¿A dónde vamos? Ni idea, nadie lo sabe
«Todo se veía venir desde 2018 pero nunca con este volumen y esta intensidad: asaltar de tal manera casi todas las instituciones y hacer negocios tan corruptos»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Este pasado fin de semana, al pensar en el tema de mi artículo quincenal, me di cuenta de que hacía seis meses, desde julio pasado, que no dedicaba una pieza criticando al Gobierno. ¿Cómo puede ser si, con diferencia, es el peor Gobierno de nuestra actual democracia?
Creo que no he escrito criticando al Gobierno por hartazgo; repetir siempre lo mismo es una lata con tantos otros temas interesantes. Además, hoy estamos donde ya estaba claro que iríamos a parar desde la fatídica moción de censura de 2018 que agrupó en torno al PSOE dirigido por Pedro Sánchez a un conjunto de partidos que poco tenían que ver con el PSOE de los cuarenta años anteriores.
Esto lo tuve claro desde el principio y dejé muestras de ello a primeros de junio de dicho año cuando Sánchez trepó al poder y formó su primer gabinete, al que cierta prensa denominó «gobierno bonito» porque, efectivamente, había algunos ministros que daban una cierta seguridad. A pesar de ello, la mayoría parlamentaria que lo apoyaba ya se sabía que intentaría defender unos intereses que no ocultaba: acabar con el sistema constitucional de 1978, es decir, destruir nuestro sistema democrático y desintegrar España. Siete años después, si no le ponemos remedio, lo están consiguiendo.
Pero yo no preveía, en cambio, que aquel PSOE de Felipe, Guerra y Rubalcaba, entre otros, lideraría este extraño engendro al que se ha llamado «gobierno progresista de izquierdas», un PSOE que mutaría de naturaleza y no solo cedería a las exigencias de sus socios, sino que las integraría en su acción de gobierno como propias. En resumen, que el PSOE se convertiría en un partido populista más, al modo de Venezuela, Hungría o los Estados Unidos de Donald Trump.
Quizás me tildarán de ingenuo pero entonces, en 2018, no esperaba nada de Pedro Sánchez, pero tampoco pensaba que llegaríamos al punto en el que estamos: un Congreso de los Diputados devastado, un Tribunal Constitucional que no es el guardián de la Constitución, sino el instrumento de transmisión de los intereses del Gobierno, unos órganos de control en su mayoría ocupados por servidores de los partidos en el poder, una Administración Pública cada vez más ineficaz y politizada, un fiscal general atrapado como delincuente. Solo actúan de acuerdo con el orden constitucional el rey (en lo que puede), el Tribunal Supremo y la mayoría de los jueces (que están controlando a los demás poderes solo desde el punto de vista legal porque no son competentes para controlarlo desde el punto de vista político).
«No esperaba que la corrupción empezara ya desde el minuto uno y se llevara a cabo desde la Secretaría de Organización del partido»
Tampoco esperaba, sinceramente, y perdonen otra vez mi ingenuidad, que la corrupción, extendida hoy por todos los rincones, empezara ya desde el minuto uno, o incluso antes, para hacerse con el botín económico que supone controlar al Estado, y que ello se llevara a cabo desde la Secretaría de Organización del partido al que pertenece el presidente del Gobierno, es decir, desde el mismo PSOE, sin que ninguno de sus militantes lo denunciara.
Tampoco podía esperar que el propio Sánchez dijera, como ha mantenido esta semana con toda desfachatez, que desconocía la vida personal de su más estrecho colaborador, algo que nadie puede creerse y si alguien lo cree tiene que considerar que el presidente del Gobierno debe cesar por ser un inepto total.
En definitiva, todo se veía venir desde 2018 pero nunca con este volumen y esta intensidad: asaltar de tal manera casi todas las instituciones y hacer negocios tan corruptos.
Seguimos así, y nuestro presidente, aunque se le nota extremadamente nervioso y demacrado, no hay para menos, quiere dar la sensación de tranquilidad e intenta atraerse una vez más a Junts, ese partido tan respetuoso con la Constitución que intentó dar un golpe de Estado en 2017, con el apoyo de ERC y Podemos, además de la complacencia externa de Bildu y el PNV.
«Todo esfuerzo es bueno para seguir en el Gobierno aunque sea sin plan, posibilidades de actuar y sin Presupuestos»
Todo esfuerzo es bueno para seguir en el Gobierno aunque sea sin plan, posibilidades de actuar y sin Presupuestos: los prorrogados, que son los vigentes, fueron aprobados por unas Cámaras surgidas de las elecciones de finales de 2020, la legislatura anterior, algo inaudito en cualquier democracia mínimamente seria y respetada. En realidad, son unos presupuestos no solo sin legitimidad democrática, sino también inconstitucionales porque desde 2023 el actual Gobierno no ha presentado ninguno a las Cámaras como es su deber constitucional. Por tanto, estas cámaras no han tenido ninguna opción para modificarlos.
En fin, qué tengo que recordarles a ustedes, queridos lectores, que no sepan. Como ven, me estoy repitiendo. Pero les añadiré una cosa. Como saben, El País, antaño diario independiente de la mañana, publica unos editoriales sobre política española que son o inocuos o babosos: es por definición el diario del Régimen, como los había en los viejos tiempos, hace más de 50 años.
Pero al lado de los editoriales que expresan la opinión del periódico, y son responsabilidad de su director, tiene este periódico un extraordinario «editorialista fáctico» que en forma de viñeta sostiene los mismos principios desde hace, por lo menos, estos famosos 50 años. Se trata de El Roto. Hay que leer El País solo para detenerse en la «viñeta filosófica» de El Roto. Ayer, sin ir más lejos, la imagen de trazo grueso dibuja un taxi y se puede leer lo siguiente: «Dígame, señor, ¿a dónde vamos?». Y responde el señor: «Ni idea, nadie lo sabe».
Solamente diez palabras que lo dicen todo. Un país desnortado en el que el taxi es España y el señor es el ciudadano español. El actual Gobierno no aparece en la viñeta, pero queda implícitamente retratado en forma de veleta que gira y gira hacia donde sopla el viento, siempre que éste sople a su favor.
Sin embargo, algún día, más pronto que tarde, el viento se le pondrá en contra, siempre sucede así. Aunque para ello, además de otras razones, alguien nos debe indicar hacia donde debe soplar para que encontremos la ruta que conduzca a este taxi por la senda de la que jamás debió desviarse. Y este alguien, por el momento y por desgracia, no sabe, o no puede, o no quiere, explicárnoslo.