El fracaso de la izquierda en Chile
«La gran paradoja del Chile de Boric es que ha cedido a los representantes de la derecha la defensa en exclusiva de los grandes valores universalistas»

El presidente de Chile, Gabriel Boric.
Como poco antes ocurriera en Argentina y Bolivia, el muy amorfo, inconsistente y etéreo progresismo latinoamericano del siglo XXI se apresta a sufrir otra derrota humillante, ahora en Chile. Y es que José Antonio Kast, otro neopopulista de la derecha dura, tipo que reivindica con nostalgia y sin complejos el periodo de la dictadura militar, un genuino doctrinario conservador en las antípodas del difunto Piñera, cuenta con todas las papeletas para imponerse, y por goleada, a la ministra de Trabajo de Gabriel Boric, la comunista Jeannette Jara.
Por lo demás, del periodo de Boric en el Palacio de la Moneda, igual que en los casos parejos de los Kirchner y de Morales, nada indica que vaya a quedar algo más que una breve y triste nota a pie de página en la historia de América Latina. Apenas eso. Algo, ese inequívoco rechazo de los sectores populares a su común recetario posmoderno, multicultural y postmaterialista que, al modo de lo que también les sucede en España a sus equivalentes del PSOE, es leído por la izquierda chilena como una muestra de ignorancia de unos electores muy básicos que se dejan manipular por los medios de comunicación al servicio del poder económico. Ya se sabe, la ignorancia y la estupidez siempre tienen que proceder de otra parte.
Si bien se trata de una derrota, la hoy inminente, que ya comenzó a perfilarse tras el clamoroso fracaso del extravagante proyecto de reforma constitucional con el que Boric terminó de romper con los viejos principios de la izquierda tradicional, la previa a la irrupción en escena de los discípulos de Ernesto Laclau. Y es que aquella frustrada carta magna era un vademécum canónico de toda la quincalla ideológica posmoderna con la que Laclau sustituyó al antiguo socialismo canónico, basado en el conflicto económico.
Así, en el Chile que recibió Boric, un país crecientemente angustiado por novedosas olas de criminalidad con origen foráneo, además de sometido a una enorme presión migratoria, aluvión humano que está provocando situaciones próximas al colapso en multitud de servicios públicos estatales, la preocupación prioritaria de la izquierda durante la redacción del proyecto constitucional era garantizar «el derecho a la representación de todas las disidencias sexuales y de género [sic]», amén de blindar la prerrogativa legal que garantizarse en cualquier momento el ejercicio de la autodeterminación para las «naciones indígenas». Perdieron, claro.
«Ahora mismo, quien postula la igualdad jurídica entre todos los seres humanos es gente como Trump, Milei o Kast»
La gran paradoja del Chile de Boric, una variante de la gran paradoja de la Argentina de los Kirshner y su «cupo trans” (garantizar por ley un puesto de trabajo en el Estado a todas las personas que repudiasen su sexo biológico), es que ha cedido a los representantes de la derecha la defensa en exclusiva de los grandes valores universalistas, los propios de la filosofía de la Ilustración que inspiró la Revolución Francesa.
Ahora mismo, quien postula la igualdad jurídica entre todos los seres humanos es gente como Trump, Milei o Kast. Mientras tanto, la progresía posmoderna, esa nueva especie mutante cuyo paradigma encarna el propio Boric, ¿qué defiende? Está claro que la igualdad no. Entonces, ¿qué? Bueno, abandera la causa de la identidad, un concepto de significado siempre difuso, pero que invariablemente se acaba plasmando en políticas de privilegio orientadas a minorías específicas.
Doctrina que se podría traducir al lenguaje común por «denme dinero porque soy trans, porque soy indígena, porque soy negro y mis antepasados fueron esclavos, porque soy musulmán o por alguna otra cosa más que todavía no se nos ha ocurrido». Suena a caricatura, pero la izquierda sudamericana actual, y no solo la sudamericana, ha quedado reducida a poco más que eso.
Y mientras tanto, lo que ellos siguen considerando todavía su base social, las clases populares preocupadas por cuestiones tan vulgares y prosaicas como la supervivencia económica cotidiana o poder habitar en entornos seguros, contemplan el nuevo panorama, ese de la solidaridad posmoderna, sabiendo que no están llamadas a recibir nada de él, pero sí a pagarlo con sus impuestos. Y todavía hay quien se extraña de que la izquierda vaya a ser barrida en Chile.