuentro de fiesta con THE OBJECTIVE. Ni frío ni calor.
En cualquier caso, también he pensado que no querría resultar descortés con Feijóo. Permítaseme razonar por un momento como un columnista pepero: «¡Cualquier cosa mejor que un yerno de la prostitución como Sánchez! ¡Librémonos ya del amigo de los corruptos Koldo, Ábalos y Cerdán! ¡Superemos el ‘sanchismo’!». Y, como prueba de mi buena voluntad hacia Rajoy, perdón, quiero decir, hacia Feijóo, voy a dedicar lo que resta de este artículo a regalarle cuatro consejos bienintencionados.
Cuatro pistas que creo que podrían servirle en estos momentos que vive, en especial en sus relaciones con ese partido que las encuestas nos dicen que avanza tan exitoso, Vox. Cuatro recomendaciones que, creo, nos serían asimismo provechosas al resto de los españoles. E incluso a los columnistas peperos, si por un momento dejaran de leerse solo entre ellos. He aquí mis sugerencias:
1. Vox no es Ciudadanos (ni UPyD)
El naranja es un color muy diferente al verde; también lo es el magenta. Sin embargo, como fruto de un daltonismo extraño, mucha gente en el Partido Popular sigue pensando que Vox no es más que el tercer avatar de lo que fueron UPyD o Ciudadanos en su día.
Cierto es que la formación de Abascal comparte con aquellas algún rasgo de no escasa importancia: el patriotismo, el anhelo de superar el bipartidismo, el ímpetu para una renovación rotunda de nuestro sistema. Pero estas semejanzas no deberían llamarnos a engaño.
UPyD fue un partido siempre pequeñito: en todos sus años de existencia, jamás superó los 6.000 afiliados en toda España. Vox tiene 11 veces más. Rosa Díez siempre quiso un partido chiquito, débil, abrazable, para tenerlo siempre bien controlado (a diferencia de lo incontrolable que se le había hecho el PSOE). Santiago Abascal quiere un partido grande, pues grande es el reto que tiene por delante y grande es España (aparte de una y libre, claro, como todo patriota desea que sea; pues la alternativa sería volverse enana, fracturada y sierva).
«Ciudadanos se concentró en los eslóganes fáciles, en la atención a la demoscopia, mientras descuidaba el pensamiento»
Ciudadanos, por su parte, adoleció de un problema que, en cambio, sí supo evitar UPyD (y sabe evitar, hoy en día, Vox). Albert Rivera siempre sintió cierta desconfianza ante lo intelectual: al fin y al cabo, el partido había surgido de un manifiesto publicado por 15 intelectuales, con lo que corría el riesgo (a poco que les dejara entrometerse) de convertirse en una formación tutelada desde arriba por un sanedrín de «sabios».
El resultado de esa alergia a las ideas lo conocemos todos: Ciudadanos se concentró en los eslóganes fáciles, en el marketing presuntamente eficaz, en la atención continua a la demoscopia, mientras descuidaba el pensamiento de fondo, las ideas políticas potentes, el estudio reposado. Siempre pongo el ejemplo de uno de sus inventos mercadotécnicos más famosos. Cuando se empezó a hablar de feminismo, Ciudadanos decidió que ellos también lo defendían, pero en una versión propia: el «feminismo liberal». Un día pregunté a dirigentes del partido por los libros, por los seminarios, por los informes que habían realizado para dar sustento intelectual a tal etiqueta. No existían. Era solo eso, una etiqueta; sin producto (producto de ideas) detrás.
Todo lo contrario ocurre hoy en Vox. Como es sabido, su fundación para la reflexión, Disenso, congrega gran parte de los esfuerzos del partido. Basta echar una ojeada a su web para comprobar la prolífica producción de informes, estudios, seminarios, encuentros internacionales, cursos de formación… que lleva ya realizados. No sin el rechinar de dientes de la izquierda, claro, que sabe de sobra, desde Gramsci, que la única vía para alcanzar el poder real es conquistarlo en el campo de las ideas también.
UPyD era un partido raquítico y desapareció; Ciudadanos era un partido sin músculo intelectual, mercadotécnico, y desapareció también. Pero Vox es un partido amplio, cada vez más amplio, y volcado en la batalla de las ideas. Justo además en un momento en que esas ideas se discuten por doquier: en Francia, en el Reino Unido, en Alemania, a contracorriente; en EEUU., en Italia, en Hungría y en Argentina, con el apoyo de sus gobiernos. El naranja no es el verde; lo raquítico no es musculoso; lo tontorrón-publicitario no es pensamiento sólido y de completa actualidad; una simple meditación sobre estas sencillas frases es lo que me gustaría recomendar a Rajoy. Quiero decir, a Feijóo.
