Chile: el fin del socialismo del siglo XXI
«Milei lleva casi dos años en el poder, Kast puede ser presidente en diciembre y en marzo habrá elecciones en Colombia, y allí también puede haber un cambio»

Bandera de Chile. | Europa Press
Los españoles tienen una visión distorsionada de Argentina. Pero es mucho más fiel que la que tienen de Chile. Por eso muchos no acaban de entender el cambio político que se está operando en aquel país. Los cambios de los últimos dos lustros se le escapan a la mayoría.
En 2019 se produjo una revuelta social en Chile. En parte se parecía a las manifestaciones del 15-M. En ambos casos, pero con distintos grados, las revueltas no las originaron los movimientos de izquierdas, pero acabaron cooptándolos y conduciéndolos hacia su terreno. En el caso de Chile dijeron los movimientos de izquierda que las revueltas pedían un cambio en la Constitución. El texto tenía un pecado original: era la Constitución del dictador Pinochet. ¿Cómo no iba a clamar un pueblo sediento de democracia una Constitución inmaculada, límpida de restos de la dictadura?
Lo cierto es que, cuando bajó el humo de aquellos violentos días, no se encontraron mensajes que hablasen de un nuevo texto fundacional del Estado más que en los grupos de izquierda, rémoras de una revuelta que no era la suya. Sebastián Piñera, como si fuera un dirigente de la derecha española, corrió a concederle a la izquierda esa victoria dialéctica. Y comenzó un proceso constituyente que resultó en un texto estupefaciente, precipitado de lemas de la izquierda, racismos indígenas y politización de todo. El texto acabó siendo rechazado con una rotundidad pasmosa. Luego fue la derecha la que pudo llevar su propuesta ante el pueblo chileno. También fue rechazada. Los chilenos nunca quisieron otra Constitución que la que ya tenían.
La verdad es que la izquierda chilena, ¡y española!, es demasiado generosa con Augusto Pinochet. No es cierto que su Constitución haya permitido una convivencia y alternancia políticas, una paz civil y una prosperidad económica que provocan admiración en el resto del continente. El texto actual es fruto de más de medio centenar de reformas, operadas pacífica y democráticamente.
De aquel estallido de 2019 surgió un líder político que acabó siendo catapultado a la presidencia: Gabriel Boric. Pero de nuevo el teatro político representaba una función que no es la que desea la mayoría del público. Muy pronto se desplomó en las encuestas, y su impopularidad, que es casi legendaria, le impide volver a presentarse. Ha cedido el liderazgo de la izquierda a Jeannette Jara, del Partido Comunista de Chile.
«José Antonio Kast puede encontrarse en el Palacio de la Moneda, con un Congreso favorable y cuatro años de labor política»
Jara siempre tuvo asegurado el paso a la segunda vuelta. El interés por la primera siempre estuvo en el otro lado; en la derecha: el candidato que se enfrentase a Jara el 14 de diciembre será, con toda probabilidad, el próximo presidente de Chile. Su nombre es José Antonio Kast. El contendiente, más los otros dos candidatos de la derecha chilena, Johannes Kaiser y Evelyn Matthei, han concitado más de la mitad de los votos. No todo el resto es para la izquierda: un 20% ha votado por Franco Parisi, un candidato «antisistema» que dice no ser ni de izquierdas ni de derechas.
Jara ha sumado el 26% de los votos. Todas las críticas al actual Gobierno, del que ha formado parte, han sido insuficientes para sacudirse el rechazo de los chilenos por Boric y los suyos. Kast, con un 24%, le sigue muy de cerca.
Chile va hacia un cambio fundamental de su política. Axel Kaiser, hermano del candidato que se ha quedado a las puertas de la segunda vuelta, ha señalado que «la lección principal es que por primera vez en un siglo la derecha combinada suma más votos que la izquierda […]. Está cerca de tener mayoría en el Congreso. Y se anticipa que José Antonio gane de manera muy holgada la elección».
Todos estos bandazos políticos parecen indicar que la sociedad chilena bulle de deseos de cambio. Pero la realidad es que es una sociedad bastante conservadora. No en el sentido de ser de derechas, sino en el de aferrarse a lo que tienen: una democracia falible e imperfecta, pero flexible y que les ha permitido prosperar y dejar atrás el horror de Allende y el gobierno criminal de Pinochet. Gabriel Boric, que ya se veía cambiando el rumbo de paz y prosperidad de Chile, ha comprobado que es lo último que quieren los chilenos.
Javier Milei lleva casi dos años en el poder, y las últimas elecciones legislativas refrendan el cambio político en Argentina. José Antonio Kast puede encontrarse en el Palacio de la Moneda, con un Congreso favorable, y con cuatro años de intensa labor política. En marzo de 2026 habrá elecciones en Colombia, y parece que allí también puede haber un cambio en el mismo sentido, aunque con notables diferencias. Parece ser el fin del socialismo del siglo XXI.