Lo que nos espera
«La reacción al fallo contra el fiscal general es un ensayo de lo que puede ocurrir si se suceden reveses judiciales y una derrota en las urnas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
A nadie se le debe ocultar que la reacción del sanchismo —una militancia que abarca lo que antes era el Partido Socialista, alguna vieja izquierda comunista, el peronismo y ciertas fuerzas independentistas— al fallo contra el fiscal general está perfectamente orquestada —como toda la estrategia que surge de esa misma fuente—, tiene un único diseñador y responde a un propósito muy claro, que es el de crear el ambiente para impedir una alternancia del poder en España.
El sanchismo no quiere romper por completo el lazo con la democracia y por eso no está de momento en su horizonte la suspensión de las próximas elecciones generales u otras medidas radicales que llamaran la atención incluso de los más ciegos funcionarios de la Unión Europea. Pero entre ese paso extremo de la supresión del Estado de derecho y esperar pacientemente a la inevitable derrota electoral, puede existir una gama amplia de acciones que el sanchismo va a ejecutar en toda su plenitud.
La reacción a la condena del fiscal general marca la línea. Si ese solo aunque importante revés ha provocado la furia antisistema que hemos contemplado, ¿qué puede esperarse si se suceden en los próximos meses una nueva derrota en el juicio a la esposa del presidente del Gobierno, otra en la vista contra su hermano, sentencias desfavorables también contra Ábalos y contra Cerdán, algunas más que pueden caer por los graves casos de mascarillas e hidrocarburos e investigaciones que se vislumbran con preocupación sobre posible financiación del Partido Socialista y la actuación intimidatoria contra las instituciones por parte de Leire Díez?
Si el fallo contra el fiscal ha sido contestado desde el poder sanchista con una llamada a desautorizar e incluso levantarse contra el Tribunal Supremo y el modelo de Justicia española, la sucesión, por otra parte previsible, de otras derrotas judiciales colocaría sencillamente a la militancia del Gobierno en pie de guerra contra el sistema democrático, que ya no llamarían democrático porque habrían dibujado para entonces el escenario falso de que fuerzas oscuras al servicio de la derecha y la extrema derecha habían ocupado ilegalmente las instituciones. Imaginen la credibilidad que en esas circunstancias tendría para la izquierda una victoria del PP en las próximas elecciones y las consecuencias que tendría la formación de un Gobierno de coalición con Vox.
Algunos temíamos desde hace tiempo que la persona que nos gobierna es incompatible con los modos de una democracia y jamás acepta una derrota. Su tentación de dar una patada a la mesa cuando ve que las cartas no le son favorables se apreció desde su primer día en política y se demostró cuando condujo a su partido al borde del precipicio antes de aceptar su salida del poder tras sucesivos fracasos electorales.
«Se trata de explotar odios eternos y provocar la división suficiente entre españoles como para negar toda legitimidad al contrario»
Su partido ya nunca sobrevivió a aquel trance. La jugada temeraria acabó cuajando. Explotando emociones internas, viejas rencillas y ancestrales fantasías, el ínclito farsante se apoderó del partido, que ahora come en su mano y le sigue ciegamente.
No ha cambiado mucho su estrategia en el conjunto del país. Igualmente, se trata de explotar odios eternos y provocar la división suficiente entre españoles como para negar toda legitimidad al contrario. De esa forma, cualquier adversidad o delito será visto por los suyos como una maniobra de los malvados. Incluso un resultado electoral desfavorable podría quedar convertido por la propaganda sanchista en un golpe de Estado dentro de la ley, uno más de los muchos que vamos a escuchar de boca de los propagandistas oficiales en los próximos meses.
La amenaza que esto representa para «la paz civil» que Felipe González defendió en un memorable discurso en la celebración del 50 aniversario de la Monarquía parece evidente para todos. La facción más agresiva del sanchismo ha pedido ya reiteradamente «reventar a la derecha» sin que el sector más moderado de esa misma fuerza la haya desautorizado.
Tal vez no lo ha hecho porque nada se descarta ya. Y, en efecto, nada se puede descartar.