2. La existencia de Vox favorece al bloque de derechas
El anhelo de contemplar a Vox como un UPyD o Ciudadanos redivivos surge de un razonamiento que se repite muchísimo en terrenos del Partido Popular y en los medios de comunicación a él afines. En este mismo periódico, THE OBJECTIVE, pueden leer ustedes a mucho columnista con esa cantinela. La idea es muy simple: si todo lo que está a la derecha del PSOE estuviese unido bajo un mismo partido, ese partido vencería de calle a la izquierda. La idea es simple, pero también simplona: desde hace nada menos que dos años se ha demostrado científicamente falsa. Pero, ya lo decíamos antes, por desgracia hay columnistas que solo se leen entre ellos y, claro, así es difícil sacarles de sus errores compartidos.
¿Por qué hablamos nada menos que con la contundencia de la ciencia? Bien, porque hay un investigador español, de prestigio indudable, Jesús Fernández-Villaverde, profesor de Economía en la Universidad de Pensilvania, que se hizo un día esta misma pregunta. ¿Es verdad que al espacio que queda a la derecha del PSOE le perjudica estar dividido en dos partidos nacionales? ¿No será esto, en cambio, una ventaja, por cuanto así votan a esos partidos (ya sea uno, ya sea otro) españoles que no votarían a uno solo de ellos si fuera el único que se presentara?
Cuando los investigadores serios se hacen una pregunta no se limitan a sopesarla camino a casa durante las noches de otoño: se lanzan a responderla con métodos científicos. Eso es lo que hizo Fernández-Villaverde hace un par de años. Y no solo publicó dos artículos académicos sobre sus conclusiones (aquí y aquí), sino también unos cuantos artículos de prensa (como este y este) para divulgarlas entre el gran público.
Las conclusiones de todo ese trabajo científico-divulgativo resultan contundentes: «La derecha saca más votos cuando hay más opciones, no menos». «No encontramos ninguna estrategia empírica sensata en la que el PP capture más del 76% de los votos de Vox, un porcentaje que sigue sin ser suficiente para haber ganado con mayoría absoluta las elecciones en 2023». «Las llamadas (del PP) al voto útil de la derecha (…) pueden llegar a costar diputados».
Jesús Fernández-Villaverde es un académico respetado, conferenciante habitual de la Fundación Rafael del Pino, exitoso profesional. Dicho de otro modo, es el tipo de analista al que, en principio, se diría que los dirigentes del PP deberían estar dispuestos a prestar atención. Por desgracia no lo hacen, y muchos de ellos siguen anhelando «un colapso total de Vox, que yo veo muy improbable», según afirma el propio Fernández-Villaverde, «dados los cambios sociales entre el votante de derechas español». Improbable y seguramente contraproducente: mi consejo a Rajoy, digo, a Feijóo, es que deje de perseguir espejismos como ese.
3. No hace falta una armonía preelectoral con Vox
Otra cantinela habitual en ámbitos peperos (que a veces parece más una asociación coral que un partido político, la verdad) es la que se queja de que Vox, al criticarlos, «está ayudando a Sánchez». Hace poco se ha unido a esa monodia una asociación, Atenea, capitaneada por Iván Espinosa de los Monteros —el dirigente de Vox que abandonó la formación a los pocos días de las elecciones de 2023, cuando se comprobó que su entonces partido no iba a tener ministros en el Gobierno de España—.
He de confesar mi predilección por la música coral (aunque prefiero las armonías de Philippe Jaroussky con Cecilia Bartoli antes de las de Cayetana Álvarez de Toledo con Espinosa de los Monteros). Así que, en principio, no tengo nada en contra de este estribillo pepero. De hecho, si lo usan como una simple manera de provocar pena, penita, pena en su electorado, me parece legítimo. Lo de cosechar votos está siempre muy complicado, quién soy yo para ponerme escrupuloso con métodos más o menos victimistas.
Ahora bien, me preocuparía mucho que la letra entonada por este coro pepero sea algo que se creen sus cantantes. Como me preocuparía que alguien, al cantar el lamento de Dido de Purcell, se creyera de veras sus palabras, previas al suicidio de tal personaje. Ya hemos explicado en el punto 2 que Vox capta votos que el PP nunca captaría (y viceversa, claro). Por tanto, si Vox hace críticas al PP que le permiten avanzar entre ese electorado que nunca votará PP, ello no perjudica a este partido, sino que beneficiará en su día al bloque de gobierno conjunto que puedan formar los dos.
