The Objective
Manuel Fernández Ordóñez

Los centros de datos buscan país serio

«El contraste entre el potencial y la realidad es insultante. España podría ser el gran ‘hub’ de datos del sur de Europa»

Opinión
Los centros de datos buscan país serio

Centro de datos. | ACS

Otro tren más que vamos a perder. En plena fiebre mundial por la inteligencia artificial, el planeta se ha lanzado a construir centros de datos como si no hubiera mañana. Se calcula que, en apenas un par de años, el consumo eléctrico de estos gigantes digitales equivaldrá a unas cuatro veces toda la demanda anual de España. No estamos ante una moda pasajera, sino ante la infraestructura crítica que va a sostener la economía del siglo XXI. Y, sin embargo, mientras otros países compiten por atraer esa ola de inversión, España vuelve a especializarse en lo de siempre: ver pasar el tren, como las vacas.

Lo dramático es que pocas geografías tienen tantas ventajas objetivas como la nuestra. España es un cruce natural de cables submarinos de fibra que conectan Europa con Estados Unidos, África y Latinoamérica; tiene una latencia espectacular en comparación con otros mercados europeos, contamos con suelo abundante y asequible, un mix eléctrico cada vez más descarbonizado y de precios competitivos, así como unos salarios inferiores a los de nuestros vecinos del norte. Sobre el papel, es difícil diseñar un lugar mejor para instalar los «cerebros» de la nueva economía digital.

Además, los centros de datos no son un problema para el sistema eléctrico; bien integrados, son parte de la solución. El sistema eléctrico en nuestro país está teniendo enormes problemas debido a la falta de demanda. El apagón fue la muestra incontestable de lo que sucede cuando tienes una baja demanda, una alta penetración de renovables y una baja potencia firme. Necesitamos aumentar la demanda de electricidad para ser capaces de integrar más generación renovable. Y los centros de datos nos pueden ayudar a ello.

Dentro de España, Madrid juega en otra liga. La capital concentra la mayor parte de la capacidad de centros de datos del país y un ecosistema financiero y empresarial que necesita esa infraestructura. No es casualidad que la mayoría de los inversores miren primero a Madrid: aquí están los clientes, aquí está la conectividad y aquí hay una administración autonómica que entiende que la inversión digital es industria, empleo, crecimiento y progreso, no un eslogan vacío.

Sin embargo, siempre que podemos aspirar a ser referentes mundiales en algo, aparece el Gobierno a boicotearlo. En lugar de una estrategia país, tenemos un muro regulatorio. Las redes de transporte y distribución están saturadas, los puntos de conexión se asignan con criterios que perjudican las inversiones en centros de datos y la planificación se hace con datos irreales que ignoran por completo la realidad que viene de la mano de la IA y de la digitalización.

«Perder el tren de los centros de datos no es solo renunciar a un negocio clave para el futuro»

Los propios inversores se quejan de que, antes de hablar siquiera de excavadoras para comenzar la obra, tienen que atravesar un viacrucis administrativo: multitud de informes, procedimientos distintos según el territorio, trámites que pasan por varios ministerios y plazos que se cuentan por años. Mientras Estados Unidos y los países del norte de Europa se mueven con calendarios de 12-18 meses para levantar un gran campus, aquí empleamos años discutiendo si un centro de datos «contamina el paisaje» o es lo suficientemente verde.

Además la regulación eléctrica trata a los centros de datos como si fueran un consumidor más, sin entender su potencial para aportar flexibilidad, resiliencia, generar empleo y atraer inversión. Por si fuera poco, cuando quieren conectarse a la red en un punto donde hay exceso de demanda, los centros de datos están los últimos en el orden de prioridad para la conexión, víctimas de la persecución del Gobierno central, que parece perseguir cualquier cosa que haga vivir mejor a los españoles.

El contraste entre el potencial y la realidad es insultante. España podría ser el gran hub de datos del sur de Europa. Madrid podría consolidarse como la puerta digital entre Europa, África y América. Cada gran centro de datos que no se construya aquí se levantará en otro sitio, llevándose consigo miles de millones de inversión, contratos de energías renovables, empleos de alta cualificación y un efecto tractor sobre toda la cadena tecnológica. Es lo que va a suceder, irremediablemente, si no hacemos nada.

Mientras tanto, el Gobierno central prefiere refugiarse en el relato. Habla a todas horas de «transformación digital», «inteligencia artificial» y «soberanía tecnológica», pero a la hora de lo concreto —conectar subestaciones, actualizar la planificación de la red, ordenar los puntos de acceso, simplificar licencias— desaparece. Eso sí, el ministro Óscar López no ha perdido el tiempo para anunciar la inversión de 2.350 millones de euros en una fábrica de chips en Extremadura. Espero que la Junta Electoral tome buena de la vulgar compra de votos de este Ejecutivo que riega con millones una región en campaña para las elecciones autonómicas.

Perder el tren de los centros de datos no es solo renunciar a un negocio clave para el futuro. Es resignarse a ser un país de usuarios de tecnología ajena, en lugar de ser el país que aloja, opera y controla parte de la infraestructura que mueve el mundo digital. España tiene una posición privilegiada que no podemos desaprovechar. Lo único que se les pide a nuestros gobernantes es que no estorben, que dejen de poner palos en las ruedas y que traten esta oportunidad como lo que es: una cuestión estratégica de país. Me temo que es mucho pedir, andan todos demasiado pendientes del Tribunal Supremo.

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