The Objective
Félix de Azúa

¿Socialistas o sociatontas?

«Los votantes del PSOE aceptan la publicidad que dice: ‘¡Aquí se vota socialista!’ cuando en realidad lo que se está votando es otra cosa enteramente distinta»

Opinión
¿Socialistas o sociatontas?

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cuenta Kierkegaard que iba un día por las calles de Copenhague y se enganchó en unos hierros. Siguió caminando con el pantalón desgarrado hasta que, en un comercio, vio un cartel que decía: «Se venden pantalones». Entró alborozado y pidió a toda prisa un pantalón de buen paño. El dependiente, con gesto compungido, le respondió: «Lo siento mucho, señor, pero lo que está en venta es el cartel».

Muchas veces he recordado la anécdota del filósofo danés cuando aparecen encuestas en los diarios y dan al partido socialista más de un 25% de la votación en unas próximas elecciones. No hablo de las grotescas invenciones del CIS de Tezanos (o «Tenazas», como se le conoce en el partido) que son mera publicidad pagada por todos los partidos españoles, sino de las fiables.

Tengo para mí que muchos votantes del PSOE actúan como el filósofo cuando trató de comprar unos pantalones. Lo que compran con su voto es el cartel, pero no los pantalones. Ellos aceptan la publicidad que dice: «¡Aquí se vota socialista!», cuando en realidad lo que se está votando es otra cosa enteramente distinta. ¿Qué es lo que votan los que creen votar socialista?

Empecemos por los gestores. Los últimos dos secretarios generales, Ábalos y Cerdán (buen nombre), está demostrado que son unos guarros, como dice Feijóo, o por lo menos unos puteros vomitivos como afirma la actual portavoz del Gobierno cuando se refiere al que hasta ahora iba de heredero de Ábalos y Cerdán, o sea, el candidato a secretario general. Pues resulta que también forma parte de los guarros.

O sea, para entendernos, las tres figuras máximas del partido, solo por debajo del jefe, son unos salidos que dejan babas cada vez que besan la mano o la mejilla de una chica. Eso sin contar con que, a lo mejor, se estaban forrando a base de robar en cada contrato del Gobierno. Repito, las tres máximas figuras del partido son tres individuos a los que uno no dejaría el cuidado de los niños.

«¿Cómo se puede poner un país en manos de un tipo que no conoce ni siquiera a sus más inmediatos colaboradores?»

Y lo que es aún más grave, su jefe, el tal Sánchez, dice que no los conoce. Ahora bien, si no los conoce, ¿qué es lo que este hombre de Dios es capaz de conocer? ¿Y cómo se puede poner un país en manos de un tipo que no conoce ni siquiera a sus más inmediatos colaboradores? ¿Dónde vive Sánchez? Es muy posible que haya un malentendido y en realidad Sánchez no gobierne en España, sino en Cataluña y el País Vasco, puede muy bien ser que no esté en Madrid, sino en Bilbao o en Gerona.

Él no sabe, naturalmente, hasta qué punto le desprecian en esos lugares que cree gobernar. Como le sucede con todo lo demás, está seguro de que los catalanes y los vascos le aman. Otro signo de ignorancia supina por parte del hombre que se supone dirige el país. Ignora por completo cómo hablan de los españoles esos burgueses y oligarcas a los que está haciendo cada vez más ricos. O a lo mejor sí que lo sabe, pero le da igual, del mismo modo que sabía todas las guarradas de los cerdanes, pero le parecían gastos honestos dados los negocios del padre de su santa esposa.

Una vez visto en qué manos está el Partido Socialista español al que votan, veamos su obra política en los últimos siete años. Es fácil de resumir. Ruptura de la población española en buenos y malos a la manera vasca y catalana, como en el año 1936, gran progreso. Ruina de las clases medias sin que hayan mejorado las clases bajas, aunque sí las clases poderosas, especialmente las de etcétera. Destrucción de aquellos españoles que decidieron ser sus propios empresarios, los autónomos, perseguidos por la parte comunista del Gobierno que odia a la iniciativa privada. Ruptura del equilibrio de poder entre Ejecutivo y Judicial que se ha mantenido en todas las democracias (aunque no en la orgánica) desde la Revolución Francesa. Apertura de las rutas de narcotráfico gracias a un ministro del Interior de una inutilidad digna del Ministerio de Cultura. Desprestigio internacional hasta hacernos confluir con Venezuela.

En cuanto a los hijos de los votantes socialistas, están de suerte: sus padres les dejan una deuda de un billón y medio de euros. O sea, más de un millón y medio de millones de euros que no solo habrá que devolver algún siglo, sino que genera un gasto tremendo cada mes. Y lo pagarán los sucesores del socialismo.

Eso es lo que compra el votante socialista de ambos sexos (o de los otros cuatro) cuando se toma en serio el cartel. Una sorprendente beatitud, en el mejor de los casos.

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