Bien es verdad que, claro, también puede ser que esas críticas (si resultan razonables) roben algunos votantes hasta ahora peperos. Pero, de nuevo, al permanecer esos votantes en la alternativa al PSOE, ello no «beneficia a Sánchez», sino que simplemente quita escaños y cargos al PP. Los redistribuye entre los dos partidos del bloque «anti-Sánchez». Algo que le puede preocupar mucho a los aspirantes a esos cargos del PP, claro, pero que no deben vendernos como preocupante para España. Porque no lo es. No daña en modo alguno la posibilidad de cambiar de gobierno.
Por eso, mi consejo a Rajoy, ¡perdón, estoy tonto!, a Feijóo es que disminuya lo más posible los quejidos porque Vox le hace críticas. Ganará en paz mental al dejar de preocuparse por cosas no preocupantes. Y además, en todo caso, no parece que Vox se vaya a callar esas críticas. Así que (nos lo advirtieron los filósofos estoicos) el PP también ganará la paz mental que te otorga no luchar contra lo ineluctable.
4. Vox es un partido sólido intelectualmente
Uno de los problemas del PP (por el que a menudo le hemos reprochado que comparte el PSOE state of mind) es que se cree demasiado todo lo que dice el PSOE o sus terminales mediáticas. Uno de esos chascarrillos típicos de la izquierda, desde los inicios de Vox, es el que tilda a sus miembros de poco formados, más bien brutotes, ajenos a toda finura intelectual. El periodista Rubén Amón lo expresó en cierta ocasión de modo neto: Vox sería, según él, el partido «del calentón, del venirse arriba. Del cuarto gin-tonic. Votar a Vox requiere al ciudadano sobrepasar altas tasas de alcoholemia».
Hace un par de años me topé con el propio Rubén Amón, acompañado de Begoña Villacís, en un restaurante. Él bebía lo que a todas luces parecía un gin-tonic; ahora bien, me abstuve de preguntarle si era el primero, el segundo, el cuarto o algo más allá. (Como ven ustedes, suelo comportarme muy cortés si me topo con famosos por los garitos madrileños). También me abstuve de criticarle su descripción de Vox. Bastaba mirar el nivel de los diputados de Vox allá por 2019, cuando Amón les atribuía alcoholemia, para notar lo muy por encima que estaban en formación frente a diputados de partidos en los que el mérito para ser diputado es solo el de haberse tirado mucho tiempo en tal partido. He descrito ya la inigualable labor intelectual que hace Disenso mientras el señor Amón se obsesiona con el alcoholismo; compare el amigo lector, ahora, la fecundidad de FAES o Reformismo 21 (las fundaciones del PP) para conceder una vez más a Vox la victoria rotunda en ese campo.
«Ir tildando de tontito a Vox resulta una pésima estrategia»
Pero la última advertencia de que ir tildando de tontito a Vox resulta una pésima estrategia pudimos observarla en redes sociales hace menos de dos semanas. Ocurrió que cierto discurso de Carlos Hernández Quero, portavoz de Vivienda de tal partido, se hizo viral en X, antiguo Twitter, y recabó encendidos apoyos y denuestos: lo normal en tal red. Ahora bien, algunos de los denuestos recurrían al método Amón de despreciar sus palabras como si hubieran consistido, simplemente, en una ocurrencia mitinera, podemita, demagógica.
No era así. Y tuvieron que padecerlo en sus carnes tanto los miembros del PP como los de la citada Atenea que le fueron con ese cuento a Quero. Pues, al ponerse este a responder a unos y otros, quedó clara la abundancia de argumentos, de conocimiento minucioso del problema de la vivienda, que había detrás. Observe el lector tan solo esta respuesta ante la simple acusación de ser populista. (Por desgracia, no se pueden leer ya tales acusaciones, pues fueron borradas al poco de emitirlas, tras recibir las respuestas de Quero).
La conclusión a la que quiero llegar no es, ni mucho menos, que el PP deba imitar las soluciones y los argumentos de Vox; me encantaría que el PP nos mostrase los suyos propios. Mi conclusión es que se evitaría mucha pérdida de tiempo (y de insultos gratuitos) si desde el PP se dejara de despreciar intelectualmente a una formación que, hoy en día, puede llegar a vapulearlo justo en ese campo. Pedir respeto no me parece una gran exigencia, pero no es ni siquiera exigir lo que hago; solo le lanzo esta idea, como mi cuarta sugerencia, a Rajoy. ¡Caray! A Feijóo, quiero decir a Feijóo.