Le contaré a mis nietos quién fue Pedro Sánchez
«La historia de la política es, en buena medida, la historia de la mentira. La del sanchismo es la historia de muchas mentiras»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Es, sin duda, el personaje más fascinante que ha parido la política española. «Fascinante» —por si hace falta aclararlo— no implica necesariamente algo positivo. Hubo grandes figuras de la historia que fueron anodinamente normales: personas que hicieron lo que debían, cuando debían y donde debían; con o sin carisma, pero movidas por una ética noble. Tiempos en los que la palabra dada tenía algún valor. Y también existieron (y existen) otros hombres de consecuencias infaustas, movidos únicamente por el interés. Es algo parecido a lo que ya expresó León Tolstói cuando escribió: «Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz lo es a su manera». Reformulado al terreno del liderazgo: «Todos los grandes líderes se parecen, pero cada líder trucho lo es a su modo».
Una de las profesiones que más se ha especializado durante los años de gobierno del PSOE que estamos viviendo es la del «sanchólogo»: dícese del individuo entregado al análisis de la conducta del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Tarea ardua, sin duda, intentar comprender las intenciones de alguien que cambia de traje cada día: ora europeísta para rebajar tipos penales que beneficien a sus socios, ora partidario de traer a Carles Puigdemont «esposado (y no en el maletero)» de vuelta a España, ora inaugurando giros como la política sobre el Sáhara sin dar explicaciones, ora declarando «amnistía mala» y, acto seguido, «amnistía bien», ora defendiendo la limpieza de los medios públicos y luego, tralará, ora prometiendo que con EH Bildu ni a comprar el pan y poco después fundando un obrador.
La historia de la política es, en buena medida, la historia de la mentira. La del «sanchismo» es, en buena medida, la historia de muchas mentiras. Lo llamaron «cambio de opinión»: fue lo mejor que se le ocurrió a la factoría monclovita de propaganda cuando la mentira sobre la amnistía resultaba ya tan evidente que generaba cierto reparo.
Tanto ha conseguido Sánchez devaluar su propia palabra que ya asistimos a sus (pocas) entrevistas con la mentalidad de quien va a ver una obra de teatro: sabemos que lo que allí se dice es ficción, pero existe un pacto tácito por el cual debemos hacer como que nos lo creemos. Qué más da —digo yo— que Sánchez intente ahora hacerse perdonar por Junts per Catalunya, que prometa «que habrá presupuestos» o que jure «que será el candidato en las próximas elecciones». Lo que dice es niebla; todo queda siempre en suspenso.
«Un gesto poco sutil ir al canal en catalán para, ‘en castellano’, entonar el ‘mea culpa’ y rogar el perdón del prófugo»
Ignacio Varela, sanchólogo de cabecera para muchos, visitó El purgatorio de THE OBJECTIVE y dejó algunas sentencias sobre la singularidad del sanchismo: «Es el resultado de una personalidad absolutamente anómala. Ya está. Es Pedro Sánchez. Y su patología tiene un rasgo destacado que los libros describen: él siempre va más lejos del punto donde una persona cuerda se detiene. Y eso le otorga una ventaja competitiva enorme, porque donde la gente sensata se frena por pura prudencia, él no se frena». En este teatrillo al que llamaremos Gobierno de España, su protagonista desfondado —el presidente Sánchez— concedió una entrevista a un canal creado por RTVE por exigencias de Junts: La 2 Cat. Un gesto poco sutil ir al canal en catalán para, «en castellano», entonar el mea culpa y rogar el perdón del prófugo. Lo hace el presidente de todos los españoles.
Sobre el contenido de la conversación no hará falta extenderse: mañana mismo podría cambiar el menú y una parte de los medios seguirían elogiando «el buen gusto culinario del presidente». Pero hubo otro destello de esa «genialidad performativa» a la que no queda más que rendirse: «Desde el punto de vista personal, José Luis Ábalos era un gran desconocido para mí». ¿Es o no fascinante? Lo dijo compungido y sin reírse. Recorres España entera con José Luis Ábalos en un Peugeot y, «en el plano personal», resulta ser poco más que el vecino al que saludas en el rellano. Del «todo es una inventada» al «era un gran desconocido». Y, si hace falta, tampoco se conocerá ni a sí mismo: «Sánchez, desde el punto de vista íntimo, era un gran desconocido», dijo Pedro.