Estampas de México
«Toda la contradictoria gama de esplendor y miseria ocurre bajo la sombra de la muerte, a la que se le da la espalda como estrategia de supervivencia»

La presidenta de México, Claudia Sheinbaum.
Visitar México es la montaña rusa de las emociones: de la rabia canina al asombro poético, del desasosiego a la esperanza, cifrada esta última en la indudable fuerza de una sociedad que vive bajo el signo de la resistencia, algo que se percibe en todos los ámbitos. Desde comunidades campesinas marginadas que han encontrado formas audaces de sobrevivir a una triple presión —la del crimen organizado, la del deterioro ecológico y la del olvido gubernamental, salvo cuando se instrumentaliza políticamente su pobreza—, hasta redes de autoayuda vecinal que sostienen el tejido social con recursos mínimos. Cerca de Malinalco, por ejemplo, los pobladores de Xochitepec se han organizado para defender lo que les queda de bosque y convertirlo en una cooperativa que ofrece un lugar seguro de campamento a los urbanitas, arrebatándole el control del bosque a las mafias de talamontes. En el barrio San Cayetano, en la Ciudad de México, los vecinos crearon un sistema de alerta con campanas para avisarse cuando se satura el drenaje en época de lluvias y así poder poner a salvo sus pertenencias con una cadena de cargadores voluntarios. Ingenio y acción frente al crimen y el abandono.
Esta esperanza también se muestra en la disposición al trabajo, con esa peculiar ironía de afrontar la adversidad y del enorme esfuerzo que implica hacer las cosas más simples. Porque en México casi todo requiere un esfuerzo extra: desde moverse por sus ciudades, desbordadas por el caos, hasta coordinar actividades cotidianas. El colapso parcial de los servicios, la falta de organización, la deficiente planeación urbana y la escasa inversión en infraestructura convierten en obstáculos permanentes tareas que en otros lugares resultarían triviales. Y, sin embargo, la gente las resuelve con una mezcla de paciencia y picardía. El odioso «sí se puede» de los estadios opera a nivel de calle como un himno heroico.
Para un visitante distraído, la impresión que produce México no es solo de normalidad sino de exuberancia. Turismo, vanguardia gastronómica y una notable vida nocturna proyectan una imagen de modernidad. Para quien llega desde fuera, puede parecer que se está en un país estable, vibrante, incluso poderoso. Las zonas acomodadas de la capital y las grandes ciudades refuerzan esa sensación, con restaurantes llenos, museos activos y librerías que siguen siendo punto de encuentro. Las semifinales del fútbol mexicano se llevaron a cabo el pasado fin de semana con estadios llenos y chillonas transmisiones televisivas saturadas de publicidad. Dua Lipa cerró su gira internacional en México cantando Bésame mucho. Y Joan Manuel Serrat recibirá mañana el carnet honorario del Ateneo, institución del exilio republicano que se acerca al siglo de vida. Tres instancias de una cartelera inmensa para todos los bolsillos y apetitos.
Esta vitalidad convive con el desasosiego, la violencia cotidiana que todo lo viste de luto, los desplazados, los migrantes, la gente sin hogar, las madres buscadoras. El inmenso dolor de México, que sin embargo es valientemente registrado por la prensa tradicional, acosada desde el poder, y por la generación más joven, a través del ojo de sus pantallas, como hace la exactriz Eva Maria Beristaín en su canal de youtube @misstercermundo, que lo mismo entrevista a un migrante sin hogar en Tijuana que a los habitantes de las cloacas en el Viaducto de la Ciudad de México y sus distintos niveles de inframundo, como los círculos del infierno en Dante.
Toda esta contradictoria gama de esplendor y miseria ocurre bajo la sombra persistente de la muerte, a la que se le da la espalda como estrategia de supervivencia. El crimen organizado en México no solo ha logrado comprar impunidad, sino también representación política, control territorial y participación activa en sectores clave de la economía nacional. Tiene presencia en la minería, en la construcción y en la producción agrícola de exportación. Sus redes de extorsión afectan tanto a grandes productores como a pequeños campesinos, a los puertos exportadores como al local de la esquina. Su control se extiende incluso al acceso a zonas arqueológicas, al derecho de paso por carreteras y a decisiones que antes correspondían exclusivamente al Estado. En varios puntos del país, el crimen ha establecido una suerte de gobierno paralelo, con capacidad para imponer normas, exigir pagos, ejercer justicia por mano propia y ofrecer —bajo amenaza o por conveniencia— servicios básicos. Este monopolio informal de la violencia, incluida la pena de muerte sumarísima, reconfigura el orden institucional y hace aún más frágil el ya debilitado pacto social. Mientras tanto, la respuesta del Estado ha sido errática, cómplice o negligente.
Resistencia social, fiesta cultural e ignorado luto coincide con los festejos organizados por el gobierno para conmemorar los siete primeros años de la autodenominada «Cuarta Transformación». Un mitin en el Zócalo de la Ciudad de México —la tercera plaza pública más grande del mundo, tras Tiananmén y la Plaza Roja de Moscú— reunió, como ya es costumbre, a miles de asistentes trasladados en autobuses desde distintos puntos del país. Sindicatos con cuotas obligadas, trabajadores públicos movilizados por instrucciones de sus superiores y estructuras territoriales del oficialismo garantizan el lleno. En ese escenario, el discurso oficial resuena con todo su anacronismo. Se celebra todo aquello que en los hechos es responsable del deterioro: el populismo asistencialista, la crítica constante a la economía de mercado, el deterioro de los servicios públicos esenciales, la concentración del poder político, el desmantelamiento de los contrapesos institucionales, el ataque a la libertad de prensa y la imposición de una visión única del país. La retórica nacionalista que acompaña estos actos busca encubrir el vaciamiento de la democracia. En este contraste entre lo público y la vida cotidiana radican las tensiones insoportables, dulcemente enervantes, de la actualidad mexicana. No puedo dejar de pensar en lo sola y aislada que está la presidenta, aun en medio de la multitud vociferante.
