Un delincuente confeso
«En la práctica, el fiscal general es el ministro 23 del Gobierno. Su función fue defender la verdad, dice. Y para defender la verdad todo vale, incluso saltarse la ley»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Hay una escena en la película La gran apuesta, el estupendo thriller financiero basado en el libro de Michael Lewis, en la que los protagonistas, que trabajan en un fondo de inversión en los años previos a la crisis de 2008, viajan a una convención sobre el sector inmobiliario en Las Vegas. Allí hablan con varios inversores, que les cuentan con pelos y señales cómo están realizando préstamos fraudulentos. En un momento dado, uno de los protagonistas pregunta a sus colegas: «No lo entiendo. ¿Por qué están confesando?» Y le responden: «No están confesando. Están presumiendo».
Hubo dos momentos, entre muchos otros, del periplo judicial del fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, que fue finalmente condenado esta semana por filtrar información privada de un investigado (la pareja de Ayuso, imputado por fraude fiscal), que me recordaron a esa escena de la película. En noviembre de 2024, poco después de la imputación de García Ortiz, Pedro Sánchez le dijo a Alberto Núñez Feijóo en el Congreso: «Usted que habla tanto del fiscal general: el fiscal general desveló un bulo de la presidenta de la Comunidad de Madrid y de su jefe de gabinete». ¿Por qué está confesando? No está confesando, está presumiendo. En el sanchismo tardío el cinismo es perfectamente transparente.
Casi un año después, en el juicio, García Ortiz se despidió con unas palabras cursis y grandilocuentes, claramente sin valor jurídico. Eran simplemente material para los clips en redes. «La verdad no se filtra, la verdad se defiende», dijo. En el fondo estaba confesando su rol de político y no de juez o jurista. En la práctica, el fiscal general del Estado es el ministro 23 del Gobierno. Su función fue defender la verdad, dice. Y para defender la verdad todo vale, incluso saltarse la ley.
Hay muchos indicios más, claro. Están los mensajes de «ganar el relato» y «cerrar el círculo». Está el hecho de que borrara sus mensajes y destruyera su móvil, según un protocolo fantasma, justo después de la filtración (¿qué persona inocente borraría los mensajes que demuestran su inocencia?). También insistió en obtener el email más sensible y poco después ese email apareció filtrado. Hay quienes sugieren que no hay una pistola humeante y, por lo tanto, no puede ser culpable. Lo único que convencería a muchos es una declaración jurada de García Ortiz en la que dijera: «Sí, fui yo. Y lo volvería a hacer». Pero en ese caso el relato oficialista cambiaría: «Bien dicho, fiscal, no se puede ser tolerante con los intolerantes».
«Durante meses, los medios oficialistas guardaron silencio. El tema del fiscal era un tema de derechas»
Al ciudadano de a pie no le ha llegado mucho este caso. Le ha llegado antes la opinión que la información. Es algo muy común en nuestro ecosistema mediático. Pero, sobre todo, no le ha llegado al votante de izquierdas. Durante meses, los medios oficialistas guardaron silencio. El tema del fiscal era un tema de derechas. El tema suyo era el fraude del novio de Ayuso. Cuando ya el caso se volvió ineludible, se creó un relato que ha desembocado en el bochorno de esta semana: ¡están metiendo en la cárcel a un hombre inocente! Analistas oficialistas repetían en televisión ¡in dubio pro reo! Incluso el juez Baltasar Garzón ha dicho que no se siente seguro con esta justicia tras la sentencia. Garzón, recordemos, fue inhabilitado por algo mucho más grave, pero no muy diferente, al caso García Ortiz: prevaricó al ordenar escuchas telefónicas entre presos de la trama Gürtel y sus abogados. Creo que son unas buenas credenciales para convertirse en el nuevo fiscal general del Estado.
Al principio, el caso era una peli mala y aburrida. Un fraude fiscal sin mucha chicha del novio de Ayuso. Luego el oficialismo lo convirtió en un thriller financiero y de alta corrupción. Durante el juicio, la película se volvió un thriller periodístico: algunos periodistas declararon que sabían quién era el culpable, pero no podían revelarlo por secreto profesional. Ahora la trama es un thriller judicial: ¡un inocente condenado! Hemos pasado de Wall Street a Todos los hombres del presidente, y de ahí a 12 hombres sin piedad. El nombre de la película que viene ahora no lo conozco, pero estoy seguro de que es húngara o incluso venezolana.