The Objective
Laurence Debray

Somos lo que leemos

La autora de las memorias de Juan Carlos I cuenta en este artículo exclusivo por qué es importante el libro que se publica este 3 de diciembre en España

Opinión
Somos lo que leemos

Ilustración de Alejandra Svriz.

Vengo de un país donde estamos orgullosos de haber cortado la cabeza al rey. Desde entonces, cuando elegimos a un jefe de Estado, tratamos de derribarlo bastante rápido. Desafiar al poder establecido es una especialidad francesa. Incluso creo que es genético. El prototipo del intelectual francés es un intelectual comprometido, y por lo tanto maldito.

Quien no haya escrito un Yo acuso, como Émile Zola para defender al capitán Dreyfus, no puede ser tomado en serio. Nuestro escritor nacional, Victor Hugo, vivió 20 años en el exilio por haber llamado a Napoleón III «Napoleón el Pequeño». La independencia de espíritu es una marca de fábrica y un honor. Vengo de ese entorno: crecí entre los bastidores del Elíseo, con unos padres intelectuales comprometidos al más alto nivel, desde Fidel Castro hasta François Mitterrand. El riesgo y el coraje son como su oxígeno.

Mi padre pagó un precio muy alto por sus compromisos, pasando cuatro años en las cárceles bolivianas. Conozco íntimamente a dirigentes primero adorados y luego denostados, los cambios bruscos, la reprobación popular. Aprendí de mis padres que «a una ambulancia no se le dispara», que no se hace cola para inclinarse ante un dignatario sea quien sea, que no se transige con la libertad de hacer o de pensar.

A priori, los reyes y las familias reales apenas me interesan. Sus privilegios y sus fastos aún me impresionan menos. Entonces, ¿por qué las memorias de un rey y de este rey? Porque Juan Carlos nunca ha hecho nada como los demás reyes. Y esta vez, una vez más, lo demuestra. Los reyes no escriben. Encarnan, pero no se cuentan. Él decidió desvelarse en primera persona. Tuve la suerte de que me llevara con él en esta aventura. Una bella aventura, pero arriesgada. Molestaba, inquietaba. Pero trabajamos los dos en una burbuja, sin ninguna presión, lejos de la amargura o del resentimiento, en la armonía, en la confianza.

“Pasamos dos años sentados uno al lado del otro. Yo escuchando y transcribiendo; él corrigiendo, sopesando las palabras, modificando el estilo”

Pasamos dos años, sentados uno al lado del otro. Yo escuchando y transcribiendo; él corrigiendo, sopesando las palabras, modificando el estilo, muy aplicado, riguroso y serio. Incansable y trabajador. Muy lejos de la imagen del rey campechano.

Él confió en mí y yo confié en él

Confió en una republicana francesa, «hija de revolucionarios», puro fruto del Barrio Latino. Un poco como confió en Santiago Carrillo, incluso cuando Franco aún vivía. Los contrarios se atraen. Yo confié en este jefe de Estado que no se aferró al poder —una excepción notable en España— y que fue simbólicamente destronado, para hablar con el corazón abierto. Sabía que él, el militar parco en palabras, tenía muchas cosas que narrar, enterradas durante mucho tiempo. No solo los éxitos del rey, sino también las sombras y debilidades del hombre.

Él sabía que yo no iba a traicionar su pensamiento ni sus emociones. La misión era escribir un libro histórico, o más bien un libro para la Historia. Contar en primera persona los fundamentos de la historia contemporánea de España —y de Europa, por extensión— con sus complejidades y contradicciones. En el panorama político actual, tan bipolar, nada es realmente blanco o negro.

Algunos me reprocharán no ser española. No se pueden tener todas las cualidades. Otros más, que este libro esté escrito en francés. Juan Carlos es descendiente directo de Luis XIV por parte de padre y de Luis Felipe por parte de madre. Creció en Suiza. Habla en francés con sus primos y se muestra tan a gusto como yo en un «salón parisino». Nosotros nos comunicamos en francés.

“Él deseaba que su libro se publicara al mismo tiempo en Francia y en España, pero la editorial Planeta decidió otra cosa”

Juan Carlos es un rey español de raíces europeas, que tiene sentido de la historia internacional: España se ha beneficiado mucho de ello para recuperar su lugar en el mundo. Deseaba que su libro se publicara al mismo tiempo en Francia y en España. Planeta decidió otra cosa. Eligió Planeta porque quería que un editor puramente español publicara su libro, y Stock en Francia porque allí me han acompañado muy bien desde hace mucho tiempo.

La acogida positiva que el libro ha recibido en Francia (forma parte de las veinte mejores ventas en la categoría Ensayos) alegró evidentemente al rey, que vio así validada su iniciativa. Aceptó —¡no fue fácil convencerlo!— reunirse con dos periodistas franceses de primer nivel, de la prensa escrita y la televisión. Francia —¡republicana!— necesitaba subtexto y contextualización. En España, Juan Carlos no quiere importunar a su hijo. Sabe que es una figura incómoda. Pero, finalmente, es el ausente omnipresente.

Un libro para el futuro

El rey quiso dejar su testimonio para las próximas generaciones. Es mejor saber de dónde se viene para saber adónde ir. El privilegio de los reyes, y creo que incluso su único y verdadero privilegio, es que pueden pensar a largo plazo, en una sociedad cortoplacista y alarmista. Se es rey de por vida o casi: las crisis se suceden igual que los jefes de Gobierno. Desde la Segunda Guerra Mundial, pocos reyes occidentales han sido actores históricos. Y su longevidad le ha permitido codearse desde Kennedy hasta Obama.

La demografía española hace que la mayoría de los españoles no haya conocido el franquismo, y quienes vivieron la Guerra Civil ya han desaparecido. Juan Carlos quería explicar, entre otras cosas, que la Transición no es un «pacto del olvido», sino un pacto del compromiso. Él fue el director de orquesta, aunque algunos que apenas habían nacido entonces pretendan lo contrario. Tener valentía política no es un don de todos. El rey lo demuestra una vez más publicando en vida sus memorias, que dedica, entre otros, a los españoles que hicieron la Transición con él.

«Los perros ladran, los libros permanecen», nos recordó mi editora francesa, Charlotte Cachin. Espero que los españoles lean (o escuchen en audiolibro) este libro que pretende, ante todo, ser sincero, sin lenguaje edulcorado; que formen por sí mismos su propia opinión, dejando de lado los comentarios de los comentarios, de comentaristas que se jactan de no haberlo leído y aun así tienen una opinión tajante. Aquellos que tienen opinión sobre todo, y sobre todo opiniones. Sapere aude era la doctrina de la Ilustración. La verdadera libertad es poder pensar por uno mismo. Es el fundamento de nuestras democracias. En tiempos de líderes populistas y otros depredadores que se reparten el mundo. El rey recuerda en su libro que «es más fácil deshacer las instituciones democráticas que construirlas». Tiene la ventaja de la experiencia. Nadie puede quitarle eso.

Publicidad