Por su parte, López Obrador, verdadero poder en la sombra, Plutarco Elías Calles de Macuspana, reaparece en un video de lanzamiento de su libro Grandeza, donde nada es lo que se dice: el apoyo a la presidenta es en realidad una amenaza y el supuesto retiro un recordatorio brutal de su presencia. Desde su rancho de una hectárea en Palenque, sobre cuyo origen alguna vez habrá que hablar, interrumpido por el paso de pavos reales y una gallinas ponedoras, entre árboles de madera preciosa, el expresidente demuestra en una hora que ha escrito más libros de los que ha leído. Su más reciente obra es un compendio de los lugares comunes del resentimiento, un sincopado canto a la historia de bronce, un hiato entre la historia real y sus delirios ideológicos en los que al edén del mundo precolombino, sin sacrificios humanos, esclavitud ni tiranía, le sobrevino un largo paréntesis de oprobio (la Nueva España) y de disputa (conservadores y voraces extranjeros aliados contra el progreso del México independiente) que solo su Gobierno ha sabido remediar. La grandeza de los México empezó en los olmecas y culmina, modestamente, en él. López Obrador escribió 600 páginas para descubrir lo que ya sabía y para confirmar lo que ya creía. Una demostración de que su campo de acción no es ni el conocimiento ni las ideas, que conllevan la valentía de cambiar de opinión, sino el de la manipulación política y la simulación.
Ante esta realidad detecto dos posiciones intelectuales. La primera, en la que me incluyo, es la de los Jeremías, las lamentaciones de los que no le perdonamos haber dividido al país con la lógica binaria del amigo/enemigo, ni ser el principal responsable del desmantelamiento de la democracia mexicana. Tampoco el haber cancelado un aeropuerto internacional de clase mundial por una señal de poder que condenó al Valle de México a un sistema aéreo ruinoso, ni la destrucción de la selva de Yucatán para imponer un tren de juguetería, sin sentido técnico ni viabilidad económica. La segunda posición, la de Nehemías, quien reconstruyó los muros de la Jerusalén devastada, es mucho más inteligente: es la de quienes prefieren mirar hacia adelante y preguntarse qué prácticas cívicas y políticas se pueden construir desde este presente, aunque no sea el que esperaban. Las preguntas clave que se hacen dos dos: ¿cómo escapar a la trampa de la extrema derecha y sus cantos de sirena de mano dura a lo Bukele? ¿Cómo demostrar a la gente que el subsidio directo es insostenible en el mediano plazo (ya casi en el corto a la luz del déficit presupuestal y el crecimiento anual de la deuda) y que es mejor invertir en servicios de seguridad, salud, pensiones y educación que en reparto en efectivo?
La gran paradoja final de México es que quienes más resienten las políticas públicas de recortes, deterioro institucional, fin de los contrapesos, captura de la justicia y entrega del poder al narco son las clases medias urbanas, la que llevaron al poder a López Obrador, el sector que, decepcionado de la lentitud de la mejora en la era democrática, optó por una solución de izquierda en la creencia de que las recién conquistadas libertades estaban garantizadas y que ahora tocaba el turno de la ciencia, la cultura, el arte. Craso error del empiezan a despertar aturdidas.
Mientras tanto, la mano del Gobierno se extiende a todos sus ámbitos, no para apoyarlas sino para controlarlas. El mejor ejemplo de lo pasa sucede en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). El intento de eliminar el examen de ingreso al bachillerato en aras de una supuesta justicia social se ha topado con la valiente negativa de la Universidad, consciente del grave deterioro académico que implicaría esa demagógica consigna de puertas abiertas. La UNAM se ha negado, y el Gobierno ha respondido con recortes presupuestales, que agravan la ya limitada financiación que recibe la educación pública desde hace siete años. Al mismo tiempo, alienta conflictos internos, como tomas de escuelas y paros forzados, promovidos por sectores afines al oficialismo. Si la UNAM cae, todo estará perdido.
El Gobierno, lo sabemos, está centrado en el usufructo voraz del poder. Cuenta con la distribución de subsidios directos para intentar seguir controlando a los sectores más pobres y con el inmoral apoyo de las élites económicas, felices de enriquecerse en un capitalismo de amigos y, una vez más, vendiendo a precio de saldo la soga con la que serán ahorcados (Lenin dixit). Enfrente tiene el sigiloso despertar moral del pueblo y el malestar creciente de la clase media. Ojalá que sus más conspicuos representantes, cineastas, fotógrafos, cantantes, pintores, historiadores, dramaturgos, novelistas y poetas, que configuran entre lo más elevado del espíritu mexicano e incluso hispanoamericano, entablen una necesaria autocrítica y sepan liderar al México libre, dinámico, crítico y rebelde que clama por el retorno de sus libertades perdidas, condición sine qua non del progreso y la paz.