La calle no es suya
«La deriva populista aumenta a medida que la muerte política está más cerca. Cuanto menos probable es que puedan seguir en el Gobierno, más peronismo burdo»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Solo los gobiernos autoritarios (y corruptos) llaman a los ciudadanos a manifestarse en las calles contra la oposición o los jueces. En la agonía del kirchnerismo, cuando Cristina Fernández estaba contra las cuerdas, lanzó a la gente a la calle a enfrentarse al Poder Judicial. Lo hizo en cinco ocasiones entre 2013 y 2015 porque la Corte Suprema tumbó su pretensión de entrometerse en la forma de elegir a los magistrados en plena investigación de los tejemanejes gubernamentales. La populista decía que sacaba al «pueblo» a llenar las plazas para «democratizar» la justicia. En Argentina había «lawfare», decía la izquierdista que imita Sánchez, porque la oposición veía que solo judicializando la política podía detener al «gobierno progresista».
Aquí, el Gobierno se ha repartido los papeles. Mientras Félix Bolaños hace de ministro «bueno» e institucional, Yolanda Díaz, vicepresidenta hambrienta de votos, realiza un llamamiento a una manifestación contra los jueces que dictan sentencias contra el universo sanchista, ya sea político, familiar o fiscal. El chambelán de Sánchez se aparta, y la comunista hace referencias al pasado «antifranquista» de sus padres para insinuar que quien condena al sanchismo no es demócrata.
Los autoritarios que nos gobiernan, que sueñan con una dictadura, piensan en términos de política de masas, con medios públicos haciendo propaganda, y gran despliegue de analistas y voceros oficiales. Piensan en coreografías de figurantes anónimos, como hicieron con los aplaudidores de García Ortiz. La imagen, a lo Mussolini, o como Kirchner, es la de un pueblo indignado que arranca la democracia de las manos de las instituciones para entregársela como ofrenda al líder supremo. El mensaje es que solo Sánchez nos puede salvar de la España que se atrinchera en el Estado de derecho.
La deriva populista aumenta a medida que la muerte política está más cerca. Cuanto menos probable es que puedan seguir en el Gobierno, más usan los resortes del peronismo más burdo. A cada sentencia que se conoce, o con cada portada de prensa que presenta un escándalo más grande que el anterior, el sanchismo recurre con más descaro al manual del político autoritario populachero. No hay un ápice de sentido democrático en esta actitud. Al contrario. Es una demostración de que esta izquierda, tanto el PSOE como su apéndice, Sumar, no es más que otra manifestación del histórico espíritu totalitario de la izquierda visionaria. Cuanto más le escuece la democracia, más apelaciones hacen a la manifestación del «verdadero pueblo» contra los usurpadores de la derecha.
«El Gobierno está loco por empezar un ciclo de protesta popular contra el Poder Judicial, la oposición y la prensa libre»
El Gobierno está loco por empezar un ciclo de protesta popular contra los engranajes democráticos como el Poder Judicial, la oposición y la prensa libre. Quiere dar a entender que la gente corriente, progresista, ecologista y feminista, los trabajadores, los estudiantes y la gente de la cultura desean que su Gobierno no tenga frenos ni controles. El sanchismo busca una sociedad complacida por un sistema en apariencia democrático, sin más legitimidad que declararse «progresista», y en el que nunca jamás pueda gobernar en ningún sitio la derecha. Sueñan con una población que haga un cordón sanitario a la oposición, y que castigue a los jueces y periodistas que hacen su trabajo. En ese mundo orwelliano no hay errores, solo nefandas intenciones, y únicamente cabe el bien que ellos representan frente al mal absoluto del enemigo.
En ese desvarío, Yolanda Díaz ha sido la elegida para la nueva «alerta antifascista». Por eso ha dicho en Consejo de Ministros que «las calles no son de ellos (los fachas de la oposición judicial, mediática y política), son de la democracia en España (nosotros)». Yolanda la pifiará, como ha hecho con todo en su vida política. En su día le hubiera tocado este papel a Pablo Iglesias, que tiene más chispa y experiencia, como se vio en 2018 cuando el PP ganó las elecciones en Andalucía. En su ausencia echan mano de Yolanda Díaz, más manejable e insípida. Creen que a su voz le seguirán las huestes de CCOO, tan separadas del mundo laboral como cercanas al presupuesto gubernamental, y los jubilados que aprendieron de memoria los argumentarios de los voceros sanchistas. Pincharán, por fortuna, pero harán mucho daño a la democracia.