The Objective
Marta Martín Llaguno

La generación que Sánchez (todavía) no puede controlar

«En una sociedad que les ha fallado, Internet es para muchos jóvenes la única república donde se sienten representados y, por ahora, su partido es la abstención»

Opinión
La generación que Sánchez (todavía) no puede controlar

Ilustración de Alejandra Svriz.

Las redes sociales han dejado de ser un «medio» para convertirse en «un mundo» donde cinco generaciones cohabitamos sin mezclarnos demasiado. Somos muchos los que transitamos este territorio, pero lo cierto es que quienes de verdad lo dominan son los Z: jóvenes de entre 15 y 30 años —casi el 16% del país— que no han conocido la vida sin pantallas. TikTok, YouTube e Instagram son los espacios donde estos chicos se informan, modelan su identidad, organizan protestas y construyen un relato al margen de unas instituciones que antes monopolizaban toda la narración.

Esa mudanza del poder —de las instituciones (en concreto, de Moncloa) al algoritmo— está desatando un ataque de pánico regulatorio en el Gobierno.

Sánchez y su batallón de asesores han vivido años dorados en el ecosistema que dominan: el de la comunicación política tradicional. Escenografías calculadas, periodistas pagados, animadores adoctrinados, entrevistas templadas, ejércitos de tertulianos, cortinas de humo, propaganda épica… Un relato para gobernar un país que no existe.

Pero ese mundo massmediático —jerárquico, obediente, previsible— se les está deshaciendo entre las manos. Porque cada vez hay más política (y antipolítica) que no se decide en un plató sino en un reel de segundos. Y lo que irrita al poder no es la irreverencia juvenil —que también (ojo con las manifestaciones Z que están estallando)—, sino que los jóvenes habitan un ecosistema donde el Gobierno no tiene, por el momento, demasiada palanca. El marco no lo fija Moncloa, sino un chaval (o chavala) que baila desde su habitación.

A Pedro, el crack de la persuasión, esto le hipnotiza y le subleva. Y ahí encaja su ofensiva teatral contra Meta.

«La privacidad le viene a un Sánchez cercado por escándalos como anillo al dedo»

Con su impostado gesto dramático, la semana pasada anunció una «investigación parlamentaria a la compañía» (sic) por unas supuestas «violaciones de privacidad» aireadas en «revelaciones internacionales» que nadie termina de concretar. Una sombra sin firma afirma que Meta habría rastreado a usuarios de Android.

Tres días antes, el mismo presidente que defendía la inocencia de un fiscal recién condenado proclamaba que «en España, la ley está por encima de cualquier algoritmo». Todo muy ecuánime.

La privacidad, huelga decirlo, le viene a un Sánchez cercado por escándalos como anillo al dedo.

Primero, para darse el gustazo de retar a las tecnológicas estadounidenses mientras flirtea con China. Segundo, para distraer la atención y controlar a su votante fiel —siempre presto, pero últimamente evaporable entre tanta degradación— ofreciéndole un consuelo de «sheriff digital antibulos» que no lo son tanto. Tercero, para edificar cortafuegos jurídicos con vistas a futuras tormentas y cuarto, para preparar pesqueras electorales.

Y así llegamos a la paradoja de pretender meter en el BOE lo que nació para escapar del BOE. Pero ¿qué es una paradoja para Sánchez?

«El Gobierno —y buena parte de la oposición— sigue mandando mensajes a un país que no existe para los menores de 35»

La reacción adulta ha sido previsible: unos han aplaudido al estilo María Jesús Montero la iniciativa como si fuera un tratado de derechos; otros —los que ya olemos el truco— percibimos el tufo de control político.

¿Y los jóvenes? Silencio absoluto. Indiferencia total.

Ninguno de mis alumnos sabía de qué hablaba cuando lo trabajamos. Y no por desidia: es que el Gobierno —y buena parte de la oposición— sigue mandando mensajes a un país que dejó de existir. Al menos, a uno que no existe para los menores de 35.

La generación digital no teme «los peligros de Internet». Teme —con razón— a instituciones que no la entienden y pretenden tutelarla. En una sociedad que les ha fallado, Internet es para muchos la única república donde se sienten representados y por ahora, su primer partido es la abstención.

Ese mundo joven, digital e ingobernable, es un territorio que Sánchez aún no ha logrado domesticar. El sanchismo ha iniciado su cruzada por ese esquivo voto estrimeado. Es su nuevo vértigo. Su nuevo crush, su nuevo love. Veremos si lo logra conquistar.

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