The Objective
Manuel Arias Maldonado

Propaganda y carcajada

«La función de los marcos comunicativos salidos del laboratorio monclovita no es otra que dar un significado distinto a la realidad que tenemos delante»

Opinión
Propaganda y carcajada

Ilustración de Alejandra Svriz.

Si algo define a los gobiernos liderados por Pedro Sánchez es su empleo incesante de la propaganda en el sentido más orwelliano del término: sus portavoces no paran de decir a los españoles que el negro es blanco. Cuentan para ello con la valiosa ayuda de los medios de comunicación públicos y con la de aquellos que aun operando en el sector privado se adhieren al Gobierno por razones financieras o ideológicas, reproduciendo su relato al pie de la letra e incluso —menudo espectáculo— testificando a su favor ante el Tribunal Supremo.

Podrá alegarse que en todas las democracias cuecen habas; sin embargo, no conozco ninguna donde un discurso oficial tan plagado de falsedades haya obtenido el aval de tantos periodistas —a los que se supone comprometidos con la búsqueda de la verdad y la fiscalización del poder público— e intelectuales o académicos. No en vano, la operación ejecutada por Sánchez para llegar a la Moncloa ha exigido vertiginosas cabriolas doctrinales —que han llevado al PSOE de la socialdemocracia reformista al peronismo multinacional— y el establecimiento de una alianza con partidos destituyentes que desearían acabar con el régimen del 78: de Junts a Bildu, de ERC a Podemos/Sumar.

Para colocar esa mercancía, Sánchez ha tirado de chequera —cortejando a pensionistas, funcionarios, catalanes, vascos— y librado una guerra sin cuartel contra el mundo común que todos habitamos: la función de los marcos comunicativos salidos del laboratorio monclovita no es otra que dar un significado distinto a la realidad que tenemos delante. Ya saben: la amnistía busca reconciliar a Cataluña con España, el PSOE lidera un bloque progresista que levanta un muro contra la ultraderecha, esta legislatura es «la legislatura de la vivienda», los medios de comunicación que destapan la corrupción socialista son «máquinas del fango», los jueces que investigan esa misma corrupción hacen «lawfare», Sánchez es un gran defensor de la verdad, Álvaro García Ortiz es inocente y así —disculpen el pareado— sucesivamente.

De ahí que sea tan sintomático lo que pasó hace unos días en el Congreso Nacional de la Asociación Profesional de la Magistratura, donde intervino un Félix Bolaños a quien ha de reconocerse el mérito de no escurrir el bulto. El ministro fue allí a decir que el Ministerio Fiscal actúa con autonomía, o sea, sin someterse a dictados ni presiones del Gobierno. Al oír semejante proposición, una parte del público rompió a reír: en el vídeo están las carcajadas. Visiblemente contrariado, Bolaños lamenta las «sonrisas» de los asistentes; a su juicio, el trabajo de los fiscales no debe cuestionarse.

«Han tenido que ser los asistentes a un congreso judicial quienes rían ante el gobernante que miente a sabiendas»

Tiene su gracia: en un país donde nos desayunamos casi a diario con las declaraciones de campanudos novelistas y orgánicos intelectuales para quienes el pensamiento y el arte tienen como función «incomodar al poder», aunque ellos no incomoden jamás a nadie, han tenido que ser los asistentes a un congreso judicial quienes rían ante el gobernante que miente a sabiendas. Es obvio que Bolaños no contaba con eso; si habla un ministro, el silencio respetuoso es obligado. Pero la risa es irreprimible: brota cuando no tiene más remedio que hacerlo.

A menudo, se trata de una risa cómplice: nos han contado un chiste. Pero también puede ser un estallido sarcástico: Bolaños proclamando la autonomía del Ministerio Fiscal poco después de hacerse pública la condena de un Fiscal General del Estado empeñado en «ganar el relato» del Gobierno que lo designó. Así que esa carcajada espontánea decía algo muy simple: no creemos que el negro sea blanco. Y es una risa liberadora: la risa de muchos. Aunque a quien manda no le haga ninguna gracia. O precisamente por eso.

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